Y me volví a escapar
a una nueva isla, en Belice y con nombre de fruta, muy pequeña, tanto
que para ir a cualquier parte buscas siempre el camino más largo, donde las
iguanas son las que mandan cuando no hay nadie, donde las tortugas ya nacen con
prisa para escapar de los depredadores que las esperan, donde el agua es
transparente como el cielo, donde los cangrejos ermitaños
salen a comer las sobras por la noche, donde las langostas enormes se aprietan
dentro de pequeñas cuevas en las que ya casi no caben sin conseguir esconder
sus antenas que las delatan, donde las barracudas patrullan en formación los
alrededores del arrecife y donde un viejo te cuenta historias, que no importa
de cuando son, ya que todas son antiguas.
miércoles, 19 de noviembre de 2014
martes, 4 de noviembre de 2014
Livingstone
Y volví a aprovechar que tenía un fin de semana largo para escaparme
a Livingstone y a Río Dulce, mis sitios preferidos en Guatemala. Salí un jueves
por la tarde pero ya sólo me dio tiempo a llegar a Puerto Barrios donde me
quedé a dormir en un hotel enorme de madera, el hotel del Norte, uno de los más
antiguos de la ciudad, que da idea del esplendor que tuvo que tener cuando todo
esto era propiedad exclusiva de la United Fruit Company.
Niños garífunas en Livingstone |
Por la mañana cojo una de las lanchas que van a Livingstone,
la ciudad que va perdiendo su identidad garífuna poco a poco, en favor de los
ladinos e indígenas que se van asentando en la ciudad. Fui con la esperanza de
que hubiera un viaje a los Cayos de Belice, pero no, así que tendré que volver.
Que bien ¡!
Mi cabaña en finca Tatin |
Al día siguiente quedé en el embarcadero donde viene el bote
a recoger a los que van a finca Tatin (www.fincatatin.com), donde ya he ido un par de veces y donde
su dueño, Carlos, un italo-argentino, está dispuesto a cada momento a arreglar
el mundo contigo. Allí no hago nada, pero me siento en paz conmigo mismo, miro
el río, me sumerjo en él, salgo, entro y disfruto de los paisajes y del rancho
donde está el restaurante y sus sillas colgantes.
Sombrillas-Paraguas |
La cita con la lluvia es por la tarde, y casi siempre hay cita, ya que
si no llueve, es que está a punto de llover. El agua mueve a la gente de aquí,
sus barcas y su vida. En ella, se bañan, lavan la ropa, navegan y la miran
ensimismados. Y en ese rato se vino la lluvia y hay que sacar los paraguas que
siempre son grandes, para que quepan varios ya que la gente aquí no anda sola
como en mi país, porque al que anda solo se lo lleva el agua.
Los del río, por el que van y vienen sus gentes. Y el río es como una carretera
de agua sucia y pestilente de manglares en descomposición, reluciente por la
mañana cuando parece de hielo y oscura por la tarde cuando tantas hélices y
remos la han manoseado. Por ahí se abre al mundo de agua salpicada de casas y
pequeños embarcaderos, muelles que hacen de ombligos de los pueblos, de una maraña
de ríos y canales que la selva acaba engullendo al menor descuido.
El aire que viene por la tarde, riza el agua y le da un aire hostil,
aunque es el mismo aire que mueve las cometas que han quedado colgadas de los
cables de acero que atraviesan la ciudad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)