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sábado, 27 de junio de 2015

Si me dices primero que sí y después es que no, entonces mejor que no



¡Cuánto cuesta irse de un país! No hablo de lo emocional, que se puede dar, aunque no es mi caso aquí, pero siempre acaban saliendo sentimientos escondidos que no sé porque, afloran al final. Te toca cerrar la cuenta del banco que tanto te costó abrir, dejar las plantas en el jardín (zanahorias) que ya no te podrás comer y que además nadie va a regar y también despedirte de alguna gente que ni te cae bien. En fin, un coñazo. Es mucho más alegre llegar que irse, así que eso será lo que me tocará dentro de poco.
Me voy sin volver la vista atrás, olvidándome ya de los embotellamientos en la ciudad provocados mayoritariamente por conductores oportunistas que colapsan el tráfico con sus maniobras irregulares, de la gente educada pero que no te dice lo que en realidad piensa, olvidándome de mirar atrás cuando oigo pasos que me siguen, del miedo a los atracos, de mi contraparte que cuando se enteró de que me iba, dejó ir un suspiro y dijo <será un alivio para mí> lo que no se si tomármelo como un cumplido o al revés, de esa desigualdad tan brutal que existe en este país, de esas dos Guatemala’s que se miran como si existiera realmente una barrera infranqueable entre ellos, de vivir en un lugar donde ni queriendo podía uno gastar dinero, lo que me ha permitido ahorrar tanto que podría volver a dar tranquilamente la vuelta al mundo.
Pero en cambio, en estos últimos días voy aprendiendo nuevas rutas que ya no me sirven ya que me voy, saber que encontraré a faltar mi super Amarok, al que solo le faltaban alas para salir volando, sus cristales polarizados que me permitían bailar al son de música preferida al estar parado en los semáforos o en los embotellamientos sin que nadie me vea, a pasear por las mañanas por la calzada peatonal, libre de coches y de autobuses rojos pestilentes,

 Creo que me equivoqué cuando vine a Guatemala engañado por un mundo de colorido indígena en mercados sin fin, cuando lo que vives es en realidad un mundo gris de cemento, ladrillos y techos de zinc, cuando pensé que venía a cambiar algo cuando lo que se quiere es mantener lo establecido, al pensar que iba a un país que avanza, y sin embargo retrocede, cuando pensaba que hay que decir las cosas claras, mientras se trata de irlas cargando a la espalda, al ser franco con mis pensamientos dado que estos deben dejarse en el fondo del alma mostrando en la superficie una sonrisa, al confundir amor con compañía, mezclando vida con trabajo y volviendo atrás en vez de adelante, al querer enseñar de experiencias pasadas, al hablar de tú a quienes te tratan de usted.

Me gustó ir a Rio Dulce, una laguna mágica refugio del pirata Tatín, a Livingstone, con su mezcla de razas y colores, a Quetzaltenango, la ciudad donde quizás me hubiera gustado vivir, la cercanía de Belice, con sus gentes negras, sus islas verdes y sus aguas cristalinas
Mientras, ya en Nicaragua, Cuba y Mozambique se perfilan en el horizonte