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jueves, 25 de mayo de 2017

Islas Banda (MULUKU)

Foto aérea de Bandaneira y el volcán Gunung Api, con la lava visible de la última erupción. La isla más grande al fondo es Pulau Besar y la más pequeña es Keraka

Si viajar a Raja Ampat me pareció relativamente fácil, llegar e irme de las Molukas fue mucho más complicado. Para empezar, después de varias horas de espera en Sorong, me cancelaron el vuelo. Así que me tocó pasar en esta aburrida ciudad el tiempo que había previsto para la isla de Ambón. Al día siguiente, con retraso sobre el nuevo horario previsto, volamos. En Ambón sólo me da tiempo a caminar un poco por la ciudad, comer un arroz con pescado riquísimo en la calle por sólo un dólar y medio y al día siguiente ir al puerto, en la otra punta de la isla para embarcar en el barco que me llevará a las islas Banda (las famosas islas de las especias). Para llegar a estas islas, que están a unos 400 km por mar desde Papúa, he tardado algo más de 2 días. El barco rápido tarda algo más de 6 horas en llegar a Bandaneira, la capital de las islas Banda. Por suerte el tiempo está muy bueno y el viaje es agradable aunque algo aburrido. Al llegar impresiona ver el volcán Gunung Api de 666 metros de altura que eructó por última vez en 1988 destruyendo más de 300 casas.

Mapa de las islas Banda

Por el contrario me desanima ver la cantidad de plástico que hay en el agua, por otro lado cristalina. El “desarrollo” pasa factura y quizás se nota más en sitios que uno espera encontrar vírgenes. Un italiano que conozco en el hotel me dice que me vaya a Pulau Hatta, una isla a una hora en bote, que es una maravilla. A pesar de que no pensaba ir a esa isla, decido hacerle caso y me voy al día siguiente, esperando que no me decepcione.
Rumbo a Pulau Hatta

En un pequeño bote de pesca con un motor de 15 Hp manejado por Sapri llego a la isla, Pulau Hatta, y me quedo en una cabaña de las que me gusta, pura madera. Enfrente, a sólo 5 metros el mar, y otros 10 metros mar adentro, una pared de coral que rodea toda la isla. La caída de la pared parece llegar hasta los 900 m, aunque uno sólo puede ver los primeros 20-40 m, dependiendo de la luz.


A los pocos minutos de estar en el agua veo unos cuantos bumped head enormes, algunos lion fish, un par de tortugas y un arco natural de piedra sumergido que es famoso entre los submarinistas. Si en Raja Ampat eran los peces amarillos y azules que me desorientaban, aquí son los peces cebra que cuando te envuelven no te dejan saber dónde es delante ni detrás.


Mi estrategia consiste en dejarme llevar por la corriente, que es quien decide de qué lado de la pared de coral voy a ir. Aunque me hartaba a ver peces, encontraba a faltar ver algo grande cuando de pronto empecé a oír una especie de pitidos debajo del agua. Saqué la cabeza pensando si sería alguna barca y ahí los vi, cientos de delfines arqueando sus cuerpos por encima del agua, respirando y resoplando ruidosamente, sumergiéndose. Me acerqué nadando despacio y ahí seguían, los podía ver encima y debajo del agua, pasando delante de mí, de todos los tamaños, algunos impresionantemente grandes, girándose hacia mí para verme mejor, nunca pensé ver y vivir algo así. Al parecer se acercaba una tempestad que yo ya hacía rato veía venir y cuando eso ocurre los delfines suelen acercarse a tierra. Cuando la tempestad y las olas fueron a más, me fui a la playa y desde allí los vi disfrutando, haciendo cabriolas y saltando fuera del agua.


En las cabañas “Bunga low” el precio era algo menor que en Raja Ampat y la comida más copiosa y mejor, lo que me lleva a pensar que aquí vuelvo a engordar, a pesar de la gran cantidad de ejercicio que hago nadando. El menú es siempre pescado, fideos, arroz, verduras, mucho ajo y sambal, la salsa picante que si te pasas con ella te acuerdas.
Las mañanas en Hatta son luminosas, con el ruido de fondo del agua salpicando la costa o el ruido de algún motor de las pequeñas barcas que van o vienen de la pesca. En el horizonte de vez en cuando se ve saltar algún pez, algunos de tamaño considerable, que persigue a otro o es perseguido. Me levanto a las 6 de la mañana, cuando oigo el tintineo de los vasos y los pasos de la señora que me trae el desayuno. Desde mi porche me pongo a escrutar el horizonte en espera de que los delfines vuelvan a aparecer.


Los días siguientes sigo a la búsqueda de encontrar delfines mientras voy nadando alrededor de la isla. En mi búsqueda diaria veo tantas tortugas que ya no me paro ni a mirarlas y cuando nos cruzamos, pasamos de largo sin saludarnos, lo que no parece importarnos.
Dos días más tarde, por fin, los veo. Están algo lejos y cuando llego donde más o menos estaban, ya se han ido. Decepcionado vuelvo a mi cabaña y por la tarde los veo regresar. De nuevo salgo a buscarlos y esta vez me dejan acercarme aunque juegan al gato y al ratón, apareciendo por aquí y por allá. Siguiéndoles me han llevado hasta el azul profundo, lejos del coral, donde no veo nada más que sus cuerpos bajo el agua. La corriente me arrastra y sólo me doy cuenta de lo lejos que estaba al ver lo que tardo en llegar a la costa y lo agotado que estoy. Pero haberlos visto bajo el agua ha valido la pena y no me importa seguir sus cantos de sirena. No sólo fue una increíble experiencia estar ahí, oír sus silbidos bajo el agua, verlos saltar y moverse sin esfuerzo, oír sus resoplidos, sino que lo mejor es poderlo recordarlo después de vez en cuando, relamiéndome los labios.

Sapri, el pescador
Lo que me gusta de Pulau Hatta es estar inmerso en el poblado, viendo como la gente viene por la tarde a aprovechar la brisa del mar enfrente de mi cabaña, sentarse en las mecedoras, mecerse en mi hamaca o como los niños bailan ensayando la última canción de moda.



En mi último día en la isla descubro el sendero que me lleva a una nueva playa que me decido a explorar. Sé por experiencia que el último día suele ser el mejor así que estoy expectante de que es lo que me espera.



Mientras voy nadando hasta la pared de coral veo que en esta parte de la isla el fondo va descendiendo gradualmente y la visibilidad es excepcional sobre el coral. Al llegar a la pared me encuentro con un grupo de unos 30 bumped head enormes, que están comiendo coral, y oigo bajo el agua el ruido que hacen al masticarlo. El más grande ellos no come, se mantiene  por encima del resto y no deja de observarme, o eso creo. De pronto aparece un tiburón black tip, de tamaño medio, que es el primero que veo desde que estoy aquí, lo que me alegra ya que lo tenía pendiente. Pero al poco aparece otro, luego un tercero y hasta un cuarto, este último de unos 2 m de largo. Lo que me mosquea es que van en fila, nadan a mi altura y no en el fondo como los de Raja Ampat y empiezan a hacer movimientos nerviosos, acelerando de pronto su velocidad, que es lo que he leído que hacen cuando piensan atacar. Así que más muerto que vivo, empiezo a nadar de espaldas para no perderlos de vista y me voy acercando hasta la parte de la playa menos profunda donde ya me siento a salvo y salgo del agua. No sé si ha sido el mejor día de los que he pasado aquí, pero si el que he soltado más adrenalina.
Alería en el barco
Es sábado, toca irse y lo que hago con el bote público. Llego a Bandaneira mojado ya que un par de olas han entrado en el barco y me han salpicado.

Tengo mono de internet, después de haber estado una semana completamente aislado, sin teléfono ni haber podido mirar el periódico ni el correo. Pero al conectarme lo primero que me entran son unos whatsapp diciéndome que el martes se murió José Antonio, el marido de mi hermana, después de pasar un vía crucis con su enfermedad. Si hay otra vida después de la muerte lo invito a que se venga conmigo a esta parte del mundo. Estoy seguro que lo disfrutaría, ya que sé que le gustaban las cosas sencillas, a pesar de que esto no se parece en nada a la gente saharaui y al desierto donde tanto le gustaba ir.




viernes, 19 de mayo de 2017

Raja Ampat


Bote pasando delante de mi cabaña, Kri Island
Empecé este viaje como siempre, de forma frenética, con 4 vuelos de Siem Reap a Kuala Lumpur-Jakarta-Makassar-Sorong que me llevaron en 24 horas a la esquina noroeste de Papua. De ahí todavía quedaba un barco hasta Wasai y luego un fuera borda para llegar a mi destino final, la isla de Kri. En total 30 horas de viaje para llegar a mi isla 97. Me porté como un hombre y ahí estaba, sin llorar, fresco como una rosa, pertrechado con 10 millones de rupias (unos 750 euros al cambio) ya que no hay cajeros en estas islas y preparado para lo que hacía años que quería hacer, nadar en uno de los sitios más impresionantes del planeta (con el récord mundial de identificación de 374 especies marinas diferentes en una sola inmersión). En el último momento, en Sorong justo antes de embarcar todavía me dio tiempo a ir a una tienda local y comprarme unas aletas, lo que se demostró como una buena decisión. De mi viaje alrededor del mundo me habían quedado un par de flecos, uno era Raja Ampat y el otro las islas Banda. A por el primer fleco ¡!.
Vista desde la cabaña de la zona de buceo hasta la isla de Mansuar
Nada más llegar, deje las cosas en la cabaña y me fui a nadar. Desde donde estaba se puede nadar hasta la isla de Mansuar, pasando enfrente de un islote que te protege de las fuertes corrientes y este primer contacto con las aguas del Parque Nacional marino de Raja Ampat fue como ir al supermercado. Primero había una tortuga remoloneando en los corales, por debajo de ella pasaron hasta 5 black tip sharks de diferentes tamaños, unos atunes avanzaban por el otro lado junto a unos enormes Jack fish, todos ellos rodeados de miles de peces de colores en un caleidoscopio sin fin.

Poblado en la isla de Mansuar
Después de haberme emborrachado de peces y colores, me pongo a pasear por el pueblo de Mansuar donde, al ser mediodía, la gente está en sus casas, tiradas en el suelo, para escapar del calor. El camino de arena que atraviesa el pueblo está lleno de manchas rojas, producto de los escupitajos para eliminar el jugo de los betel nuts, una droga contenida en estas nueces que mastican y que les quita el hambre y les da fuerza. Incluso niños con 2 años ya aprenden a masticarlos, las consecuencias más tarde serán dientes corroídos por el ácido, encías sangrantes y problemas estomacales.
En Kri no hay nada que hacer más que ver el tiempo pasar, oír la brisa susurrarle a las hojas, sentir el crujir de las páginas de tu libro, vislumbrar el destello de los peces al saltar fuera del agua, el calor al pegarse a tu piel.
Viendo pasar el tiempo
No tenía planes concretos, más que según me gustase más o menos la isla, quedarme o cambiarme a otra. Pero me gusta tanto que decido quedarme hasta 12 días, animado no sólo por lo impresionante del mundo submarino sino además porque me he cambiado a una cabaña que está directamente en el agua encima de pilotes y por la gente con la que coincido, unos franceses con los que aprovecho para practicar mi francés oxidado y con los que me entiendo muy bien. Además, el precio de la cabaña es menor a lo que había previsto, sólo 20 dólares por día, incluyendo las 3 comidas.

Con Fon y Patrice
A lo largo de estos días veo un pez cocodrilo, al gracioso walking shark que es un tiburón que tiene unas pequeñas patas que le permiten caminar por el fondo del mar, dos enormes morenas verdes enroscadas y mucho más. No hay ningún día en que no vea en cada inmersión al menos una tortuga y un tiburón, algunos de un tamaño considerable.
Para que no todo fuera tan maravilloso, al cabo de unos días se produce una diarrea generalizada entre todos los que estamos en este homestay, lo que achacamos a algún problema de higiene en la comida. Lo hablamos con el dueño, Raimon, quien organiza enseguida un zafarrancho general de limpieza en la cocina y algunas mejoras en los baños

Preparando la comida, recién salida del mar
Gracias a mi super estómago, sólo estoy un día fuera de servicio (como llueve ese día me sirve para descansar en mi cabaña) mientras los demás tardan algo más en recuperarse. Al día siguiente vuelve a salir el sol y cuando el sol brilla es como si la vida me sonriera.

La lluvia puede llegar a ser muy fuerte y formarse una tormenta en pocos minutos

De tanto nadar por los mismos sitios ya reconozco a alguno de los grandes Jack fish, de los que hay un grupo de unos 30 de alrededor de 1 m de largo, ya que son muy territoriales y suelen moverse por la misma zona. Al revés, también algunos peces parecen ya conocernos y en concreto los triggerfish, unos peces de unos 30-40 cm, con un diente protuberante en los morros, que normalmente no te hace caso, parece que están en época de puesta de huevos y te atacan con una mala leche de la que uno no los creía capaces y toca defenderse con las aletas dándoles en el mismo hocico. Los más grandes pueden llegar a morderte y al parecer hacen daño. Al atardecer veo a los black tip sharks juveniles nadar enfrente de la cabaña y también los walking sharks, que vienen a en busca de algún crustáceo.


Uno de los días un grupo vamos en bote de paseo a la isla de Arborek, donde puedo nadar entre dos bancos de peces de diferente tamaño y cuando te sumerges entre ellos, son tantos, que no dejan pasar la luz del sol. Luego vamos a una estación de limpieza de mantas gigantes, donde vemos al menos 5 ejemplares de más de 4 metros de largo. Finalmente ya de regreso a nuestra isla vemos a un grupo de rorcales muy cerca de nuestro bote. Cuando ya me estoy poniendo las gafas para intentar nadar con ellos, el capitán dice que no es aconsejable nadar aquí ya que suele haber tiburones blancos que acechan las crías de los rorcales. Al parecer ha habido ya algunos ataques, tanto de tiburones como de cocodrilos (en los manglares) a turistas, incluso con algún muerto, aunque las noticias no suelen trascender para no ahuyentar al turismo. Así que me quedo con las ganas de nadar con estos enormes animales. Ya al mediodía había intentado nadar con unos delfines que cada vez que me acercaba se sumergían y se alejaban. Me quedé con ganas de más.
Arborek island
Esto me gusta tanto que ya estoy planificando volver el año que viene en enero-febrero en un barco live aboard, o sea en un barco con camarotes  que va viajando alrededor de las islas y que te permite nadar o bucear en los mejores sitios. ¿Alguien se apunta?
Nos vamos de excursión
Mientras, entre historias de ataques de tiburones, de islas secretas, dejándome mecer por el viento en la hamaca, los días parecen pasar tan rápido como las corrientes que te alejan de la orilla. Llevo días andando descalzo, dejando deslizarse las sensaciones como el plancton que acaba fagocitado por los peces, admirando la elegancia de los tiburones al nadar, la disciplina militar de las enormes barracudas y la aparente torpeza de las tortugas así como la belleza reflejada en los colores de los corales, que me recuerdan a los de Timor Leste.
Manta point
En algún momento me arrepiento de no tener una cámara submarina para poder fotografiar las maravillas que veo y que me es imposible reflejar en el papel. Pero cuando veo a los dos buceadores con los que a veces coincido mientras ellos están sumergidos y yo en la superficie y veo como todo lo ven a través del visor de su cámara, que luego amplían por la tarde en su ordenador, me alegro de no tenerla y pienso que el que quiera ver la imágenes, pues que venga (recuerda, enero o febrero 2018 !!) o que mire un reportaje del National Geographic.
En las diferentes cabañas del homestay hay gente de 8 países diferentes y solamente un inglés, uno de los buceadores. Todos nos entendemos perfectamente en el inglés que cada uno habla a su manera y curiosamente al que nadie entiende es al inglés y es que claro, es el único que no habla globish, que como me acabo de enterar, es lo que en realidad hablamos el resto ¡!.
Finalmente la rata que había visto merodear en mi cabaña consiguió perforar mi lata de nueces que me guardaba para el último día y se las comió todas. El único remedio es no tener comida en la cabaña, aunque la verdad que al ser la comida que te dan un poco justa, no está de más tener algo de reserva. En mi último día, llega más gente y como las raciones de comida no son suficientes, se puede apreciar en algunos lo peor que cada uno lleva dentro. Es el momento de irse, viendo que en el paraíso también hay claro-oscuros.