Seguidores

sábado, 2 de diciembre de 2017

BANDA – SULAWESI


Después de un viaje algo aburrido duermo en Ambon en el homestay de Michael, al lado del aeropuerto. Por la mañana me consigue una moto con chofer que me lleva hasta el puerto de Tulehu para embarcarme hacia las islas Banda. Son unos 40 km montado en una vespino con la maleta y un indonesio conduciendo a toda leche. Como a la misma hora sale también el barco para la isla de Saparua, donde hacía tiempo que quería ir, en algo poco típico para mí, cambio de planes y me voy a esta isla. Me viene bien estar un par de días tranquilo para recuperarme del golpazo aunque al final me acabo yendo a pasar el día con unos franceses a una isla desierta, Molana, que está genial con un coral magnífico y miles de peces. Al día siguiente me alquilo una moto y doy la vuelta a la isla. Aunque la isla es bonita casi no tiene infraestructura por lo que se hace difícil moverse por ella. Un paraíso todavía por ser descubierto!!
Descubriendo Saparua en moto
Por la mañana veo en el hotel las noticias en la tele y aunque no entiendo nada de indonesio, no dejan de repetir Catalonia y Puigdemont. Ahora, algunos indonesios cuando les digo que soy de Barcelona ya no sólo me hablan de fútbol sino también del intento de independencia.
A la vuelta de la isla, como llego otra vez al puerto donde sólo dos días a la semana sale un barco para las islas Banda, esta vez, también en el último momento, me decido a ir y consigo llegar a Pulau Hatta ya por la tarde. Allí me alojo en la misma cabaña que la otra vez, donde el pescador Supri, quien cuando se toma un par de cervezas, o incluso sin, trae su guitarra y se pone a cantar, lo que convierte mi cabaña en el centro de reunión de esta parte de la isla.
Supri amenizando
En mi primera inmersión en la isla, un trigger fish me ataca traicioneramente por la espalda y me muerde en el tobillo. Como llevo unos escarpines de neopreno no me hace herida aunque me deja marcados los dientes. Durante los siguientes 2-3 días estas bestias me intentarán morder varias veces hasta que consigo dominar a que profundidades se mueven y por donde nadar. Todo y así, casi consiguen amargarme al tener que estar siempre mirando para atrás por si no has visto a alguno. Quizás una solución sea adaptar un retrovisor a las gafas de buceo. A pesar de ello, me lo paso tan bien en el agua que en algún momento pienso que en mi vida anterior debí ser al menos un pulpo o similar.
La bestia
Aunque mi idea al venir a las islas Banda era bucear con botella para ver tiburones martillo, al final decido que no lo voy a hacer. Después de oír a los otros buceadores no me apetece estar una hora en el azul, esperando para ver un par de tiburones martillo durante un par de minutos.
En esta isla me encuentro al fin con un par de españoles y nos tomamos unas cervezas juntos. Cuando salen de mi cabaña, que está a 1 metro sobre el suelo, como los escalones son desiguales en altura, los dos se caen aunque por la poca altura y por ser el suelo de arena no se hacen daño. La chica queda con la cara emplastada en la arena.  Nos descojonamos de la risa, ellos también, e intentamos averiguar si la caída fue por los escalone so por las cervezas. Por la noche, solo en la cama, no puedo parar de reírme.
Al día siguiente por la mañana, una gringa de California con la que hablé un par de veces, me pide si puede entrar en un momento a mi cabaña para ir al baño. Le digo que sí y al salir, charlamos un rato sobre de donde somos, de dónde venimos y adónde vamos. Cuando se despide, me dice que es de Sausalito, me olvido de avisarle de las escaleras y dicho y hecho, se gira y como un sausalito se pega una leche igual contra el suelo como los demás, dejando la cara marcada en el mismo sitio que la española. En ese momento no me río, pero después, y sobre todo cuando vienen los españoles por la noche, no nos podemos aguantar. Incluso barajamos la idea de poner una cámara oculta e invitar a más gente a mi cabaña.
Nunca se sabe cómo vas o regresas de una de estas islas pequeñas. Los españoles se van con el barco público, que cuando le da no sale, como el día en el que yo me voy, por lo que lo hago con un bote que pasa por ahí de casualidad. Mi contribución al medio ambiente en la isla ha sido que he pasado una semana con un barril de unos 50 litros de agua dulce, de la que me ha sobrado agua para usar en el wáter. Y es que de tanto estar en el agua nadando no hace falta bañarse, digo yo.

En el bote comparo mis pies con los de mis vecinas. Las uñas no las cambio.
Antes de irme, vendo a un precio simbólico a Rifki, el hijo de Supri, mi hamaca que tanto le gustó. Desde Bandaneira, después de otras 7 horas en barco hasta llegar a Ambon, me voy otra vez tras una hora en moto hasta el homestay de Michael.
Al día siguiente vuelo a Makassar y me voy en taxi a coger un bus hasta Bira, mi último destino. Allí me alquilo una moto y me recorro parte del litoral y me embobo viendo los enormes barcos de madera que construyen aquí, verdaderas obras de arte.
Bira, con sus playas de palmeras me recuerda al litoral norte de Mozambique, camino de Tanzania, con sus colores, palmeras, cabras y mar turquesa, todo lo que en su momento tan poco pude disfrutar.

Palmeral deBira
 
El barco público de Hatta a Bandaneira: aunque no parezca, siempre caben más pasajeros
Construcción de barcos de madera en Bira


  

Próximo destino: A saber ¡!