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lunes, 29 de junio de 2020

La isla de El Hierro en bici


A las primeras de cambio, en cuanto se puede, me voy para El Hierro, la que era la isla más pequeña del archipiélago canario con unos 10 000 habitantes y solo 268 km2, ya que ahora se ha sumado la isla de la Graciosa con 29 km2 que antes era considerado un islote. El Hierro fue declarado en 2002 como Reserva de la Biosfera por la UNESCO.

Elegí para quedarme la zona de Frontera, donde me alquilé un apartamento, buscando el calor y la cercanía del mar. Los roques de Salmor están ahí mismo, guardando la entrada a la bahía.

Esta isla se consideraba el fin del mundo en la época anterior a Cristóbal Colon (cuando se consideraba que la tierra era plana) y por la punta de Orchilla pasaba el meridiano Cero, que no siempre estuvo en Greenwich, hasta que adoptado como referencia en octubre de 1884.

Los Roques de Salmor y el hotelito mas pequeño del mundo

En esta escapada no me pude resistir a rememorar mis viajes en bicicleta pasados y aunque esta vez hay diferencias sustanciales, como que la bicicleta es prácticamente nueva (Orbea Keram 15), con 2 baterías que suman 1000 Wh y motor Bosch, lo que ayuda mucho en las subidas y que además tengo dinero para alquilarla, lo disfruto como si fuera la primera vez.

Vista de Frontera desde la cumbre y la isla de La Palma al fondo

No vine a romper ningún récord mas que los míos propios. Las baterías te ayudan en la pedalada, con lo que puedes subir cualquier puerto de montaña, sin excesivo esfuerzo. Por eso, una de las rutas para salir de Frontera era por la cumbre, lo que significa subir de 0 a 1300 msnm en 23 km, lo que hacia en 1 hora y media. Este recorrido lo hice 3 veces en subida, y cuando lo hice en bajada, solo tardaba 30 minutos. Esta carretera con vistas espectaculares del golfo ha quedado casi en desuso desde que se construyó el túnel que enlaza Valverde con Frontera (y por donde está prohibido pasar en bicicleta) por lo que no pasaban casi coches y en la carretera vi mas de un conejo y perdiz despistados.

Las baterías te dan autonomía para hacer en total unos 100 km, lo que hice uno de los días al darle la vuelta prácticamente a la isla, yendo con mi amigo Manolo a La Restinga y a Tacoron.

En Frontera, que aunque parece llano no lo es, puedes recorrer la costa a lo largo de 13 km, con calas y pequeñas playas con formaciones volcánicas de formas caprichosas, producto de la lava al solidificarse y aguas de color turquesa.

Playa de Tacoron

En el camino me cruce con algún ciclista entrenándose, como uno de Frontera con el que recorrimos un par de kilómetros juntos mientras el comparaba las prestaciones de ambas bicicletas, la suya, de carreras y sin batería, con la mía. En la Playa del Verodal me encontré a un par de turistas extranjeros con un niño que iban en bicicleta y que no me devolvieron el saludo, quizás porque no se dieron cuenta o porque consideran una bicicleta con batería como un insulto al ciclismo. Gente rara la hay en todas partes.

Hacia la playa El Verodal

La bicicleta tenía un marcador digital de distancia recorrida y de velocidad. En una de las bajadas el primer día alcancé los 67 km/h, lo que me pareció demasiado para la fragilidad de la bicicleta, pero no me pude resistir y el ultimo día, con mi amigo Manolo llegamos a los 68 km/h y ahí lo dejamos.

Cuando dejaba la bicicleta, me iba a bañar al muelle de Frontera, al lado de donde esta el hotel mas pequeño del mundo, que era el antiguo edificio de aduanas. Allí veía a los chicos del pueblo tirarse desde lo alto, dándose algún que otro costalazo, me encontraba al ciclista con el que había coincidido en la carretera y también estaba el Pollito de la Frontera, el famoso luchador canario. Y es que esto es muy pequeño.

La Dehesa

También quede un día con Sello, un colega de mis colegas de Tenerife que también tiene una bicicleta eléctrica. El cuenta con un coche escoba, que en resumidas cuentas es una furgoneta que conduce su novia, donde cabe la bicicleta y que le viene a buscar donde el le diga cuando se le acaba la batería. Ese día nos fuimos desde la cumbre, adonde yo había subido temprano hacia la carretera que pasa por la Dehesa y bajamos a Frontera por su lado occidental, con un paisaje parecido al del fin del mundo, acabando en el guachinche de la cooperativa de Frontera, comiendo una carne con papas riquísimas, antes de que el coche escoba lo viniera a buscar y yo acabara de hacer el ultimo par de kilómetros hasta mi apartamento.

Me gustaría que tanto las bajadas como las subidas fueran menos empinadas porque todo lo que te cuesta subir luego lo bajas en un momento. En los recorridos hay a veces algunas estampas impresionantes como la de las vacas pastando en la dehesa o un par de ganaderos mirando hacia el mar mientras hablan entre ellos, lo que solo puedes mirar con el rabillo del ojo, ya que la bicicleta al ser tan pesada enseguida se embala a velocidades prohibitivas en las bajadas. En algunas carreteras, ya mas alejadas de zonas algo más transitadas, hay curvas muy cerradas que no tienen ni las barreras quitamiedos, con lo que no te puedes despistar ningún momento si no quieres salir disparado hacia el acantilado.

Faro de Orchilla

La zona que va desde el desvío del Faro de Orchila hasta la playa del Verodal pasa por unos paisajes espectaculares, que parecen salidos de una película de ciencia ficción tras una hecatombe nuclear. El conjunto de colores y diferentes tipos y formas de lava producto de sucesivas erupciones le dan a la zona una imagen indescriptible que nunca fui capaz de captar con la cámara.

El mejor día sin duda fue cuando quede con Manolo en La Hoya del Morcillo y nos fuimos juntos hacia la Restinga primero y a Tacoron después. Los baños en el mar sabían a gloria y el paisaje era para disfrutarlo. La compañía, pedaleando a la misma cadencia en las subidas, también se agradecía. Además, tanto en esos trayectos como cuando estas sentado mirando al mar, te permite hablar de cosas con un amigo al que hacia tiempo que no veías y que no consigues articular de la misma forma cuando lo ves solo un ratito.

Hoya del Morcillo

Y el día más raro y gracioso fue cuando nos juntamos 4 bicicletas eléctricas y sus correspondientes jinetes, y en un viaje de una descoordinación perfecta, llegamos al túnel de Timijiraque de forma separada. En la entrada estaba un equipo grabando parte de la serie de Movistar “Hierro” y como nos decían que pasáramos, lo cruzamos, separados los unos de los otros, sin ninguna luz, quedándonos a mitad del túnel sin ver nada. A la vuelta nos pusimos de acuerdo en pasar los 4 juntos el túnel, alumbrando con una pequeña luz de una de las bicicletas, pero en el ultimo momento, como si de nuevo el demonio de la descoordinación se hubiera apoderado de nosotros, cada uno se puso a una velocidad diferente y los volvimos a pasar sin ton ni son. Esta vez ya sabíamos que era mejor quitarse las gafas de sol antes de entrar al túnel y que si mirabas fijamente el punto de luz de la salida que se veía al final (el túnel es recto, es de un solo carril y tiene 950 m de longitud) era muy probable que no te chocaras con las paredes. Al final volvimos a superar la prueba y los del equipo de la serie nos miraban como si fuéramos extraterrestres ya que nuestra media de edad pasaba de los 60 y nos estábamos comportando como si ni hubiéramos pasado de los 10.

Como me quede con ganas de ver de nuevo el paisaje espectacular del faro de Orchilla, lo hice al revés, o sea desde Frontera hacia el Faro, junto con Manolo, y donde también el baño desde un pequeño muelle me supo a gloria.

Punta de Orchilla

Ese día, el viento, el peor enemigo del ciclista, nos estaba esperando a la vuelta para darnos en plena cara y recordarnos que el ciclismo no es solo diversión sino también sufrimiento. Lo que no me gusta del viento es que hace agacharte la cabeza, quieras o no quieras. En algunas bajadas era tan fuerte que incluso nos obligaba a pedalear.

Para mi fueron 6 días en bicicleta, disfrutando de los paisajes magníficos, incluso de las subidas más duras y con la recompensa de los baños en el mar. Pero también hubo tiempo para caminar, como el recorrido por una red de senderos en La Llanía, en la cumbre.

En La Llanía, con Manolo y Mariela

Cuando me preguntan cuál es la isla de todas las que he visitado en el mundo que más me ha gustado, hace tiempo que he llegado a la conclusión de que lo que realmente hace la diferencia es la gente y que, para mí, en el caso de El Hierro, consiste en al menos media docena de personas.

Salinas

En Las Puntas quedan vestigios de la extracción de sal por un sistema ingenioso de recogida de agua de forma natural con los embates del mar y que se conduce a una especie de pequeño embalse, de donde se va pasando a otros embalses hasta que la salmuera final se extiende en pequeños receptáculos donde el agua se acaba de evaporar, quedando solo la sal.


domingo, 7 de junio de 2020

Serie: Viajes sin mascarilla1



Jugando con Rümmelein
Este blog nació para narrar viajes y al final, como en la vida, se ha ido mezclando un poco de todo. Como ahora no puedo viajar y tengo tiempo, he recuperado un par de fotos olvidadas, pero que siempre tienen que ver con algún viaje de las que se hacían sin mascarilla.

Cuando hace siglos decidí no hacer el servicio militar, lo que en esa época estaba muy mal visto y además penado por la ley, dejé el banco donde trabajaba (sin pena ninguna), el baloncesto (con mucha pena), mis estudios (con sentimientos encontrados) y me fui de España, por lo que me declararon prófugo. Me fui en autostop a Alemania, a trabajar con un grupo de voluntarios a la comuna del Finkhof, con los que tantos años después sigo teniendo contacto.

En una comida del Banco, antes de la nueva normalidad
Estuve en total unos 6 meses en Alemania, trabajando primero en la comuna, luego viajando por Alemania y visitando grupos de objetores de conciencia, hasta llegar a Berlín para al final volver al sur, a la región de Allgäu, a casa de Herrman y Heidi. Esta pareja peculiar tenía dos perros San Bernardo y uno era Rümmelein, con la que me llevaba muy bien. En ese tiempo mejoré mi alemán, conocí otra forma de vivir, y supe que me quería dedicar a la agricultura ecológica, hasta que decidí que ya estaba bien de frío y que quería volver a mi tierra. En este entretanto en España habían aprobado el poderse declarar objetor de conciencia por lo que pude arreglar lo de mi declaración de prófugo.

Herrman y Heidi
Al poco de volver, nos fuimos el Ermengol y yo a vivir al campo, a la masía del Torrents, en Vimbodi, donde más tarde se nos unió el Esteve, quien finalmente ha comprado la masía, lo que nos permite a todos los amigos seguir yendo. Este año hemos celebrado allí los 40 años de esa fecha junto con algunos de nuestros amigos que nos venían a ver y que, a pesar de ell,o siguen siendo amigos. Para mí es cada vez algo emocionante ir a un lugar donde fui feliz y donde puedo ver tantos recuerdos incrustados en la casa.

La fiesta
Un par de años después, a principios de los años que les llamaban los 80, un día de diciembre, llegó Hermann, que venía en bicicleta desde Francia. Su ilusión de toda la vida era ir a ver el volcán Stromboli en Italia. Como a mí no me hacía falta gran cosa para apuntarme a ilusiones, aunque fueran de otros, un 6 de enero nos fuimos los dos, el en su vieja bicicleta de más de 50 años que le habían prestado y yo en la bicicleta que me presto el Esteve.

Aparte de ir de prestado en las bicicletas, por no tener no teníamos ni mapas ni ninguna idea de cómo llegar a la isla Stromboli, así que decidimos que lo mejor era ir hacia el sur. En Castellón, nos pilló una nevada, que según decía la gente, hacía por lo menos 40 años que no nevaba en ese lugar. Mientras uno de los puertos de montaña por los que pasamos estaba cerrado ya que ningún coche tenia cadenas, nosotros fuimos los primeros en pasar entre los aplausos de los conductores que esperaban el fin de los trabajos de las máquinas quitanieves. Como no teníamos cámara de fotos, lo que pongo aquí es tangencial y prestado, como las bicicletas.

La gran nevada del 12 y 13 de enero
Ya en Alicante, nos enteramos de que no había ningún barco que fuera desde España hasta Italia, lo que sigue dando una idea del nivel de información y preparación que teníamos. Desde allí, empeñados en seguir, y una vez consultado un mapamundi que vimos en una agencia de viajes, decidimos irnos en un barco que venia de Oran e iba hacia Marsella. En la espera del barco, que salía al cabo de un par de días, como teníamos muy poco dinero, nos atiborramos de naranjas de los campos de los alrededores de unas casas abandonadas donde nos quedábamos a dormir, lo que al final nos dio una enorme diarrea. Como no había papel del wáter en los baños del barco, Hermann, que era muy ingenioso, fue arrancándose trozos de su camisa hasta parecer un pirata. Toda la tripulación estaba encantada de ver a ese alemán tan estrambótico y venían en grupos a hablar con él. A mí me tocaba como tantas otras veces el papel de traductor.

De Marsella fuimos en otro barco hasta Córcega, travesía en la que todo el mundo vomitaba debido al mal estado de la mar. De Córcega recuerdo las enormes montañas que tanto costaba subir para luego bajarlas a todo lo que daba la bicicleta. Tras atravesar la isla, seguimos a Cerdeña en otro barco para continuar nuestro recorrido y finalmente, en un último barco fuimos a Sicilia, en otro viaje con muy mala mar.

Stromboli


En Sicilia vimos el Etna de lejos, pero queríamos ir a Stromboli, así que seguimos nuestro viaje. Después de informarnos en Messina nos dimos cuenta de que ese volcán, que lleva al centro de la tierra, aunque estaba relativamente cerca, con el poco dinero que nos quedaba ya no estábamos para coger barcos ni gastar en nada. No quedaba mas remedio que volver a casa, remontando toda la bota italiana por el lado del mediterráneo. Recuerdo el sur de Italia, parecida a la España rural de esa época y como el paisaje iba cambiando a medida que íbamos al norte mas industrializado. En el sur nos alimentábamos de algún pan que comprábamos y frutos secos que recogíamos de los campos. Solo una vez en todo el viaje nos dimos el lujo de ir a un restaurante, ni recuerdo en que lugar de Italia, y nos comimos hasta las migas de pan que quedaban encima del mantel.

Pasamos sin pena ni gloria por Roma y por Pisa, donde el máximo lujo que nos permitimos fue subir a su famosa torre para darnos cuenta de que las campanadas no eran de verdad y que sonaban grabadas por un altavoz. Por no llevar, no llevamos ni cámara de fotos, así que no hay absolutamente ningún recuerdo de ese viaje en si, que no sean las imágenes en mi mente.

Para dormir, lo hicimos siempre al aire libre, en campos o bajo algún árbol que nos parecía mejor para guarecernos del frío. Cuando llovía por la noche, nos tapábamos con plásticos que habíamos recogido por la carretera, abandonándolo cada vez por otro mejor que encontrábamos.

Ya en el norte de Italia, en la Spezia, nos separamos para ir cada uno a su casa. El viaje duro un poco más de 2 meses e hicimos en total unos 4000 kilómetros. Como fue en pleno invierno, nos nevó, nos llovió, y siempre hacia frío, pero dándole a los pedales se notaba menos. Años más tarde, en Alemania me contaron que Hermann se pasó años hablando de ese viaje y yo, todavía hoy, cierro los ojos y recuerdo partes que me veo incapaz de plasmar en el papel.

A finales de marzo llegué a casa del Agustí i la María LLum, con las manos y la cara quemadas por el frío y el sol del viaje. Durante dos días la pasamos hablando y contando las aventuras del viaje, que posiblemente, al fin y al cabo, sea lo más agradable y divertido de estas aventuras.

En el Mas del Torrents, en Vimbodi

Próximo viaje: El fin del mundo - la isla de El Hierro