Seguidores

viernes, 9 de enero de 2015

Belice


Todos los días me los pasaba haciendo esnorkel, descubriendo en cada esquina un nuevo mundo de peces. Di con algunas cuevas con restos de conchas de langostas, una de las comidas favoritas de los nurse shark. Y por fin, una tarde, vi el primero de estos tiburones que se acercaba a mí por lo que le puse la aleta delante del hocico para que no pensara que era una langosta. Estos tiburones no suelen atacar, sólo si se les acorrala o cuando hay sangre de peces arponeados cerca. Dicen que lo que entra en su boca ya no suele salir y además como no tienen nariz su manera de probar si algo les gusta es morderlo.
Por la tarde, en el muelle, empezaron a limpiar pescado para la cena y se llegaron a concentrar hasta 11 tiburones, entre lemon y nurse shark, peleándose entre sí por los restos de pescado y compitiendo con las rayas y los cormoranes que desde el cielo también arrebataban restos en la superficie.

Todos los días ví peces grandes y pequeños, grupos de tarpons que miden hasta un metro de largo, una familia de spotted Eagle ray, calamares, enormes barracudas y finalmente lo que yo identifiqué como un tiburón toro, enorme, gris y que me atraía y me daba miedo al mismo tiempo. El no sentía lo mismo por mí ya que se alejó sin despeinarse.

Fue una semana de andar descalzo, viviendo los días de 12 horas y casi que durmiendo las restantes, soñando las historias que traía el viento, nadando todo lo que mi cuerpo aguantaba, sin afeitarme, sin ducharme, porque después de tantas horas en el agua no hace falta ducharse y porque además, los piratas, no nos lavamos. Por la noche la brisa me trae sueños que se apelotonan y por la mañana no se discernir si fueron realidad porque se desvanecen como la bruma. Me acuesto al lado de la ventana y miro las olas que no se cansan de ir y venir.
Swampo en la isla que la provee de agua dulce
El día que le llaman de navidad amaneció lloviendo pero por suerte fue el único día sin un sol radiante. Algún día me preguntaba que como hacia cuando no hablaba inglés, y era muy fácil, simplemente no venía a Belice.


Finalmente con pena me voy de regreso a Guatemala y me paro en las ruinas mayas de Yaxha, no lejos de Tikal.


El último chapuzón es en el lago de Flores, de agua dulce, para sacarme tanta sal acumulada y volver poco a poco a la cruda realidad.

¡¡Y esta cerveza de Belice Belikin es a vuestra salud !!



martes, 6 de enero de 2015

Rumbo a Belice



Dejo atrás la navibasura que se ha instalado ya en toda Guatemala, rumbo primero a Puerto Barrios donde, en el mercado, una niña negra de pelo ensortijado vende pan de coco y unas tortas de jengibre, como nunca las había probado.

¿Quien se atreve a cortarse el pelo donde Brenely?

Al día siguiente tomo la lancha a Puntagorda y llego justo a tiempo para tomar el bus del mediodía que va a Dangriga. En el cruce a Hopkins, a pesar de lo que me dijeron, no hay taxis esperando. Le pregunto con mi natural simpatía y en mi mejor inglés a una señora negra que si hay algún bus que vaya a Hopkins y dice que en unas 2 horas pasará uno pero que cualquier vehículo nos puede llevar y ni corta ni perezosa, se levanta y con gesto enérgico para un coche con 2 negrotes dentro y les dice que nos lleven a mí y a dos jovencitas extranjeras hasta Hopkins, que está a unos 8 kilómetros. Lo hacen sin rechistar mientras el copiloto en el trayecto intenta tapar con la mano una escopeta que llevan delante. 
El lugar de donde sale el barco que tomaré al día siguiente está bastante alejado del pueblo, en un lugar muy bonito pero lleno de mosquitos. Además me entero de que ahí no se puede comprar nada y tengo que volver al pueblo para comprar algunas provisiones y que así la estancia en la isla no me salga tan cara. Voy y vengo, caminando a ratos y haciendo autostop con 3 vehículos, consigo regresar justo antes del anochecer.
Listos para zarpar desde el embarcadero del río
  
Al día siguiente después de navegar por unas 3 horas en el catamarán, acompañado de unos cuantos gringos, llegamos a North East Caye, una de las 4 islas que tiene este atolón y mi isla número 96.
Me dan una cabaña inclinada pero con tal de dormir encima del agua, como si me la dan del revés. La rompiente está a unos metros de mí y el sol me da en la cara cuando sale por la mañana. Nada más echarme al agua ya veo langostas enormes, mantas y barracudas.
 
Mi cabaña al atardecer