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sábado, 17 de junio de 2017

Nuez moscada

Nuez moscada: una de las especias por las que se conoce estas islas y que sigue siendo cultivada
Aunque me dicen que en Pulau Hatta se pueden ver todavía tiburones martillo en esta época del año, no tengo ganas de bucear con botella y lo dejo para la próxima vez. Todavía me quedan dos días más y pienso en ir a Pulau Run, mi original destino, pero por lo lejos que está, por la lluvia y por la inseguridad de que haya barco para volver, me decido por ir a Pulau Ai, que está más cerca.

Botes públicos entre islas, exóticos por fuera, sofocantes por dentro

La lluvia no parece que vaya a parar y la travesía, con viento, se las trae, con olas de lado y la barca apestando a diésel. Pienso que si esto se hunde, aquí no se salva nadie. Después de que todo el día sigue lloviendo a mares, decido regresar a Bandaneira al día siguiente ya que no parece que vaya a escampar. Me queda pendiente ir a Pulau Run y su islote Nelaka, así que tendré que volver.

Fort Rotterdam

Aprovecho los pocos momentos sin lluvia para visitar la ciudad y el fuerte Rotterdam, de la época colonial holandesa. Alrededor, las casas son bonitas, con jardín y muchas aprovechando los cimientos de los antiguos muros de la ciudadela holandesa, algunas aún bien conservadas.
Como buenos musulmanes los habitantes de estas islas no tienen perros lo que te permite pasear por la ciudad, aunque sea de noche, sin que te estén ladrando continuamente.

Una vez a la semana cierran la pista para que aterrice y despegue la avioneta. El resto del tiempo, vía libre.

Como el billete de avión vale 10 euros más barato que el barco me decidí por intentar volar ya que así me ahorro la mala mar y la paliza de las 6-7 horas en barco. Al volver de Hatta, después de llamar infructuosamente al representante de la compañía aérea, el dueño del hospedaje donde me quedo, Alan, me dice que vayamos a su casa, que seguro que está durmiendo. En el trayecto de 5 minutos en moto me cuenta que el representante de la compañía de aviación es el marido de la hija de su hermana y efectivamente, llegamos a una casa particular, y lo encontramos durmiendo en el sofá a las 10 de la mañana. Quitándose las legañas me rellena el billete y me cobra el importe real (sé que otros han pagado el doble con tal de asegurarse un sitio).

Casa dentro de una casa

Después de 3 días de mal tiempo, lloviendo casi sin parar, con mala mar, los ánimos de los pocos turistas que están aquí empiezan a cambiar. Sin sol, nada es bonito, con olas no se puede nadar y algunos empiezan a estar irascibles. La pareja checo-alemana de la habitación de al lado pasan de decir “me encanta Indonesia“ a decir “los indonesios me ponen de los nervios”. El problema es que hay una cierta sensación de estar encerrado ya que Bandaneira tiene sólo un vuelo semanal a Ambón (sólo 10 plazas) aunque no es seguro que la avioneta vuele y están los barcos Pelni, uno a Ambón y otro a las islas Kei, cada 15 días. Además el barco rápido con el que vine hace el viaje a Ambón 2 veces por semana, aunque debido al mal tiempo no ha venido y no se sabe cuándo lo hará. Algunos extranjeros ya saben que han perdido su vuelo de conexión en Ambón. La pareja checo-alemana están desesperados por salir de aquí pero mi vuelo y el de la siguiente semana ya están completos y los barcos tardarán todavía 1 semana en llegar. !Bienvenidos a la época de los monzones! Yo he tenido suerte disfrutando de 3 semanas a pleno sol y ahora me voy volviendo despacito a mi casa camboyana.

Makassar, una mezquita con un diseño futurista

Ya en Makassar, al sur de Sulawesi, repaso todo lo que he visto, sobre todo bajo el agua y ya me queda claro que tengo que volver. Había pensado en irme a alguna otra isla en Camboya o Vietnam en los días que me quedan, pero desisto de ello ya que sé que no estarían al nivel de las que he visitado en Indonesia.
En la ciudad, me llama la atención su caos en las calles. Las aceras no existen, las reglas de tráfico tampoco, las motos van por donde quieren, los grandes SUV se mezclan con las lentas Rikshaw, los atascos son monumentales. Los semáforos o no funcionan o son ignorados, las rotondas, congestionadas, no permiten avanzar en ninguna dirección. Cuando alguien quiere hacer un cambio de sentido o simplemente entrar a una calle perpendicular, pero al lado contrario de su marcha, parece casi misión imposible. La solución viene de la mano de lo que en España serían los aparcacoches y aquí se convierten en verdaderos directores de tráfico, un ejército de jóvenes desarrapados, que se encargan de parar el tráfico para que un vehículo se cruce, o incluso para permitir que peatones puedan pasar la calle. Algunos les dan dinero, otros las gracias y otros ni eso. Hay quien diría que son nuevas oportunidades de trabajo. Yo digo que es la dejación de la función pública incapaz de lidiar con las consecuencias de un desarrollo desenfrenado que se balancea en el filo entre el caos y la improvisación.


Ya en Camboya, me alquilo una moto y paso por el famoso puente de bambú de Kampong Cham, en el rio Mekong, reconstruido cada año cuando acaba la época de lluvias

Sólo se vive una vez es una frase que he oído un par de veces en este viaje. También que hay que aprovechar el momento (o fue el momentito, lo que dijo Raquel?), lo que va en el mismo sentido. Y en eso estoy, acabando mis vacaciones y pensando como maximizar el tiempo en las próximas y vivir lo que quiero hacer.
Después de un mes en Indonesia, donde he intentado aprender algo de este idioma para poderme comunicar un mínimo, lo que he conseguido es olvidar casi todo el poco camboyano que aprendí, mientras por el otro lado, Rataná también parece haberse olvidado de mi después de mis largas vacacione sin ella. Así es la vida, un momentito ….., o quizás dos, o más.
Al final pero, me alegro de volver a mi casa, mi jardín, mi rutina, mi trabajo ya que las vacaciones, en realidad, sólo son un espejismo.

Al fondo, el algodón y la papaya compitiendo en altura