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miércoles, 17 de enero de 2024

El impresionante Amazonas

 El impresionante Amazonas

Llegada de mi barco, el Amazon Star a Belém (el nombre de la ciudad es Belém do Pará, de donde vienen las famosas nueces de Brasil)

El fin de año lo paso en Belém, en la Estaçao das Docas, el antiguo puerto actualmente en remodelación, pero no fue nada espectacular. Había una fiesta bastante popular con mucha gente lo que me agobiaba y me fui pronto.

Fin de año en Estaçao das Docas

Al día siguiente fui a la isla de Combu, donde hay una mujer que hace chocolate, Doña Nena, que lo produce con el cacao de una finca de 7 hectáreas agroforestales. Lo vende a los turistas en un modelo que se puede parecer bastante al que se podría implantar en Canarias. Tiene a 14 personas empleadas lo que da una idea de lo rentable que es este negocio agroturístico.

Chocolate en la isla de Combu

Tanto para ir al puerto en una zona algo apartada de Belém, donde salen los barcos a la isla, como luego al regreso, lo hago caminando, a pesar de que me dicen que no lo haga porque es peligroso. Me quedo sorprendido de la cantidad de gente que hay durmiendo en la calle hecha polvo y de la miseria que se ve. En la parte colonial, donde está el famoso Mercado Ver-o-Peso, hay zonas donde no te atreves a pasar. En esta zona te recomiendan que a partir de las 5 de la tarde no camines por la calle. Una ciudad que no se pueda caminar pierde todo el interés para mí, así que decido irme al par de días.

Mercado Ver-o-Peso al fondo y los buitres por todas partes

Como ya llegué adonde quería llegar (sigue pendiente averiguar lo del sueño y el reto) emprendo el regreso. Brasil es muy grande y todo hay que hacerlo en avión si no quieres pasarte varios días viajando como ya he visto. Por eso decido seguir indagando en el Amazonas, aunque usando el avión para regresar, primero a Manaos y después a Tabatinga, para pasar luego finalmente a Leticia.

El famoso y precioso palo de Brasil en la selva del río Negro

Tanto en Manaos como en Leticia he hecho dos tours, durmiendo en cada sitio 3 noches en la selva, alguna en hamaca y las otras en habitaciones rústicas. Llegué al Amazonas el 12 de diciembre y me voy el 16 de enero, más de un mes recorriendo lugares alrededor del río, sin perderlo casi nunca de vista y me queda claro que sólo he visto una mínima parte. Más de la mitad de este tiempo he estado en la selva o navegando por el río y el resto en pueblos y ciudades aledañas.

Campamento para dormir en la selva del río Negro

Solo viajando por el Amazonas te puedes dar cuenta de su inmensidad, sólo viéndolo, navegándolo, porque no tenemos en nuestra zona geográfica nada que se le pueda igualar. Tanto en algunos afluentes como en el propio Amazonas ha habido lugares en que no se veía la otra orilla como si fuera un mar inmenso. Cuando lo sobrevuelas en avión ves los ríos serpeantes que desafían las líneas rectas y ves la selva que no parece tener fin. He leído que la cuenca del Amazonas vierte al mar tanto caudal de agua en un segundo como el Támesis en un año. Y lo que me pareció al principio exagerado ahora pienso que quizás se queda corto.

En avión de Belem a Manaos

Los árboles superan en altura, pero sobre todo en grosor, lo que uno está acostumbrado a ver. Soy incapaz de recordar todos los nombres de los árboles que me han ido mostrando en las diferentes excursiones por la selva, sus usos, tanto medicinales como para la construcción, o algunos que al golpearlos sirven para avisar donde está uno. Algunos árboles de hasta 40 m de altura no me cabían en la foto, uno de los más bonitos es el palo de Brasil, de un intenso rojo, del que dicen que dio su nombre al país. Luego estaban las palmeras, tanto las comestibles como el Açai, como otras de las que se aprovechan sus hojas para el techado de casas y que sirven de refugio a las tarántulas. Hay un montón de cosas que te muestran de cómo aprovechar los recursos que te da el bosque y te queda claro que si vas realmente adentro, no duras ni un par de días.

Árbol teléfono

También se ven zonas deforestadas, que han convertido en pasto para animales y se ven pasar las barcazas con madera por el río. Por la noche se pueden ver los incendios que en su peor momento llegan a hacer irrespirable el aire de Manaos cuando en la época seca el viento dirige hacia allá el humo.

He encontrado árboles de cacao, tanto en Manaos como en la zona de Perú, que no sé si son silvestres, producto de su diseminación por animales o plantados por el hombre. En casi todos los casos tenían muy pocos frutos y estaban solos, inmersos dentro del conglomerado de la selva. Los frutos estaban llenos de hongos o no estaban maduros con lo que no he podido traer ninguna semilla.

Árbol de cacao (fruto inmaduro en el lado izquierdo)

Si uno espera ver animales grandes en el Amazonas, quizás es mejor que vaya a un zoológico. Debido a la inmensidad de la selva, los animales son difíciles de ver. En todos los tours que he hecho he visto muchas aves (tucanes, loros, guacamayos, garzas, camungos, tucutucu, oropéndolas, patos silvestres…). Hay unas 1300 especies de aves en el Amazonas de las que la mitad son endémicas. También he podido ver algunos perezosos, pieles de la muda de serpientes, diversas arañas y tarántulas, escorpiones, sapos, delfines rosados y grises y pirañas, así como pequeños caimanes y sus ojos por la noche cuando los enfocas con la linterna. En las excursiones por la selva siempre hemos seguido caminos trillados por turistas como nosotros o por los propios pobladores que los utilizan para ir de caza. Por eso los animales raramente se dejan ver por ahí. Sólo los delfines, de los que me ha asombrado la cantidad que he visto, vienen a ver qué pasa cuando oyen el motor de un barco.

Tarántula

He aprendido que el Amazonas también se compone de sonidos, sobre todo por la noche y que los indígenas conocen y saben imitar: los sapos, las chicharras, los caimanes hembra llamando a sus crías, los monos, las águilas (arpía, marrón, pescadora) incluso los mosquitos que no dejan de hacer pasadas cerca de tu oído, el motor de los barcos que ellos saben distinguir uno de otro, lo remos al golpear el agua, la lluvia cuando cae con furia.

La humedad y el calor están presentes todo el tiempo. Para entrar a la selva hay que llevar ropa gruesa de manga larga y pantalones largos, si puede ser dos de cada uno ya que los mosquitos atraviesan fácilmente una pieza. Si llueve, la humedad es el doble, por dentro y por fuera, ya que si te pones algún tipo de chubasquero todavía sudas más. Pero quizás sea eso lo que todavía protege algo estas zonas, su clima tan inhóspito que no permite asentarse fácilmente aquí ni adentrarse mucho.

En Gamboa, con ropa de lluvia, la que llega en un momento y lo anega todo. Al rato, si acaso, sale el sol, y el suelo arenoso se seca rápidamente mientras el agua queda retenida en el suelo y la humedad de la selva

Las hormigas también están siempre presentes, picándote los pies si andas descalzo y te topas con ellas, o atacando cualquier tipo de alimento que dejes a su alcance. La única forma es aprender a convivir con ellas.

Una de las compensaciones que tienes son los amaneceres y puestas de sol, espectaculares y los lugares donde puedes estar horas contemplando el paisaje.

Puesta de sol con lluvia

Como turista uno se mueve solamente en los bordes de la selva, que es lo que nos permite en cualquier momento regresar a la civilización para disfrutar de las comodidades a las que estamos acostumbrados. Entrar más hacia dentro significa no tener luz, tener que navegar a remo o hacer caminatas extenuantes, estar expuesto a picadas de animales que no conocemos, no tener ninguna seguridad de lo que nos deparará el día en un medio al que somos completamente extraños.

El Amazonas es tan grande que por eso no se ven animales, que se esconden del humano y sobre todo, que salen de noche. Solo cuando reduzcan su superficie por la presión de la gente, las quemas, los nuevos cultivos y las poblaciones que se van asentando, se les podrá ver, arrinconados en pequeñas reservas, como se puede ver en la actualidad en lugares como Kalimantán en el sudeste asiático o en las reservas de safaris en África.

Deforestación en la zona de Perú

La tripe frontera (Leticia-Colombia, Tabatinga-Brasil y Santa Rosa-Perú) te permite pasar de un país a otro sin pasaporte ni trámites burocráticos, al menos mientras no te adentres muy al interior o vayas a otras poblaciones. Esto fue lo que me permitió pasar los últimos días en la selva de Perú, en una población llamada Gamboa y en una casa en un lago más al interior.

Casa para turistas en Perú, en lago del río Gamboa

Los mosquitos casi en ningún momento dan tregua (sólo cuando es verano, en la época seca que va de agosto a noviembre, antes de que llueva). Aun cuando uno se protege tapándose encuentran cualquier hueco entre la ropa, o van directamente a las manos o las orejas, que están libres de protección. Su hora pico es las 6, tanto de la mañana como de la tarde, y en ese momento no perdonan y te vienen a buscar donde estés. La única opción es protegerte dentro de una mosquitera, no hay más.

El sol cuando sale es tan fuerte que seca en un momento la ropa que has tendido, sudada o mojada por la lluvia. En los poblados enseguida ponen la ropa en las cuerdas cuando sale el sol, porque continuamente viven con la ropa mojada, sea porque llueve o porque andan metidos en el río.

Ropa al sol en Gamboa

Tanto por los viajes en barco como por los ritmos de la selva me he acostumbrado a levantarme a las 5 de la mañana, para después hacer caminatas, ir a pescar, a remar en el río, por lo que cuando son las 8 de la noche ya me estoy cayendo de sueño. Y así termino esta última entrada en el blog de este viaje, cayéndome de sueño antes de subirme al avión que me lleva a mi vida más o menos normal, horrorizado de tener que volver a ponerme pantalón largo y zapatos, mientras ya empiezo a pensar en el próximo destino, esta vez africano.

El impresionante Puerto de Manaos, con el puente que cruza el río Negro antes de juntarse más adelante con el río Solimoes

domingo, 14 de enero de 2024

De Manaos a Belém en barco

 


Mientras he viajado en barco en Brasil, he ido cambiando de horario, ya que hay hasta 3 horas de diferencia entre Leticia y Belém, viajando de oeste a este. Me doy cuenta porque cuando pasamos cerca de un pueblo grande me puedo conectar a internet con el teléfono y se me cambia la hora automáticamente.

En el primer barco, el orden era total, con un marinero mirando que las hamacas estuvieran bien colocadas, que no molestaran a nadie ni impidieran el paso, todo estaba limpio, la comida organizada. En este, quizás por su mayor tamaño, o por el menor tiempo de navegación, cada uno pone la hamaca donde quiere, el suelo está lleno de restos que la gente tira, el bar es un desorden y he visto gente emborracharse después de tomarse unas cuantas, bastantes, cervezas.

La vida alegre en la cubierta del barco

Sigo leyendo, escribiendo y viendo donde ir cuando llegue a Santarém. Finalmente me decido por Alter do Chao, un lugar al que llaman el Caribe amazónico. Tiene lo que les gusta a los brasileños, playas de arena blanca, restaurantes que te sirven la comida en mesas que están dentro del agua, excursiones de una playa a la otra. Yo voy porque estoy interesado en ir a FLONA (Floresta Nacional do Tapajós). Los barcos para Belém sólo salen el lunes y el viernes, así que como llego el lunes me tocará esperar hasta el viernes para poder embarcarme.

Las famosas playas de Alter do Chao, en la desembocadura del río Tapajós al Amazonas

Hago tiempo paseando por el pueblo, por la isla que llaman del amor, a escribir y planificar los siguientes pasos sin llegar a ninguna decisión. Ya en Belém veré que hacer.

Aprovecho la estancia en Alter do Chao para irme de excursión a la selva de Tapajós

Regreso a Santarém para embarcarme y esta vez, cuando veo un par de turistas, me pongo a su lado. No es el mejor lugar porque está a popa, o sea con el ruido del motor, pero al menos puedo hablar en francés con ellas. Al otro lado se ha instalado una pareja de EEUU y cerca hay un colombiano.

Me ha gustado ver como se resuelven los pequeños conflictos por el espacio sin peleas, sin broncas. Cada barco es diferente y nunca sabes cuánta gente va a subir, donde, ni cuando, obviamente todo el mundo quiere estar cómodo y tener espacio, pero todos se acaban acomodando a lo que hay.

Puestas de sol como fuego, aunque también vimos alguno de los famosos incendios del Amazonas en el viaje

Me ha llamado la atención el mundo de las tiendas en las zonas populares de estas ciudades. En Manaos tenían unos voceadores que con micrófono en mano van contando una serie de cosas que, seguro que no son verdad, con descuentos increíbles, promociones, pero que al parecer atraen a la gente. Luego hay unos vigilantes dentro de las tiendas grandes que están sentados en unas sillas altas, como las de los jueces de los partidos de tenis, y desde ahí controlan que nadie se lleve nada sin pagar. Tienen una enorme cantidad de gente trabajando en las tiendas, señal de que les paga poco. El aire acondicionado está a varios grados bajo cero, o eso me parece a mí. También eso atrae a la gente por el calor que hace fuera y hasta yo he entrado alguna vez para refrescarme un poco. Todo esto, claro está con las puertas

abiertas de par en par, o sea con un gasto energético enorme que seguro que lo paga el cliente. En Santarém los voceadores ponían la música a todo volumen, sobreponiéndose la música de una tienda a la del lado. También parece que les gusta esto a la gente. Ocupan una parte de la acera con sus mercancías, ya de si estrecha, así que no pueden pasar dos personas a la vez.

Uno de los famosos árboles de caucho

De la ciudad de Santarém me gustaba el paseo marítimo fluvial, al lado del Amazonas. Durante el día no había un alma, por el calor que hace, y por la tarde cuando entra la brisa, todo el mundo se pone a pasear arriba y abajo y a tomar o comer algo. Enfrente de donde desembarcan las lanchas y los barcos de la gente que viene de los pueblos cercanos están todas las tiendas que venden motosierras y productos químicos para acabar con la selva.


Todo y así pude ver varios perezosos en un área cerca de la ciudad


Trayecto Santarém -  Belém

En Santarém había varios puertos con barcos de pasajeros que me preguntaba siempre adonde irían

La ruta entre Santarém y Belém, en el barco Amazonas Star, con 2 noches y dos días en el barco ha sido con diferencia el viaje más bonito. De que vivirán la gente que vive en las riberas es lo que se pregunta uno. Cuando se acercan al barco, se ve que llevan pescado que han estado pescando. También pescan camarón y cosechan palmito que vienen a vender al barco. En las casas tienen paneles solares con lo que al menos tienen luz y parece que también televisión. Al parecer hay una subvención del gobierno para los indígenas, que reciben las mujeres para que así no abandonen sus poblados para ir a engrosas los cinturones de miseria de la ciudad. Muchos vienen con sus barquitos y sus niños a pedir comida y ropa que la gente les tira en bolsas de plástico al agua.

Los niños salen en sus botes a pedir comida

En el trayecto hacemos varias escalas y en Gurupa vamos hacia Itamarati, a partir de donde el barco va pasando por canales estrechos donde se puede apreciar la vida en los bordes. Pasamos por Bom Jardin hacia el Furu Tajapuru y nos dirigimos al poblado de Antonio Lemos. En este trayecto no quería hacer muchas fotos por el trabajo que lleva pasarlas al ordenador, clasificarlas y escoger las mejores. Pensé en hacer sólo 5 o 6 y acabé haciendo 200, ya que en las zonas donde navegábamos cerca de la orilla o en estrechos canales cada paisaje que veía me parecía más bonito que el anterior.

Casas con paneles solares (las cajitas azules)


En Gurupa sube a las 6 de la mañana una familia grande que mira los puestos libres entre las francesas y yo. Finalmente se instalan en el medio, más caluroso, pero donde hay espacio. El que paga el pato es el colombiano al que literalmente desplazan. Al final como siempre, con pequeños cambios aquí y allá, todos encuentran acomodo y las francesas y yo seguimos disfrutando de nuestro espacio vital.

A veces pasamos por canales que ni salen marcados en el mapa


Aunque había leído en un blog que este era el peor barco no me lo ha parecido tanto. Tenía sus cosas buenas, como el bar y terraza con mesas de la parte de arriba y menos buenas como los pocos baños y alguna que otra cucaracha. Los niños disfrutaban con las duchas que había en la parte alta del barco con agua del río.


Cuando sube alguien se sienten los nuevos olores, de la naftalina de las hamacas que se va difuminando al rato, el olor de la bolsa de zapatos que te ponen debajo de tu hamaca y que no se disipa tan rápido, la comida que algunos prepararan en un pequeño hornillo o que se traen del comedor e impregna los alrededores, el sudor, y el desodorante que se aplican generosamente después de cada ducha.



Llegamos a Belem a las 6 de la mañana. En total he pasado 140 horas en los tres barcos, han sido 6 noches y sus días en los que sólo me he duchado 2 veces, a pesar de que la humedad se te pega a la piel, porque el agua marrón me tira un poco para atrás.

Me quedo con las ganas de ir a tantos sitios en Brasil, sobre todo Sao Luis, Salvador de Bahía, Illheus y otras zonas cacaoteras. Quería ir a Altamira, una zona cacaotera importante, pero leí que era una de las ciudades con índices de criminalidad más alta de Brasil. Así que lo dejo para otra ocasión.

Hemos podido ver en el trayecto algunas zonas deforestadas y barcazas cargadas con madera

Tanto en el barco, como en la calle, la gente me toma por brasileño y me comenta o me pregunta algo. Creo que esto es una suerte ya que no me identifican como extranjero, pero sé que nunca podré ser brasileño porque no se cantar canciones, mientras ellos se saben las letras de todas, y porque además les encanta hacerse fotos a todas horas y en cualquier lugar.

Mural en Alter do Chao


 

miércoles, 3 de enero de 2024

MANAOS

 


Después de 3 días de navegar, por un río inmenso, el barco llega a Manaos con retraso. Consigo llegar al hotel andando antes de que anochezca ya que está en la zona del puerto y no parece ser de las zonas más recomendables. De ahí me voy al centro, a la plaza donde está el famoso teatro de Manaos y ceno en uno de los restaurantes de moda, Timbiqui de Banda. Pago lo mismo por la cena que por los 3 días de comidas en el barco. Al día siguiente la fuerte lluvia no me deja pasear por la ciudad como era mi intención, a duras penas llego al puerto donde compro un tour a la selva para los siguientes tres días, el primero que me ofrecen, y el billete para seguir después en barco hasta Santarém, mi siguiente destino.

Con algunas dificultades, me hago finalmente con una tarjeta SIM, ya que si no eres residente no te la venden, pero al final lo consigo pagando un poco. En el centro la parafernalia navideña no te deja casi ver el teatro. Me queda claro que aquí tampoco podré escapar a toda la basura navideña (o baboseo navideño como dice un amigo).

Al día siguiente empezamos puntualmente el viaje que nos llevará al tour en la selva, el cual parece estar bien organizado, con un vehículo que nos recoge a los turistas en los hoteles, luego un barco que nos cruza el río y un VW bus que nos espera para llevarnos hasta otro puerto a 40 km, primero por carretera y luego por una pista de tierra roja, arcillosa, que no quisiera pasarla con lluvia.

Una pista de tierra que parece africana

Por el camino vemos un puente de hierro caído que da cuenta de la fuerza del agua cuando crece el río o de la corrupción, al ahorrar en los materiales de construcción, como dice el conductor.


Escaleras que dan idea del nivel del agua tan bajo

Llegamos a otro puerto donde hay un barquito que nos espera para llevarnos un trecho por el río Paraná de Marmori. De allí caminamos unos 500 m para volver a coger otro barquito que ya nos lleva al destino final, el Lodge Ipanema.

Más tarde nos cuentan que el tramo que hemos andado en realidad suele estar cubierto por el agua conformando lo que es el lago Ipanema que ahora está reducida a su mínima expresión debido a la mayor sequía que ha habido en los últimos 120 años en el Amazonas.



El nivel más alto del agua se puede observar en los árboles o en las escaleras que hay que bajar para llegar al agua y que está hasta 10 m por encima del nivel actual. En algunos sitios, en el último tramo, el bote toca a veces el fondo.

Lodge Ipanema

Si hasta aquí todo el viaje ha estado perfectamente coordinado, la estancia en el hotel será algo más caótica. Nuestro guía, Marsinho, al que cuesta entenderle, aunque supuestamente habla inglés y español, no da informaciones precisas y para el todo es una broma. Así que paciencia, será el carácter amazónico pienso y después de comer, ya nos organizan una excursión a un pueblo indígena, para lo que tuvimos que caminar por un pantanal, donde cada vez había más agua hasta que acabamos metidos hasta la cintura. Parte de la desorganización y hasta Marsinho estaba sorprendido de que hubiera tanta agua en este lugar.

Pasando el pantanal

En el poblado, que en realidad era una casa, por lo menos en la parte que vimos, no había mucho que hacer más que ver jugar a los niños, que eso sí, no tienen móviles y jugaban con los artilugios tradicionales, como antes, con una tabla de hacer equilibrio, una pelota de fútbol, …También pudimos jugar con los loritos mientras esperábamos a la cena que nos preparaban, supongo que como una forma de remunerarles luego a la familia nuestra visita.

Cuando se hizo de noche y encendieron la luz hubo que entrar corriendo a la casa y cerrar todas las puertas y ventanas. Todo y así, una multitud de insectos, sobre todos unos coleópteros que medían al menos 2 cm se colaron con nosotros y por algunas rendijas y no pararon de volar y pegársenos al cuello, a las piernas, en los brazos. Ya he vivido esto antes y sé que lo de los insectos puede ser agobiante. Una pareja india, que ya se lo pasaron mal en el pantanal, casi no comieron por los insectos que les caían en la comida (eran vegetarianos) y en la bebida, que todo el rato tapaban con la mano, y que no veían el momento de irse. 


El regreso lo hicimos en bote ya que era de noche y no era recomendable pasar caminando por el mismo sitio con agua, por los caimanes.

Vista desde la comunidad

Cuando llegamos a nuestra estancia, yo me fui a mi cuarto a lavar la ropa que estaba llena de barro mientras un par de los otros turistas se iban a ver caimanes en la orilla del lago. Y cogieron uno de 2,5 m, justo al lado del hotel, y yo me lo perdí.


Por la mañana tocaba ver los delfines en el río, que se esconden cuando los fotografías, saliendo siempre por donde no estás mirando. Estuvimos buscando un oso perezoso por la selva, pero no encontramos ninguno mientras veíamos pasar los tucanes, que parece que vuelen rápido para que no se les caiga el enorme pico que llevan por delante. En las zonas de agua por donde pasamos había innumerables garzas volando majestuosas y buscando comida entre las hierbas. Los jacarés, pequeños caimanes, saltaban al agua por el ruido del motor cuando nos oían pasar.

Por la tarde tocaba acampada en un trozo de pseudo-selva, pero yo y un par más nos quedamos en nuestras habitaciones. No tenía ganas de jugar a hacer camping. Ya lo haré en el barco a Santarem.


Fuimos a ver una enorme ceiba que estaba al otro lado del río, de quizás 100 o 200 años y luego fuimos a pescar al lago con redes y cogimos unos 20 peces, que harían parte de la comida del mediodía, antes de irnos. A la hora de partir se puso a llover torrencialmente, lo que es bueno para el río, pero nos obligó a esperar que pase.

También le dedicamos un rato a pescar pirañas en el rio y como yo ya había pescado cuando estuve en Puerto Nariño ya me sabía el truco de no esperar a que piquen sino tirar enseguida del anzuelo y subirlo ya que son más rápidas que uno.


En el bosque me picó un avispón, que me dejó el brazo hinchado y caliente. Eso y algunas picadas que no sé de qué son, es lo único que me he traído de la selva. Me ha llamado la atención los jóvenes veinteañeros que había en el lodge (alemán, francesa, belga) que han estado estudiando en Brasil y que se pegan aquí unas vacaciones de fin de curso, todo pagado por sus padres. Definitivamente estamos en una generación en que los padres le dan todo y más a sus hijos. Me da por recordar mis precarios viajes cuando tenía su edad.

Los turistas y Marshino

Al día siguiente, 21 de diciembre, de nuevo en Manaos, cuando ya sólo me quedan 4 semanas de vacaciones, voy al puerto a embarcarme en el Ana Beatriz V, un barco con capacidad para 1400 pasajeros y unos 50 vehículos. Como la otra vez, al principio me siento contento con el lugar elegido y el espacio que tengo, pero una familia que llega más tarde (tuvimos 4 horas de retraso en la salida) me acaba sacando de mi sitio y me voy a una zona intermedia, con más espacio, pero menos vista.

He aprovechado los viajes en barco para leer a ratos el libro de Alejo Carpenter, “La consagración de la primavera”, escrito en 1978, que me había recomendado mi amiga Irene (la de Cuba) y que a quien le guste leer sobre este país (hasta el momento de la Revolución) y algo de la guerra civil española y las brigadas internacionales, además de apreciar lo que es escribir bien, se lo recomiendo yo también.

Puerto de Manaos

En algún momento me pregunto porque hago este viaje, ya que el vuelo a Manaos desde Tabatinga dura sólo 1 hora, y cuesta sólo 5 veces más, unos 220 euros. En el caso de las familias lo entiendo porque son varios, llevan en algunos casos mucho equipaje y esa diferencia de precio se les haría muy costosa. Pero en mi caso, es porque me atraen los barcos, los ríos, navegar y porque quería hacer este viaje. Cuando lo haya hecho y si vuelvo a venir por aquí ya decidiré si lo repito o no. Además, esto era un sueño, pero según voy avanzando me pregunto si el sueño se ha convertido también en un reto. Sigo reflexionando sobre la tenue línea que separa los sueños de los retos, pero no llego a ninguna conclusión, de momento.

El impresionante encuentro de las aguas del río Negro y del Solimoes para formar el Amazonas