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lunes, 17 de noviembre de 2025

Historietas - BELICE

 


North East Cay

Desde el norte de Guatemala, en Livingstone, se puede tomar una lancha a Puntagorda, ya en Belice (ver mapa de la entrada anterior), adonde llegué con el tiempo justo para montarme en el bus del mediodía que va a Dangriga. Tenía que bajar en el cruce a Hopkins, y allí, a pesar de lo que me habían dicho, no había taxis esperando. Le pregunté con mi natural simpatía y en mi mejor inglés a una señora negra, de esas como sacada de una película gringa y que estaba sentada al lado de la parada, si sabía de algún bus que fuera a Hopkins y me dijo que en unas 2 horas pasaría uno pero que cualquier vehículo me podía llevar. Ni corta ni perezosa, se levantó y con gesto enérgico paró un coche con 2 negros dentro y les dijo en un creol del que no entendí nada que me llevaran hasta Hopkins, que estaba a unos 8 kilómetros por una pista algo deteriorada. Lo hicieron sin rechistar, diciendo “Yes M’am”. En el trayecto el copiloto intentaba tapar con un trapo una escopeta que llevaban delante, entre los dos asientos. 

Yo había ido a Belice para pasar una semana en una isla que me había quedado en la retina de un viaje anterior. Había hablado en mi anterior viaje a Belice con un alemán en un bus, que venía de allí y me contó que había pasado unos días en ella, sin nada que hacer más que nadar, mirar el agua por el día y las estrellas por la noche.

Al llegar a Hopkins me quedé en un hotel que está en las afueras (a unos 5 km del pueblo), al lado del Sittee River, lleno de mosquitos y de donde salía el barco al día siguiente. Hablando con la gente del hotel me entero de que en la isla sólo están las cabañas y la casa de los dueños (es una isla privada) y si quieres comer, o vas al restaurante que tienen, donde la comida es bastante cara o te llevas tu propia comida, ya que las cabañas tienen cocina y al menos te ahorras algo de dinero. Así que como era todavía media tarde me fui caminando otra vez al pueblo y en el primer supermercado que encontré compré algunas provisiones con la idea de alargarlas todo lo posible en la semana en la isla. Para regresar no vi ningún taxi y me dije que tocaba caminar de nuevo. En todo ese ir y venir se había hecho tarde e iba a hacerse de noche dentro de poco. A pesar de que me daba prisa, entre el peso de lo que llevaba y la paliza que me había dado a lo largo del día vi que se me iba a hacer de noche por el camino. Por esa pista, que no estaba ni asfaltada, pasaron dos coches a los que hice autostop, pero ni me miraron. El tercer coche que pensé que también iba a pasar de largo de pronto paró y se bajó una mujer que me dijo si estaba loco de caminar a esas horas por ese lugar, que si quería que me atracaran. Cuando miré dentro del coche vi que iba una abuela, muchas bolsas con comida y un montón de niños. No se cómo consiguieron hacerme sitio, pero así fue y conseguí llegar sano y salvo al hotel.

Al día siguiente, hacia el mediodía, salimos unos cuantos extranjeros con el catamarán de los dueños de la isla. Después de navegar por unas 3 horas, llegamos a North East Caye, una de las 4 islas que hay en ese atolón. Me asignaron una cabaña inclinada, pero con tal de dormir encima del agua, como si me la dan del revés. La rompiente estaba a unos metros de mí y el sol me daba en la cara al despertarme por la mañana. Todo un lujo.

El catamarán

La isla es muy pequeña, tanto que para ir a cualquier parte buscas siempre el camino más largo en el que tardas menos de 10 minutos. Allí las iguanas son las que mandan cuando no hay nadie, las tortugas nacen con prisa para escapar de los depredadores que las esperan, el agua es transparente como el cielo, los cangrejos ermitaños salen a comer las sobras por la noche y las langostas enormes se aprietan dentro de pequeñas cuevas en las que ya casi no caben sin conseguir esconder sus antenas que las delatan. Las barracudas patrullan en formación los alrededores del arrecife y un viejo te cuenta historias, que no importa de cuando son, ya que todas son antiguas. Mi cabaña era grande, toda de madera y lo mejor es que tenía una pequeña terraza desde donde podía entrar directamente al agua.

Mi cabaña 

Los peces de colores nadaban por allí y era un espectáculo al que era difícil sustraerse. Efectivamente no había nada que hacer más que nadar, sentarse en el borde de la cabaña y volver a ir a nadar. Todos los días me los pasaba haciendo esnorkel, descubriendo en cada esquina un nuevo mundo de peces. Di con algunas cuevas con restos de conchas de langostas, una de las comidas favoritas de los nurse shark. Y por fin, una tarde, vi el primero de estos tiburones que se acercaba a mí por lo que le puse la aleta de mi pie delante de su hocico para que no pensara que era una langosta. Estos tiburones no suelen atacar, sólo si se les acorrala o cuando hay sangre de peces arponeados cerca. Todos los días ví peces grandes y pequeños, una familia de spotted Eagle ray, calamares, enormes barracudas y finalmente lo que yo identifiqué como un tiburón toro, enorme, gris y que me atraía y me daba miedo al mismo tiempo. El no sentía lo mismo por mí ya que se alejó sin despeinarse.


Una tarde, en el muelle, al limpiar pescado para la cena se llegaron a concentrar hasta una docena de tiburones, entre lemon y nurse shark, peleándose entre sí por los restos de pescado y compitiendo con las rayas y los cormoranes que desde el cielo también arrebataban restos en la superficie. Por la noche me iba al restaurante y así por lo menos compartía un rato con la otra gente y hablaba un poco.

Para seguir socializando me apunté un día para salir en un bote y hacer snorkel, mientras los otros turistas iban a bucear. El que llevaba la barca me dejó en un lugar, antes de las rompientes, donde no había mucho que ver, más que unos enormes peces (tarpón o sábalo real = Megalops atlanticus) que se ponían contra la corriente y me miraban de lado con uno de sus ojos. Cuando me cansé le hice señales al piloto para que me viniera a buscar. Ya en la barca empecé a pensar que algo iba mal cuando vi que el piloto miraba en todas las direcciones y no se veía a los buceadores por ningún lugar. Pasados algunos minutos más, puso rumbo a la isla y en cuanto la dueña de la isla nos vio llegar sin los buceadores salió corriendo y se subió a otro bote, me dejaron en tierra y salieron en las dos embarcaciones a todo trapo hacia la zona de buceo. Al cabo de unos angustiosos minutos los vimos regresar con los buzos ya a bordo. Al parecer la corriente los había arrastrado lejos, hacia una parte que el piloto no se esperaba, y por ello y debido a las olas que había no los veíamos. Ellos me contaron que si veían el bote y que cuando vieron que nos íbamos se les cayó el alma a los pies, si es que en el mar se puede decir eso.

Fue una semana de andar descalzo, viviendo los días de 12 horas y casi que durmiendo las restantes, soñando las historias que traía el viento, nadando todo lo que mi cuerpo aguantaba, sin afeitarme, sin ducharme, porque después de tantas horas en el agua no hace falta ducharse y porque, además, los piratas, no nos lavamos. Por la noche la brisa me traía sueños que se apelotonaban y por la mañana no sabía discernir si fueron realidad porque se desvanecían como la bruma.




miércoles, 12 de noviembre de 2025

Historietas (GUATEMALA)

 

Mientras preparo el viaje a Sierra Leona, que ya está punto de empezar, voy pensando y escribiendo pequeñas historias de cosas que me han pasado en algunos de los países en los que he estado. Primero pensé en ir poniendo una historia por cada país donde he estado por orden alfabético, pero me di cuenta que me faltaban algunas letras como la J, la K, la O, la Q, la Y y la Z. Me las apunto para ir a alguno de esos países en breve. Pero finalmente deseché la idea del orden alfabético y empiezo por Guatemala, porque fue la primera historia que se me ocurrió.

Grupo garífuna tocando en Livingstone

GUATEMALA

Cuando vivía y trabajaba en Guatemala, me gustaba ir a Livingstone, al norte del país, donde vive la población garífuna, descendiente de los antiguos esclavos negros africanos llevados a América y que van perdiendo su identidad poco a poco, en favor de los ladinos e indígenas que se van asentando en la ciudad.

Allí había varios lugares espectaculares para pasar un fin de semana, así que valía la pena el largo y aburrido viaje en bus desde Guastatoya, donde yo vivía. Estuve varias veces, utilizando esta ciudad como trampolín para ir luego hacia Belice, cuando tenía algunos días más, o bien me acercaba a los lugares cercanos, como Río Dulce, los Siete Altares o Semuc Champey -donde el río se esconde bajo las piedras-.

En uno de los viajes solo me dio tiempo a llegar a Puerto Barrios donde me quedé a dormir en un hotel enorme de madera, el Hotel del Norte, uno de los más antiguos de la ciudad, que da idea del esplendor que hubo cuando toda esta zona era propiedad exclusiva y una especie de colonia de la United Fruit Company.

Semuc Champey

Pero vamos a la historia. Ya en Livingstone, decidí ir a bañarme a una bahía que vi por Google Maps y que pensé que podría ser un sitio bonito para nadar. Llegué a una playa solitaria y decidí entrar al mar, donde enseguida vi que el agua era poco profunda. Fui avanzando de pie hacia una zona rocosa, que formaba un recodo y al llegar ahí, oí unas voces al otro lado. Di la vuelta a la roca y entonces vi que había dos chicas en el agua que, en cuanto me vieron se pusieron a gritar como unas locas y a insultarme. Los insultos, que por pudor no me atrevo a repetir aquí, eran al parecer porque las chicas, con claro acento español de España, estaban bañándose en toples y pensaron que yo había ido a mirarlas. No sabían que en mi vida he visto más tetas y mejores de las que ellas podían llegar a mostrar.

Me quedé tan sorprendido y aturdido de su violencia, insultos y gritos que no supe reaccionar. No me salía ninguna palabra y a cada intento de intentar decir algo, que debería haber sido gritando ya que estaban un poco lejos, me volvían a llenar de improperios. Sólo se me ocurrió darme la vuelta y regresar adonde tenía la ropa, desandando mi camino, avergonzado como si fuera un sucio pervertido.

Mapa para situarse