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viernes, 4 de diciembre de 2020

Viajes sin mascarilla: Anécdotas de la Nicaragua sandinista



Ir en bus todavía hoy en día en Nicaragua tiene sus desventajas, sobre todo la incomodidad, aunque no hay comparación con los años 80, en que se convertía en pura aventura. En aquella época el parque de vehículos se iba deteriorando a ojos vista, había que ir innovando, como en Cuba, ya que el boicot económico de los yanquis no permitía importar repuestos. Además, como el precio del pasaje era muy barato al estar subvencionado y haber pocos coches, los buses iban repletos y más de una vez me quedé en tierra ya que no quería ser uno más de los que iban colgados de cualquier parte. Que la gente fuera en el techo y colgados de las puertas era habitual, pero si algo me asombraba era ver al cobrador capaz incluso de salir con el bus en marcha por una ventana para irles a cobrar a los de arriba, que el sabía que en cuanto parara el bus, ya nos los vería más.


Un día “le di raid” (coger en autostop) a una pareja y a un niño. Ellos estaban en Estelí e iban para La Concordia, donde teníamos un proyecto de riego por goteo. Son 35 kilómetros de pista bastante mala y se tardaba más de una hora en recorrerla. La pareja era bastante peculiar, él de unos 50 años, vestido de policía nacional, ella de una edad indefinida, vestida de forma sencilla, y el niño, de unos 10 años y con cara de pocos amigos. Desde el momento en que se montaron empezó entre nosotros una cháchara que tampoco suele ser usual en Nicaragua, sobre todo el que empiecen ellos a hablar. Pero este hombre era bien abierto y me empezó a preguntar desde de donde era yo hasta cuanto ganaba un policía en España. La conversación era tan animada que se fue metiendo la mujer, que iba sentada atrás con el niño y que hasta entonces había estado un poco retraída. Yo había intentado ir contestando todas las preguntas, intentando ser ecuánime y explicando siempre lo de que, aunque se gane más en Europa, también las cosas son mucho más caras. Pero a veces hay razonamientos que no son fáciles de transmitir. Yo le decía: vea, aunque usted gane 2.000 dólares al mes, cuando vaya a tomar un café, este le costará unos 2 dólares (en Nicaragua en muchos sitios es hasta gratis o cuesta 0,2 dólar). Y él me contestaba, ah, pues entonces si es tan caro no tomaría café ¡Y se ponía a reír, y miraba a la mujer y les faltaba decir, vaya chele más tonto!


Viendo el giro de la conversación, yo intentaba explicarles otras cosas, como que España estaba muy lejos. Enseguida hacían suyo el tema y me preguntaban si España está al norte de Miami, y cuando yo, ya mucho más seguro de mí mismo, les dije que no, que España estaba al este de Miami, que primero había que ir en avión a Miami y luego coger otro avión hacia el este durante 10 horas para llegar a España, entonces la señora que había estado muy atenta a toda la conversación me dijo: ¿entonces ahí es donde le llaman el tercer mundo?. Abrí varias veces la boca para contestar, pero cualquier argumento se me quedaba corto y finalmente desvié la conversación hacia otros derroteros donde me sintiera más seguro. Por suerte ellos viendo mi incapacidad para contestar adecuadamente a sus preguntas y apreciaciones, también cambiaban de tema, saltando de uno a otro, como por ejemplo cuando ella empezó a preguntarle porque no se iba a España a trabajar de policía si allí se ganaba tan bien y él le explicaba con mucha paciencia que él era policía nacional, o sea que solo podía trabajar en Nicaragua. Para trabajar en España tendría que ser policía internacional ¡¡. Incontestable.

Al cabo de algo más de 1 hora de viaje, cuando nos separamos, sentí haber llegado a nuestro destino.


Un agricultor de Jinotega, en un día de lluvia iba andando con sus botas de hule bien embarradas al poblado. Se encontró con un amigo que lo invitó a unos tragos. Le daba “pena” ir con las botas tan embarradas al bar, pero el amigo le dijo; no te “preocupés”, ponte el pantalón por encima y así no se ve que llevás botas. A la hora, ya “picado” incluso cruzaba la pierna y le “valía verga” que le vieran las botas y el barro pegado.

Corn Island

En realidad, no debería haber ninguna razón para que me guste tanto Corn Island. La primera vez que fui a esta isla del caribe nicaragüense (Google Earth - Latitud12°10'8.88"N, Longitud  83° 2'35.63"O) fue en Semana Santa de 1987 y viajé con Tere, mi pareja de entonces. El viaje en sí fue accidentado, un viaje interminable en bus desde Managua a El Rama, luego el viaje en barco hasta Bluefields por el río Escondido, escoltados por lanchas militares ya que en esa época era una zona de guerra importante como atestiguaban los impactos de bala en el casco del barco. En Bluefields, una ciudad típica caribeña, que nos encantó con sus casas e iglesias de estilo colonial inglés, de madera y las mujeres negras con sus rulos en la cabeza. Viniendo del Pacífico, todo era como mágico. Durante esos días sufrí un fuerte dolor de oído, producto de una infección, que me dejaba postrado en la cama del hospedaje, sudando por el calor asfixiante y húmedo del Caribe, mientras el abanico daba vueltas sin parar. Ahí pasaba más de la mitad del día, hasta que los medicamentos que me tomaba me aliviaban.


Cuando ya me recuperé fuimos al puerto del Bluff, a coger el barco que nos llevaría a Corn Island. La fila para embarcar era enorme de toda la gente que quería pasar la Semana Santa en familia. De pronto, un militar borracho cogió su Aka y sin previo aviso empezó a disparar al aire. Todo el mundo corrió a esconderse incluidos nosotros, hasta que otros militares llegaron y se lo llevaron. Luego la fila se recompuso más o menos. Había tantísima gente que a pesar de que el barco era un carguero grande hubo dificultad para colocar a todos los pasajeros en cubierta. El tiempo no era muy malo, aunque había cierto oleaje que hacía retumbar el barco cada vez que descendía de una ola para acometer la siguiente. A consecuencia de ello se soltó una parte de una especie de chimenea y le cayó encima a uno de nuestros vecinos, a sólo un par de metros de nosotros, abriéndole la cabeza como un melón. En un instante se hizo un ruedo alrededor del herido al que vino enseguida a curar un médico, salido de no sé dónde. Unos días después oímos que había llegado vivo a la isla y se había salvado.


Finalmente, varias horas más tarde de lo previsto y ya de noche llegamos a la bahía de Corn Island, donde no podíamos atracar en el muelle dado el gran calado de nuestro barco. Tuvo que venir otro barco más pequeño de la armada nicaragüense para hacer el trasbordo. El paso del barco grande al pequeño se realizó en un perfecto desorden, con grave riesgo para la vida de todos, incluso de los barcos, dado el cabeceo de ambos, pero finalmente, gracias a Dios como dicen aquí, no pasó nada.

Ya una vez en tierra firme, eran como las 12 de la noche y pensamos que no encontraríamos hotel, así que nos pusimos a buscar un lugar donde dormir en la playa. Cuando por la mañana Tere me despertó, un tipo se alejaba sigilosamente con nuestras 2 mochilas al hombro. Lo quise perseguir después de ponerme las zapatillas, pero ya había desparecido en el swampo (así es como le llaman a los humedales que se convierten en la reservas de agua dulce de la isla) y en una casa donde preguntamos si habían visto a un ladrón con 2 mochilas sólo les faltó reírse de nosotros. Por suerte teníamos nuestro pasaporte y dinero, ya que al dormirnos tuvimos la precaución de guardarlo en unos bolsos pegados al cuerpo, además de la ropa que usamos para dormir. Todo lo demás, ropa, neceser, medicinas, desparecieron. En vista de ellos decidimos a las 9 de la mañana salir en el primer avión hacia Managua, con una enorme frustración que se compensó cuando un par de meses más tarde repetimos el viaje y se convirtió en unas vacaciones estupendas.

Buceando en los arrecifes de Corn Island

 

Una narco lancha varada en Little Corn Island


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