Típico puesto de tortillas de maíz en Centramérica |
Nada más llegar la primera vez a Nicaragua, en Masaya, al par de días, empecé a sentirme algo mal. El calor pegajoso, los olores tan fuertes en la calle, todo me hacía sentir mal y me daba náuseas. Sobre todo, el olor que se desprendía de un quiosco de un mejicano que hacía tortillas de maíz, y que me repelían al pasar por delante lo que me ha durado hasta hoy, y que igual que esas borracheras de la adolescencia, ha tenido el efecto de que no he vuelto a comer nunca más tortilla de maíz, ni en Nicaragua ni en ningún otro lugar.
Catedral de San José |
Habíamos decidido que la acción que nos iba a dar más visibilidad ante el secuestro de nuestros compañeros por la Contra, era encadenarnos a la Catedral de San José (el grupo que los había secuestrado pertenecía al comando que tenía sus bases en Costa Rica). Para ello había que comprar las cadenas y los candados. El grupo de apoyo en Managua me dio dinero para comprar los materiales, unos 200 US dólares, que en esa época todo era muy barato. La estancia y el hotel nos lo pagábamos cada uno, que ser revolucionario también conlleva (ba) ser honesto. Yo nunca me había encadenado a ninguna parte ni sabia como llevar a cabo acciones subversivas secretas. Habíamos quedado en alojarnos en hoteles diferentes para que nadie nos relacionase ya que sí parecía que estaban sobre aviso las autoridades costarricenses de que se iba a producir alguna acción (no dejaban pasar alemanes en las fronteras terrestres). Como tampoco me habían dado ningún manual de cómo actuar cuando uno va a encadenarse decidí ir a comprar las cadenas en ferreterías diferentes, en cada una 3 o 4 metros y les pedía factura, para luego pasar cuentas con nuestro grupo de apoyo cuando volviéramos. Cuando en la primera ferretería me preguntaron qué a que nombre ponían la factura, empecé a balbucear mientras mi cerebro trabajaba a toda máquina, ya que yo no quería dar mi nombre verdadero así que en ese momento se me ocurrió decir que, a nombre de Alberto Martínez, lo que era fácil de recordar ya que se parece un poco a mi nombre. Y así lo hice en las siguientes ferreterías, quedando por las noches para entregar las cadenas y su respectivo candado a los compañeros mientras esperábamos el momento más propicio de actuar.
Estuvimos
unas 2 horas encadenados a las columnas de la catedral con nuestros carteles
denunciando el secuestro y las actividades de la Contra, mientras llegaban
“ticos” que en vez de interesarse por nuestra acción nos insultaban. Cuando
vino la policía, sentimos cierto alivio porque la gente estaba cada vez más
agresiva contra nosotros. La policía nos preguntó que quien tenía las llaves de
los candados y le dijimos que las habíamos tirado. El más avispado de los polis
metió la mano en el bolsillo del primero de los encadenados (que no era yo) y
sacó las llaves que entraron perfectamente en la primera cerradura, así que no
hubo que cortar ninguna de las cadenas. Ahí ya tuvieron que darse cuenta que
éramos aprendices.
No hay que olvidar que los gobiernos europeos fueron cómplices de lo que pasaba en Nicaragua
Nos
llevaron detenidos y nos encerraron en una especie de cuartos individuales, no
sin antes cachearnos y quitarnos todo lo que llevábamos encima, incluidos
dinero y papeles. Cuando me tocó el turno, dos rambos, uno negro y otro blanco,
me llevaron al despacho de un comisario que empezó a interrogarme. Sus
ayudantes le dieron todas mis pertenencias y después de estudiar mi pasaporte
vio que yo estaba ilegal en el país, ya que como yo todavía no estaba muy ducho
en viajar, en la frontera, con los nervios, me monté en el primer bus que iba a
la capital y se me olvidó sellar la entrada al país. Pero lo peor vino cuando
de pronto, después de revisar mis papeles y consultar otros, ¡me pregunta quien
es Alberto Martínez! En ese momento, agaché la cabeza y con un hilo de voz, le
dije: soy yo. ¿Como que usted? me respondió y volvió a mirar el pasaporte, para
cerciorarse. Cuando me volvió a mirar, interrogándome con los ojos, bajando
todavía más el hilo de voz si cabe, le dije: bueno, en estas cosas, uno nunca
da su nombre verdadero, ¿no? Me miró, después a sus ayudantes, y con lo que me
pareció un cierto tono de desprecio les dijo: ¡llévenselo! Un par de compañeros
periodistas mientras tanto llamaban a las embajadas de nuestros países y daban
nuestros nombres, lo que ayudó a que, al día siguiente, después de una noche
algo desagradable en algo parecido a una mazmorra, sin cargos, nos deportaran a
Costa Rica.
Con Leticia Herrera y Ronald Paredes
En
1974, fue una de las líderes del "Operativo Diciembre
Victorioso", en un asalto a la residencia de José María Castillo
Quant, en la capital Managua, donde se tomaron de
rehenes a altos funcionarios del gobierno somocista a cambio de la liberación
de los presos políticos del FSLN que tenía el gobierno.
Entrevista en el periódico Barricada (ya desaparecido) sobre las donaciones que la ONG con la que trabajaba había hecho en Diriamba.
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