Paso la última semana en Filipinas
despidiéndome, y lo hago a la filipina, sin grandes aspavientos, contemplando los
paisajes de arroz que durante tantas horas me han acompañado en mis viajes en
autobús, de los cocoteros que cambian de color con la intensidad del sol,
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Bufalos de agua (carabaos) disfrutando |
de
los carabaos de los que mi amigo Manolo me ha pedido que le lleve uno pequeño a
Tenerife para su hijo,
de la gente de los lugares donde he
trabajado que se sacan una última cena de la manga, del ajedrez jugando una
simultánea con dos de los técnicos en San Franz, donde uno me deja ganarle y el
otro no.
San Franz en realidad se llama San Francisco
pero le cambian el nombre para no confundirlo con su homónimo en EEUU. Hay un chiste,
que he oído innumerables veces en Mindanao, en que le preguntan a alguien de
donde es y dice de San Francisco, y le vuelven a preguntar, ¿San Francisco,
California? y entonces dice, no, San Francisco en Surigao del Sur, Mindanao, y
todo el mundo se mea literalmente de la risa. ¿Humor filipino?
También se despide de mí un último terremoto en Davao, esta
vez de intensidad de 5,6 y que me pilla en mi habitación del hotel en un tercer
piso, donde las puertas del armario se abren y se cierran, hasta que
finalmente, por suerte, que es lo que decide nuestro destino a los que no
creemos en Dios, todo deja de moverse. Durante
el último año y medio
sólo he tenido 3 pantalones de los que 2 son cortos, 2 camisas y 5 o 6 camisetas,
además de 1 par de zapatos y unas sandalias. Entre unas cosas y otras mi maleta
pesaba 12 kilos y mi mochila pequeña 4 kilos, contando el ordenador y toda la
parafernalia de cableado y demás. Lo mejor de tener tan poco es que nunca
tienes que pensar mucho en que ponerte y además no recuerdo haber encontrado a
faltar casi nada de tipo material.
Ahora que sigo mi viaje, sé que no
encontraré a faltar el sol inclemente y la humedad que te dejaban chorreando en
sudor, con el pelo mojado hasta la raíz, aunque solo caminaras unos cuantos
metros, mientras que si me acordaré de las mujeres, de sus ojos y su cabello
lacio, negro y largo,
mientras de ellos, de los hombres no me acordaré, de
hecho ya me he olvidado, si acaso sólo de la sencillez de los agricultores con
los que he tratado.
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Técnico entrevistando a familia indígena, 40 años ambos y 10 hijos, |
Tampoco me acordaré de la comida, repetitiva y
sosa en general, ni de los buscadores de oro, gente que apuestan toda su vida a
la suerte, viviendo y trabajando en una condiciones miserables y destrozando
con sus prácticas y su fiebre los ríos y los entornos en los que trabajan.
Me llevo conmigo el recuerdo del pueblo
flotante donde pasé una noche y de la amabilidad de su gente, la sensación de
seguridad que todo este tiempo y en todo el sudeste asiático he sentido, en
cambio me olvidaré, me he olvidado ya, de los rezos a cada ratito.
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Pueblo flotante |
Me voy pensando todavía en el trabajo, me voy contento pero
no satisfecho. Me voy a buscar mi isla perfecta, que es muy difícil de
encontrar cuando en realidad no sabes en qué consiste la perfección.
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Al final, nunca deje de ser un turista |
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