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viernes, 21 de junio de 2013

De Mindanao a Sulawesi

Paso la última semana en Filipinas despidiéndome, y lo hago a la filipina, sin grandes aspavientos, contemplando los paisajes de arroz que durante tantas horas me han acompañado en mis viajes en autobús, de los cocoteros que cambian de color con la intensidad del sol, 

Bufalos de agua (carabaos) disfrutando



de los carabaos de los que mi amigo Manolo me ha pedido que le lleve uno pequeño a Tenerife para su hijo, 






de la gente de los lugares donde he trabajado que se sacan una última cena de la manga, del ajedrez jugando una simultánea con dos de los técnicos en San Franz, donde uno me deja ganarle y el otro no. 


San Franz en realidad se llama San Francisco pero le cambian el nombre para no confundirlo con su homónimo en EEUU. Hay un chiste, que he oído innumerables veces en Mindanao, en que le preguntan a alguien de donde es y dice de San Francisco, y le vuelven a preguntar, ¿San Francisco, California? y entonces dice, no, San Francisco en Surigao del Sur, Mindanao, y todo el mundo se mea literalmente de la risa. ¿Humor filipino?


También se despide de mí un último terremoto en Davao, esta vez de intensidad de 5,6 y que me pilla en mi habitación del hotel en un tercer piso, donde las puertas del armario se abren y se cierran, hasta que finalmente, por suerte, que es lo que decide nuestro destino a los que no creemos en Dios,  todo deja de moverse. Durante el último año y medio sólo he tenido 3 pantalones de los que 2 son cortos, 2 camisas y 5 o 6 camisetas, además de 1 par de zapatos y unas sandalias. Entre unas cosas y otras mi maleta pesaba 12 kilos y mi mochila pequeña 4 kilos, contando el ordenador y toda la parafernalia de cableado y demás. Lo mejor de tener tan poco es que nunca tienes que pensar mucho en que ponerte y además no recuerdo haber encontrado a faltar casi nada de tipo material.

Ahora que sigo mi viaje, sé que no encontraré a faltar el sol inclemente y la humedad que te dejaban chorreando en sudor, con el pelo mojado hasta la raíz, aunque solo caminaras unos cuantos metros, mientras que si me acordaré de las mujeres, de sus ojos y su cabello lacio, negro y largo, 


mientras de ellos, de los hombres no me acordaré, de hecho ya me he olvidado, si acaso sólo de la sencillez de los agricultores con los que he tratado. 

Técnico entrevistando a familia indígena, 40 años ambos y 10 hijos,

Tampoco me acordaré de la comida, repetitiva y sosa en general, ni de los buscadores de oro, gente que apuestan toda su vida a la suerte, viviendo y trabajando en una condiciones miserables y destrozando con sus prácticas y su fiebre los ríos y los entornos en los que trabajan.


Me llevo conmigo el recuerdo del pueblo flotante donde pasé una noche y de la amabilidad de su gente, la sensación de seguridad que todo este tiempo y en todo el sudeste asiático he sentido, en cambio me olvidaré, me he olvidado ya, de los rezos a cada ratito.

Pueblo flotante

Me voy pensando todavía en el trabajo, me voy contento pero no satisfecho. Me voy a buscar mi isla perfecta, que es muy difícil de encontrar cuando en realidad no sabes en qué consiste la perfección.


Al final, nunca deje de ser un turista

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