He vuelto a mi isla favorita, un mundo minúsculo donde se
mezclan todavía la tradición de los pequeños barcos a vela con los sofisticados
yates y los pesqueros que poco a poco van esquilmando las aguas alrededor de
las islas.
Corn Island son dos islas, la grande y la pequeña, esta
última libre de motos y coches. Esto que es tan idílico, se convierte en un
problema ante los efectos del cambio climático ya que mientras en la isla
grande están protegiendo su litoral con grandes piedras extraídas de la
montaña, en la pequeña como no hay ni carreteras ni vehículos, el mar se va
comiendo la isla poco a poco. Cada propietario que ve su casa o terreno atacado
por las olas lo intenta frenar a su manera, pero ninguno da resultado porque el
mar trabaja 24 horas y cada vez que se enfada, lo hace con con fuerzas
redobladas.
¿Cuál es la casa más bonita de Corn Island? ¿Es del
gobernador, del alcalde, del rey, del presidente? Pues no, es del jodido cura
de una de las muchas iglesias que existen en la isla, de cuyo nombre ya ni me
acuerdo.
Y cada tanto, los cangrejos salen de sus escondrijos y
vienen a celebrar una fiesta a tierra firma en que los habitantes aprovechan
para comérselos
Mientras el árbol ciervo al lado del pozo todo lo observa
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