Ya escribí sobre Lima en el otro
viaje que hice el año pasado a Perú, por eso no me voy a extender en este. En
ese viaje estuve por el Amazonas y al final una semana en Lima, moviéndome por
los barrios bien, como Miraflores, Barranco o Magdalena, lo que te da la
impresión de una Lima limpia, ordenada, segura, cuidada y moderna. Sólo atisbé
un poco de la otra Lima cuando fui al centro histórico, en los bordes, y que me
recordaba los barrios descarnados de La Habana. Esta vez, cuando fui a tomar el
bus para Huancavelica, ya vi que el barrio donde estaba la estación era
totalmente distinto a los que yo había visto hasta ahora.
A Huancavelica seguramente se
puede ir de varias maneras, pero yo fui con Mega Bus, que te promete un viaje
cómodo, en asientos reclinables de 135° (este dato lo pongo yo por la
experiencia vivida) y con clase ejecutiva en la parte de abajo (en la que ya no
había espacio) por 70 soles (19 euros) y la parte de arriba, con espacio más
reducido, por 50 soles (13 euros). El bus sale puntualmente a las 7 de la tarde
y una azafata con una minifalda totalmente incómoda para ella, te dice que el
viaje dura 10 horas (mentira, dura 12 horas para hacer los 457 km). A los
minutos de salir te sirve un bocadillo minúsculo, una chocolatina, medio vaso
de gaseosa y te dice que ella ya ha terminado su trabajo contigo y que se va a
dedicar a los de la clase ejecutiva. Y que el baño del bus sólo es para orinar,
eso lo repite hasta 3 veces.
Como no tengo nadie al lado me
alegro de que iré más cómodo pero en realidad después de probar todas las
variantes que van de los 90° hasta los 135° no encuentro en toda la noche
ninguna posición que me permita dormir ni un ratito. Acabamos de salir y no veo
la hora de llegar. Por la ventana van desfilando los suburbios que no paran,
casas y más casas en mal estado, un tráfico tremendo, bocinazos en todas las
escalas de sonidos y aunque no miré el reloj, creo que tardamos más de una hora
en salir todavía de la ciudad. Mi alegría se truncó cuando vi que el bus iba
parando a gente en la carretera que iban para Huancayo y otros lugares, e iban rellenando
los asientos vacíos. Cada vez que subía alguien, yo me hacía el dormido,
esperando que se sentara en otro lugar, al lado de otro, para no quitarme ese
mínimo de espacio vital que tenía. Y es que los asientos no son muy anchos y si
te toca al lado una muchacha peruana, cargada con su niño que se pasa la mitad
de la noche llorando, vas apañado. Todo y así, aunque viajé todo el rato solo,
igual no me dormí, así que tampoco sirvió de mucho mi estrategia.
Durante el viaje no me sentía muy
bien, me daban sudores fríos y yo lo achacaba a la calefacción que estaba muy
alta. No había cenado y sólo me comí el refrigerio del bus, pero como no me
sentía muy bien, igual no tenía hambre. Creo que me dio un virus, de esos que
en Canarias llaman un “andancio”, o sea que está andando por ahí. Una vez fuera
de Lima ya empezaron las curvas, y recordé que en la oficina de Ongawa en Lima,
ya me había preguntado Karin que si yo me mareaba, porque había muchas curvas
en la ruta que iba a hacer. Le dije simplemente que no, ¡ para no tener que
contarle que como se va a marear alguien que ha recorrido en barco los 7 mares
¡. En el bus la chica de la minifalda repartió unas pequeñas bolsas ridículas
de plástico por si alguien vomitaba y aunque no quisieras, te la daba porque
decía que es mejor prevenir. Yo pensé si tirarla a la basura (por lo de los 7
mares) pero como ya tenía los sudores me la guardé en el bolsillo, por si acaso.
Como era de noche no veía nada más que algún poblado iluminado cuando pasábamos
a su altura, y el no poder dormir se me hacía a cada rato más una tortura.
Cuando calculé que estábamos a mitad de viaje, sin mirar el reloj, ya que no
quería desanimarme en caso de que no fuera así y sólo hubieran pasado 20
minutos, empecé a sentirme un poco mareado. Pensé primero que sin darme cuenta
me había dormido y que estaba soñando, pero cuando me pellizqué la pierna, vi
que no. Esto ya empezaba a preocuparme. Pasé las siguientes 3 horas con
altibajos en mi estado de ánimo y de salud, con más o menos sudores y náuseas
que iban y venían, pero de momento bajo control, pero me daba cuenta que no
debía fijar la vista en ningún otro lugar que al frente porque automáticamente
me sentía peor. En leer, ni pensarlo ¡! Después he leído en internet que en la
ruta que hice pasamos por el puerto de Ticlio de 4.818 msnm, el segundo más
alto por carretera del mundo, o sea que en 2-3 horas pasamos de 0 a casi 5000 m
de altura!!
Y de pronto se hizo de día, lo
que me alegró mucho, pensé que serían ya sobre las 6 de la mañana, siempre sin
mirar el reloj (recordad, el ánimo es importante en estas circunstancias y por
eso no se debe permitir que siga decayendo bajo ningún concepto) y ahora podía
mirar el paisaje, las casas, algunas vacas en los campos y la gente con sus
ponchos yendo a trabajar. Y justo ahora el cansancio me podía y me cerraba los
ojos por ratos.
Empecé a ver algunos movimientos
de la gente en el bus que indicaba que estábamos muy cerca, y no sé si fue esa
pequeña alegría o que ya las últimas 100 curvas fueron demasiado para mí, que empecé
a notar que iba a tener que usar la bolsa. Me resistí hasta el último momento,
pensando en la vergüenza propia y hasta en la de mis ancestros (bueno, mi
abuelo también se mareaba y recuerdo que una vez que íbamos en coche a ver a
unos parientes a una masía, dijo que se mareaba y que se iba a bajar y se fue
caminando por el bosque por unos atajos y llego al mismo tiempo que nosotros –
me quedé alucinado) pero vi que no había nada que hacer, busqué la bolsa
desesperadamente y no la encontraba y me volvió el sudor frío, pero esta vez
supe que era de miedo, vacié el bolsillo y por fin salió, escondida en el
último recodo y ahora que la necesitaba todavía pareciéndome más ridícula que
antes. Pero ni modo, es lo único que había y lo más bajito que pude tuve un par
de arcadas, mis vecinos más cercanos me miraron, pero yo que iba a hacer, y por
suerte, como no había casi cenado, había poco que echar y sólo salió un poco de
líquido amarillo que apenas cubrió el fondo de la bolsa. Y por fin llegamos a
Huancavelica, a las 7 de la mañana en punto, o sea tras 12 horas de viaje
(haber llegado en las 10 horas prometidas tampoco hubiera sido mejor porque ya
me dices que haces a las 5 de la mañana en Huancavelica, así que por eso y
porque no tenía fuerzas, no le dije nada al respecto a la azafata) y me bajé
del bus como un zombi y por mi podíamos haber llegado a la luna, ya que no me
sentía las piernas, me dolía la cabeza, tenía ganas de ir al baño, pero a uno que
no te diera bandazos y te mandara de un lado a otro del cuarto, a quitarme el
mal sabor de boca, en todos los sentidos, y ahora viene lo más bueno: no tenía
reserva de hotel. En Lima cuando hablé del tema me dijeron, después de
preguntar a alguien que había estado en Huancavelica, que no había problema,
que en la Plaza de Armas (a unas 4 cuadras de donde para el bus) hay una
oficina de información turística que te aconseja donde ir y que en la propia
plaza hay varios hoteles y que así yo me buscaba el que más me gustara. Esto
que en Lima me pareció de lo más normal, en Huancavelica cargado con mis dos
mochilas, la de la ropa y la del ordenador, cansado, a las 7 de la mañana, con
todos los males que ya expliqué antes, me parecía de pena, pero eso no me servía
de nada. Y no sé si sería la altura, pero cada cuestecita me parecía una
montaña y me costaba respirar. Lección aprendida: cuando estás de viaje de
trabajo con las condiciones de tiempo limitadas, no te lo hagas más difícil y
resuelve todo lo que puedas antes.
Así que fui caminando a la Plaza
de Armas donde obviamente la oficina de información turística estaba cerrada y
yo sólo veía el hotel Presidente que vale una burrada (260 soles la noche). Por
suerte yo me había mirado en internet un par de hoteles que por las fotos
tenían buena pinta y me había apuntado los nombres. Caminé unas 7 cuadras,
preguntando, a pesar de ser hombre, y por fin llegué a uno de ellos. Al
preguntar me di cuenta de que me había quedado ronco y me salía una voz como la
de Marlon Brando en El Padrino, supongo que por el cambio de temperatura del
bus a la calle. Íbamos a peor. El hotel tenía buena pinta, el precio asequible
de 60 soles con baño dentro y wifi pero la habitación no tenía ventana y yo
quiero ventana, aunque haga frío. Así que nada, tuve que desandar el camino,
las mochilas cada vez pesaban más y preguntar por el otro hotel, que no
encontraba y que al final resulta que tiene un letrero ridículo que no se ve y
yo ya había pasado por delante al menos 2 veces. Allí decidí que me iba a
quedar aunque fuera con el perro y por suerte, la habitación por 70 soles es
grande, tiene baño dentro (aunque huele un poco mal), wifi y el agua está entre
tibia y caliente (más lo primero).
No hay calefacción pero la colcha
es tan gruesa que creo que no hace falta y se puede dormir en bolas o en lo que
cada uno tenga. Me dio tiempo a ducharme, afeitarme, cambiarme de ropa y bajar
a tomar un café con leche, que era lo único que me apetecía, e irme a la reunión
que tenía con una organización belga a las 9 de la mañana. Lo mejor fue que a
pesar de que la reunión duró algo más de 3 horas, fue tan amena, tuvimos
enseguida tanta empatía con Feliberto, mi interlocutor, que cuando me fui me
supo hasta mal.
De allí salí al hotel, comí algo,
y me fui a dormir 2 horas en una cama de 180° y me quedé dormido al instante.
Quizás estos buses que hacen estos viajes tan largos deberían instalar el
sistema como en Vietnam de poner literas y así todo el mundo iría realmente
durmiendo y llegaría en condiciones.
Después de la siesta me fui a
caminar y conocer algo la ciudad, que es relativamente grande, tiene semáforos,
algunas calles peatonales, restaurantes, discos y karaokes e innumerables
tiendas y tiendecitas. La ciudad está a 3.700 msnm y tiene unos 40.000
habitantes.
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