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domingo, 5 de junio de 2016

Huancavelica



Ya escribí sobre Lima en el otro viaje que hice el año pasado a Perú, por eso no me voy a extender en este. En ese viaje estuve por el Amazonas y al final una semana en Lima, moviéndome por los barrios bien, como Miraflores, Barranco o Magdalena, lo que te da la impresión de una Lima limpia, ordenada, segura, cuidada y moderna. Sólo atisbé un poco de la otra Lima cuando fui al centro histórico, en los bordes, y que me recordaba los barrios descarnados de La Habana. Esta vez, cuando fui a tomar el bus para Huancavelica, ya vi que el barrio donde estaba la estación era totalmente distinto a los que yo había visto hasta ahora.
A Huancavelica seguramente se puede ir de varias maneras, pero yo fui con Mega Bus, que te promete un viaje cómodo, en asientos reclinables de 135° (este dato lo pongo yo por la experiencia vivida) y con clase ejecutiva en la parte de abajo (en la que ya no había espacio) por 70 soles (19 euros) y la parte de arriba, con espacio más reducido, por 50 soles (13 euros). El bus sale puntualmente a las 7 de la tarde y una azafata con una minifalda totalmente incómoda para ella, te dice que el viaje dura 10 horas (mentira, dura 12 horas para hacer los 457 km). A los minutos de salir te sirve un bocadillo minúsculo, una chocolatina, medio vaso de gaseosa y te dice que ella ya ha terminado su trabajo contigo y que se va a dedicar a los de la clase ejecutiva. Y que el baño del bus sólo es para orinar, eso lo repite hasta 3 veces.

Como no tengo nadie al lado me alegro de que iré más cómodo pero en realidad después de probar todas las variantes que van de los 90° hasta los 135° no encuentro en toda la noche ninguna posición que me permita dormir ni un ratito. Acabamos de salir y no veo la hora de llegar. Por la ventana van desfilando los suburbios que no paran, casas y más casas en mal estado, un tráfico tremendo, bocinazos en todas las escalas de sonidos y aunque no miré el reloj, creo que tardamos más de una hora en salir todavía de la ciudad. Mi alegría se truncó cuando vi que el bus iba parando a gente en la carretera que iban para Huancayo y otros lugares, e iban rellenando los asientos vacíos. Cada vez que subía alguien, yo me hacía el dormido, esperando que se sentara en otro lugar, al lado de otro, para no quitarme ese mínimo de espacio vital que tenía. Y es que los asientos no son muy anchos y si te toca al lado una muchacha peruana, cargada con su niño que se pasa la mitad de la noche llorando, vas apañado. Todo y así, aunque viajé todo el rato solo, igual no me dormí, así que tampoco sirvió de mucho mi estrategia.

Durante el viaje no me sentía muy bien, me daban sudores fríos y yo lo achacaba a la calefacción que estaba muy alta. No había cenado y sólo me comí el refrigerio del bus, pero como no me sentía muy bien, igual no tenía hambre. Creo que me dio un virus, de esos que en Canarias llaman un “andancio”, o sea que está andando por ahí. Una vez fuera de Lima ya empezaron las curvas, y recordé que en la oficina de Ongawa en Lima, ya me había preguntado Karin que si yo me mareaba, porque había muchas curvas en la ruta que iba a hacer. Le dije simplemente que no, ¡ para no tener que contarle que como se va a marear alguien que ha recorrido en barco los 7 mares ¡. En el bus la chica de la minifalda repartió unas pequeñas bolsas ridículas de plástico por si alguien vomitaba y aunque no quisieras, te la daba porque decía que es mejor prevenir. Yo pensé si tirarla a la basura (por lo de los 7 mares) pero como ya tenía los sudores me la guardé en el bolsillo, por si acaso. Como era de noche no veía nada más que algún poblado iluminado cuando pasábamos a su altura, y el no poder dormir se me hacía a cada rato más una tortura. Cuando calculé que estábamos a mitad de viaje, sin mirar el reloj, ya que no quería desanimarme en caso de que no fuera así y sólo hubieran pasado 20 minutos, empecé a sentirme un poco mareado. Pensé primero que sin darme cuenta me había dormido y que estaba soñando, pero cuando me pellizqué la pierna, vi que no. Esto ya empezaba a preocuparme. Pasé las siguientes 3 horas con altibajos en mi estado de ánimo y de salud, con más o menos sudores y náuseas que iban y venían, pero de momento bajo control, pero me daba cuenta que no debía fijar la vista en ningún otro lugar que al frente porque automáticamente me sentía peor. En leer, ni pensarlo ¡! Después he leído en internet que en la ruta que hice pasamos por el puerto de Ticlio de 4.818 msnm, el segundo más alto por carretera del mundo, o sea que en 2-3 horas pasamos de 0 a casi 5000 m de altura!!

Y de pronto se hizo de día, lo que me alegró mucho, pensé que serían ya sobre las 6 de la mañana, siempre sin mirar el reloj (recordad, el ánimo es importante en estas circunstancias y por eso no se debe permitir que siga decayendo bajo ningún concepto) y ahora podía mirar el paisaje, las casas, algunas vacas en los campos y la gente con sus ponchos yendo a trabajar. Y justo ahora el cansancio me podía y me cerraba los ojos por ratos.

Empecé a ver algunos movimientos de la gente en el bus que indicaba que estábamos muy cerca, y no sé si fue esa pequeña alegría o que ya las últimas 100 curvas fueron demasiado para mí, que empecé a notar que iba a tener que usar la bolsa. Me resistí hasta el último momento, pensando en la vergüenza propia y hasta en la de mis ancestros (bueno, mi abuelo también se mareaba y recuerdo que una vez que íbamos en coche a ver a unos parientes a una masía, dijo que se mareaba y que se iba a bajar y se fue caminando por el bosque por unos atajos y llego al mismo tiempo que nosotros – me quedé alucinado) pero vi que no había nada que hacer, busqué la bolsa desesperadamente y no la encontraba y me volvió el sudor frío, pero esta vez supe que era de miedo, vacié el bolsillo y por fin salió, escondida en el último recodo y ahora que la necesitaba todavía pareciéndome más ridícula que antes. Pero ni modo, es lo único que había y lo más bajito que pude tuve un par de arcadas, mis vecinos más cercanos me miraron, pero yo que iba a hacer, y por suerte, como no había casi cenado, había poco que echar y sólo salió un poco de líquido amarillo que apenas cubrió el fondo de la bolsa. Y por fin llegamos a Huancavelica, a las 7 de la mañana en punto, o sea tras 12 horas de viaje (haber llegado en las 10 horas prometidas tampoco hubiera sido mejor porque ya me dices que haces a las 5 de la mañana en Huancavelica, así que por eso y porque no tenía fuerzas, no le dije nada al respecto a la azafata) y me bajé del bus como un zombi y por mi podíamos haber llegado a la luna, ya que no me sentía las piernas, me dolía la cabeza, tenía ganas de ir al baño, pero a uno que no te diera bandazos y te mandara de un lado a otro del cuarto, a quitarme el mal sabor de boca, en todos los sentidos, y ahora viene lo más bueno: no tenía reserva de hotel. En Lima cuando hablé del tema me dijeron, después de preguntar a alguien que había estado en Huancavelica, que no había problema, que en la Plaza de Armas (a unas 4 cuadras de donde para el bus) hay una oficina de información turística que te aconseja donde ir y que en la propia plaza hay varios hoteles y que así yo me buscaba el que más me gustara. Esto que en Lima me pareció de lo más normal, en Huancavelica cargado con mis dos mochilas, la de la ropa y la del ordenador, cansado, a las 7 de la mañana, con todos los males que ya expliqué antes, me parecía de pena, pero eso no me servía de nada. Y no sé si sería la altura, pero cada cuestecita me parecía una montaña y me costaba respirar. Lección aprendida: cuando estás de viaje de trabajo con las condiciones de tiempo limitadas, no te lo hagas más difícil y resuelve todo lo que puedas antes.


Así que fui caminando a la Plaza de Armas donde obviamente la oficina de información turística estaba cerrada y yo sólo veía el hotel Presidente que vale una burrada (260 soles la noche). Por suerte yo me había mirado en internet un par de hoteles que por las fotos tenían buena pinta y me había apuntado los nombres. Caminé unas 7 cuadras, preguntando, a pesar de ser hombre, y por fin llegué a uno de ellos. Al preguntar me di cuenta de que me había quedado ronco y me salía una voz como la de Marlon Brando en El Padrino, supongo que por el cambio de temperatura del bus a la calle. Íbamos a peor. El hotel tenía buena pinta, el precio asequible de 60 soles con baño dentro y wifi pero la habitación no tenía ventana y yo quiero ventana, aunque haga frío. Así que nada, tuve que desandar el camino, las mochilas cada vez pesaban más y preguntar por el otro hotel, que no encontraba y que al final resulta que tiene un letrero ridículo que no se ve y yo ya había pasado por delante al menos 2 veces. Allí decidí que me iba a quedar aunque fuera con el perro y por suerte, la habitación por 70 soles es grande, tiene baño dentro (aunque huele un poco mal), wifi y el agua está entre tibia y caliente (más lo primero).


No hay calefacción pero la colcha es tan gruesa que creo que no hace falta y se puede dormir en bolas o en lo que cada uno tenga. Me dio tiempo a ducharme, afeitarme, cambiarme de ropa y bajar a tomar un café con leche, que era lo único que me apetecía, e irme a la reunión que tenía con una organización belga a las 9 de la mañana. Lo mejor fue que a pesar de que la reunión duró algo más de 3 horas, fue tan amena, tuvimos enseguida tanta empatía con Feliberto, mi interlocutor, que cuando me fui me supo hasta mal.
De allí salí al hotel, comí algo, y me fui a dormir 2 horas en una cama de 180° y me quedé dormido al instante. Quizás estos buses que hacen estos viajes tan largos deberían instalar el sistema como en Vietnam de poner literas y así todo el mundo iría realmente durmiendo y llegaría en condiciones.
Después de la siesta me fui a caminar y conocer algo la ciudad, que es relativamente grande, tiene semáforos, algunas calles peatonales, restaurantes, discos y karaokes e innumerables tiendas y tiendecitas. La ciudad está a 3.700 msnm y tiene unos 40.000 habitantes.



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