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domingo, 7 de junio de 2020

Serie: Viajes sin mascarilla1



Jugando con Rümmelein
Este blog nació para narrar viajes y al final, como en la vida, se ha ido mezclando un poco de todo. Como ahora no puedo viajar y tengo tiempo, he recuperado un par de fotos olvidadas, pero que siempre tienen que ver con algún viaje de las que se hacían sin mascarilla.

Cuando hace siglos decidí no hacer el servicio militar, lo que en esa época estaba muy mal visto y además penado por la ley, dejé el banco donde trabajaba (sin pena ninguna), el baloncesto (con mucha pena), mis estudios (con sentimientos encontrados) y me fui de España, por lo que me declararon prófugo. Me fui en autostop a Alemania, a trabajar con un grupo de voluntarios a la comuna del Finkhof, con los que tantos años después sigo teniendo contacto.

En una comida del Banco, antes de la nueva normalidad
Estuve en total unos 6 meses en Alemania, trabajando primero en la comuna, luego viajando por Alemania y visitando grupos de objetores de conciencia, hasta llegar a Berlín para al final volver al sur, a la región de Allgäu, a casa de Herrman y Heidi. Esta pareja peculiar tenía dos perros San Bernardo y uno era Rümmelein, con la que me llevaba muy bien. En ese tiempo mejoré mi alemán, conocí otra forma de vivir, y supe que me quería dedicar a la agricultura ecológica, hasta que decidí que ya estaba bien de frío y que quería volver a mi tierra. En este entretanto en España habían aprobado el poderse declarar objetor de conciencia por lo que pude arreglar lo de mi declaración de prófugo.

Herrman y Heidi
Al poco de volver, nos fuimos el Ermengol y yo a vivir al campo, a la masía del Torrents, en Vimbodi, donde más tarde se nos unió el Esteve, quien finalmente ha comprado la masía, lo que nos permite a todos los amigos seguir yendo. Este año hemos celebrado allí los 40 años de esa fecha junto con algunos de nuestros amigos que nos venían a ver y que, a pesar de ell,o siguen siendo amigos. Para mí es cada vez algo emocionante ir a un lugar donde fui feliz y donde puedo ver tantos recuerdos incrustados en la casa.

La fiesta
Un par de años después, a principios de los años que les llamaban los 80, un día de diciembre, llegó Hermann, que venía en bicicleta desde Francia. Su ilusión de toda la vida era ir a ver el volcán Stromboli en Italia. Como a mí no me hacía falta gran cosa para apuntarme a ilusiones, aunque fueran de otros, un 6 de enero nos fuimos los dos, el en su vieja bicicleta de más de 50 años que le habían prestado y yo en la bicicleta que me presto el Esteve.

Aparte de ir de prestado en las bicicletas, por no tener no teníamos ni mapas ni ninguna idea de cómo llegar a la isla Stromboli, así que decidimos que lo mejor era ir hacia el sur. En Castellón, nos pilló una nevada, que según decía la gente, hacía por lo menos 40 años que no nevaba en ese lugar. Mientras uno de los puertos de montaña por los que pasamos estaba cerrado ya que ningún coche tenia cadenas, nosotros fuimos los primeros en pasar entre los aplausos de los conductores que esperaban el fin de los trabajos de las máquinas quitanieves. Como no teníamos cámara de fotos, lo que pongo aquí es tangencial y prestado, como las bicicletas.

La gran nevada del 12 y 13 de enero
Ya en Alicante, nos enteramos de que no había ningún barco que fuera desde España hasta Italia, lo que sigue dando una idea del nivel de información y preparación que teníamos. Desde allí, empeñados en seguir, y una vez consultado un mapamundi que vimos en una agencia de viajes, decidimos irnos en un barco que venia de Oran e iba hacia Marsella. En la espera del barco, que salía al cabo de un par de días, como teníamos muy poco dinero, nos atiborramos de naranjas de los campos de los alrededores de unas casas abandonadas donde nos quedábamos a dormir, lo que al final nos dio una enorme diarrea. Como no había papel del wáter en los baños del barco, Hermann, que era muy ingenioso, fue arrancándose trozos de su camisa hasta parecer un pirata. Toda la tripulación estaba encantada de ver a ese alemán tan estrambótico y venían en grupos a hablar con él. A mí me tocaba como tantas otras veces el papel de traductor.

De Marsella fuimos en otro barco hasta Córcega, travesía en la que todo el mundo vomitaba debido al mal estado de la mar. De Córcega recuerdo las enormes montañas que tanto costaba subir para luego bajarlas a todo lo que daba la bicicleta. Tras atravesar la isla, seguimos a Cerdeña en otro barco para continuar nuestro recorrido y finalmente, en un último barco fuimos a Sicilia, en otro viaje con muy mala mar.

Stromboli


En Sicilia vimos el Etna de lejos, pero queríamos ir a Stromboli, así que seguimos nuestro viaje. Después de informarnos en Messina nos dimos cuenta de que ese volcán, que lleva al centro de la tierra, aunque estaba relativamente cerca, con el poco dinero que nos quedaba ya no estábamos para coger barcos ni gastar en nada. No quedaba mas remedio que volver a casa, remontando toda la bota italiana por el lado del mediterráneo. Recuerdo el sur de Italia, parecida a la España rural de esa época y como el paisaje iba cambiando a medida que íbamos al norte mas industrializado. En el sur nos alimentábamos de algún pan que comprábamos y frutos secos que recogíamos de los campos. Solo una vez en todo el viaje nos dimos el lujo de ir a un restaurante, ni recuerdo en que lugar de Italia, y nos comimos hasta las migas de pan que quedaban encima del mantel.

Pasamos sin pena ni gloria por Roma y por Pisa, donde el máximo lujo que nos permitimos fue subir a su famosa torre para darnos cuenta de que las campanadas no eran de verdad y que sonaban grabadas por un altavoz. Por no llevar, no llevamos ni cámara de fotos, así que no hay absolutamente ningún recuerdo de ese viaje en si, que no sean las imágenes en mi mente.

Para dormir, lo hicimos siempre al aire libre, en campos o bajo algún árbol que nos parecía mejor para guarecernos del frío. Cuando llovía por la noche, nos tapábamos con plásticos que habíamos recogido por la carretera, abandonándolo cada vez por otro mejor que encontrábamos.

Ya en el norte de Italia, en la Spezia, nos separamos para ir cada uno a su casa. El viaje duro un poco más de 2 meses e hicimos en total unos 4000 kilómetros. Como fue en pleno invierno, nos nevó, nos llovió, y siempre hacia frío, pero dándole a los pedales se notaba menos. Años más tarde, en Alemania me contaron que Hermann se pasó años hablando de ese viaje y yo, todavía hoy, cierro los ojos y recuerdo partes que me veo incapaz de plasmar en el papel.

A finales de marzo llegué a casa del Agustí i la María LLum, con las manos y la cara quemadas por el frío y el sol del viaje. Durante dos días la pasamos hablando y contando las aventuras del viaje, que posiblemente, al fin y al cabo, sea lo más agradable y divertido de estas aventuras.

En el Mas del Torrents, en Vimbodi

Próximo viaje: El fin del mundo - la isla de El Hierro

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