Productor controlando el estado de fermentación del cacao
Ya desde muy pequeño me atrajo
África con la que a veces soñaba, seguramente influenciado por las brutales
imágenes de Biafra que en esa época se veían en la televisión.
Mi primer intento de atravesar el
continente fracasó en Argelia, antes de que me diera tiempo a cruzar el
desierto y a probablemente morir en el intento. No tenía mapas, ni dinero, ni
una bicicleta adecuada para realizar la travesía. Por suerte esta se rompió
antes de las etapas más largas, cuando ya estaba en El Golea. La ciudad de Tamanrasset
ha quedado en mi recuerdo, suspendida en el aire, como algo inalcanzable,
adonde hay que ir cuando debe ser y no cuando uno quiere.
Y el África negra, adonde quería
llegar, quedó también suspendida en mis sueños. Pero ahí sí surgió la
posibilidad de ir, en junio 1996, en una consultoría para hacer una prospección
de las posibilidades de cultivar productos ecológicos para exportar. En esa
época se casaba mi hermana pequeña, pero las ganas de ir África pudieron más
que las obligaciones familiares, y además, nunca me han gustado las bodas.
Viajé por todo el país con un
coche de la cooperación alemana y Osman, un chofer al que habían contratado
para que me acompañara y que gracias a ello tenía trabajo, por lo que me estaba
profundamente agradecido. Durante más de un mes, recorrimos gran parte del
país, primero el norte, visitando cooperativas y fincas agrícolas y luego
regresando por el centro.
Osman, con el que yo hablaba en
francés, era al mismo tiempo mi traductor ya que hablaba varias lenguas
locales. Un fin de semana, en que no tenía ninguna visita programada, le
propuse ir al poblado de su familia, que no quedaba lejos. Pensé que sería una
manera de conocer algo que no estaba previsto, fuera de mi ruta de trabajo
marcada. Cuando se lo dije me respondió con evasivas y que tenía que ir a
consultarlo. Al cabo de un par de horas volvió y me dijo que había ido a ver a
un oráculo que le dijo que no era un buen momento. Nunca supe si era verdad o
si simplemente me había dado una excusa para no ir. Una cosa más de las muchas
que no llegamos a entender en estos países.
El país era como un vergel, con
cultivos por doquier, creciendo entre las casas y los graneros, con prácticas
agrícolas que aquí hace años que se han perdido. Cuando les preguntaba qué
insectos les afectaban más en sus cultivos, me decían que sus problemas eran
los pájaros y los ratones. En algunos campos vi en una misma parcela hasta 7
cultivos diferentes, en una simbiosis difícil de alcanzar cuando se ha perdido
la cultura agrícola, combinado los cultivos de hoja, raíz y fruto, de forma que
todos daban sin molestarse uno a otro.
La deforestación en todo el país
era galopante y a día de hoy, se habla que ya sólo queda un 10% de territorio
cubierto por bosque. La culpa de ello, está repartida, entre lo que llamamos
desarrollo, la demanda creciente de café y cacao que sólo crecen en suelos
boscosos, la demanda de madera tropical, que lleva a una espiral para extraer
la madera preciosa seleccionada. Me contaron que para sacar un árbol de madera
preciosa, a veces hay que destruir toda una hectárea con árboles cuya madera no
es comercial, que quedan tirados pudriéndose en el suelo. El siguiente paso es
quemar los tocones de los árboles y todas las ramas, para después sembrar
plátanos que darán ingresos en un tiempo relativamente corto. Al mismo tiempo
darán sombra a los pequeños árboles de café o cacao que también se plantan y
que tardarán todavía 3 o más años en dar frutos, convirtiendo en plantaciones
lo que antes era selva. Es lo que aquí y allá se llama desarrollo, pero que
para el país, significa erosionar los suelos, volverlos infértiles, exportar la
materia prima, la cual es transformada en los países del norte (café, cacao,
algodón), que se les paga a precio de miseria y así, lo que parecía desarrollo,
acaba en más miseria.
Zona deforestada para sacar madera preciosa y posteriormente plantar cacao
Las mujeres normalmente se
asocian para tener más fuerza, para poderse ayudar y vender sus productos de
forma conjunta. Los hombres les dejan cultivar sólo los cultivos de
alimentación de la familia, de los que, en caso de tener excedentes, pueden
vender una parte para disponer de algo de dinero. Los cultivos que llaman de renta, o sea los que dan dinero porque se exportan, como el algodón. el
café y el cacao, son exclusivos de los hombres.
Grupo de mujeres asociadas en una cooperativa para cultivar y comercializar cacahuetes
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