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viernes, 7 de diciembre de 2012

Filipinas

Zona rural


Llego de nuevo a Filipinas después de un agotador viaje desde Sri Lanka con una larga escala en Singapore. Y vuelve a llover a cántaros, aunque la época de lluvias debería ya haber pasado.
En muchos de los países del sudeste asiático es habitual que la gente se eche eructos en cualquier momento del día, sin que eso parezca importarle a nadie. A mi me parece que es una cultura china y que debe tener que ver con la salud intestinal. Como dice mi amigo Manolo de Arucas, es mejor perder un amigo que un intestino. A mí tampoco me molesta especialmente, sólo cuando me toca de cerca, como por ejemplo cuando te están dando un masaje y estás boca abajo y oyes el eructo y no sabes si te ha caído en la espalda o en una pierna. A veces vas en taxi y si por casualidad el taxista está haciendo la digestión te ameniza con un par o tres eructos, incluso en una carrera corta.
He venido a Cebú para practicar una semana más de inglés, aunque esta vez no me gustó ya que me pusieron a una chica norteamericana con nulas capacidades didácticas y digo yo, que para enseñar un idioma hace falta algo más que sólo hablarlo. Pero como era poco tiempo pasó volando, y de ahí me fui a Butuán, al norte de la isla de Mindanao, donde voy a colaborar como voluntario con una ONG española en los proyectos que tiene aquí, uno a punto de terminar y otro que está a mitad. En ambos voy a valorar el impacto y la sostenibilidad de algunas de las actuaciones realizadas y espero que de esta experiencia aprendamos todos. Yo seguro que voy a aprender y de hecho ya estoy aprendiendo un montón de este país y su gente desde otra perspectiva, y espero que yo les pueda aportar una visión diferente, sobre todo al equipo local de la ONG.

Para aguantar el horario extenso de una de las reuniones a las que asisto (me gustaría ver a algunos de los técnicos de Nicaragua aquí) que se sigue a rajatabla desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la tarde con solamente 1 hora para comer, ponen un vídeo con un baile una vez por la mañana y otra por la tarde que todos se ponen a seguir alegremente desde los más jóvenes hasta los más mayores de una forma totalmente desenfadada, a lo que le llaman energizer, para desentumecer los huesos, los músculos y la mente. Es como si en Nicaragua, concretamente en Jinotega, se pusieran a bailar el caballito en medio de una reunión.  Al final, ya me lo temía, me ha tocado bailar una especie de cha-cha-cha con el resto del equipo  de la ONG con la que trabajo. Los técnicos tienen un montón de facilidad para las presentaciones y soltura a la hora de hablar. Ahora cuando me toque ir al campo ya veré si se corresponde con la realidad lo que cuentan.
Al ir al campo y comer donde come la gente de aquí, aprecio un poco más la comida de este país. Hoy he comido Humba, una carne de cerdo riquísima, aunque lástima del arroz tan soso que le ponen. Uno del equipo local ha insistido en que aprenda alguna palabra del idioma local, visaya, y me ha enseñado a decir “tariké”, que por las risas de los demás debe ser una guarrada aunque él me decía que significa “rezar”.
La calma poco antes del tifon
Nada más llegar al pueblo donde me voy a quedar una semana anunciaron la llegada del super tifón, Pablo, el que se preveía como el más fuerte y destructivo de los aproximadamente 20 que tocan a Filipinas cada año. La gente aquí parecía tomárselo a broma y no parecían estar muy preparados, primero porque nunca ha habido un tifón que llegue por este lado de Mindanao y la atraviese como está previsto. Antes de la llegada, hay una calma en el cielo lleno de nubes mientras la gente está sentada enfrente de sus casas viendo la vida pasar. Al final, este ha sido uno de los sitios más seguros ya que el centro del tifón ha pasado por aquí y eso resulta en que los vientos son menos fuertes que en la periferia. En otras zonas del país han sido menos afortunados y la última noticia que he oído es que había ya 400 muertos. Mientras los políticos filipinos en la ONU piden que se tomen medidas contra el cambio climático, no parecen mirar hacia dentro de su país donde la pobreza y el desorden medioambiental favorecen estos desastres.

Aunque siempre he tenido una gran sensación de seguridad en Filipinas, lo que veo en la calle me hace pensar que este no es un país tan seguro. Hay guardias armados vigilando las tiendas, los hoteles, restaurantes y centros comerciales. También vi como a la chica que trabaja limpiando las habitaciones en el hotel donde me quedo, cuando salía del mismo el guardia de seguridad le registraba el bolso para evitar que se lleve nada.
Algo que me ha sorprendido es que la gente aquí casi no se saluda cuando llega a un sitio ni se despide cuando se va y los hombres no se dan la mano cada 5 minutos como en Nicaragua. Yo que era conocido en Nicaragua porque no me gustaba dar la mano a cada rato aquí casi lo encuentro a faltar ya que nadie me la da. Y es que los extremos nunca son buenos.
En Filipinas todavía me quedan algunos sitios por ver (Banaue y sus campos de arroz) y algunas islas que visitar (Camotes) además de volver a la isla Pescador, lo que espero hacer en el tiempo que me quede por aquí.

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