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jueves, 22 de noviembre de 2012

Sri Lanka (2)

Pescador en playa de Mirissa, al estilo tradicional
Sri Lanka no me acababa de gustar y con el paso de los días, poco a poco le voy cogiendo cariño. Al final me ha costado hasta irme. A pesar de ello para mí ha sido una avanzadilla para imaginarme como es la India y sé que ahora me va a costar todavía más decidirme a ir a ese país. No me gustan las congestiones de gente y aquí he visto varias, así que me imagino que en la India es peor.
En este país, por lo que he visto y he comentado con otros, parece que es un destino para mujeres blancas que buscan o una pareja estable o una aventura con un sri lankés bien parecido (los beach boys que les llaman aquí). Choca, después de ver a tantos blancos con asiáticas en Tailandia o Filipinas, que aquí sea el revés, pero porqué no, si los unos tienen derecho, las otras también. En todo caso se ve menos sórdido que cuando es al revés. Desde que estoy aquí me llama la atención la cantidad de mujeres no asiáticas que viajan por este país o solas o en grupito (o moños como diría Harmhel), quizás sea por lo anterior.
En Ella, mi siguiente estación tras Kandy, me encanta pasear por las vías del tren, al igual que hace la gente del lugar, caminando a pasitos cortos de traviesa en traviesa, donde en los bordes descubro enormes extensiones de cultivos de hortalizas, que parecen jardines de lo bien cuidados, con sistemas de riegos por canales como los que se han hecho en el proyecto en el que yo trabajaba en Nicaragua. Viendo la forma de cultivar que tienen me acabo de convencer de que alguien que le pone tanto cariño a su tierra, no puede ser mala gente.

Llueve la mayor parte de la tarde y de la noche. Miramos todos en internet y anuncian lluvias para los próximos 3 días así que decidimos (Lena, una alemana que conocí en Ella y Tibor y Eva, una pareja suiza-alemana) irnos hacia el sur, a ver un parque nacional donde se puede hacer un safari. Alquilamos un taxi entre los 4 y como era de esperar, hace un sol que raja las piedras. Llegamos cerca del parque y nos buscamos un hotelito más o menos. Por la tarde nos vamos caminando hacia el lago y nos encontramos con un elefante al borde de la carretera donde se para un montón de gente y le tira mazorcas de maíz, ñames, plátanos y mangos que el va comiendo con su trompa increíble mientras sigue su dieta de 200 kg de hierbas al día.

Con una población de 21 millones de habitantes y una superficie de 65.000 km2, Sri Lanka es una isla que no cuesta recorrer. Las distancias son relativamente cortas aunque los trenes y buses con sus bajas velocidades de crucero tardan bastante en llevarte de un lugar a otro. Los tuc-tuc también se atreven con distancias medias aunque yo no lo he querido probar ya que en la ley de la selva que es la conducción en este país tienen todas las de perder frente a buses y camiones. He leído que mi biblia, la Lonely Planet, ha elegido este país como uno de los 10 mejores destinos turísticos para 2013 y no me extraña. Tras el final de la guerra en 2009 el turismo no deja de crecer (800 mil turistas en 2011) atraídos como yo por el exotismo del país, sus playas, la posibilidad de hacer safaris y todo ello por precios muy por debajo de lo que cuestan actividades similares en otros países. Por 8 euros la noche se consiguen habitaciones aceptables con baño, por 1 euro se puede comer un buen plato de arroz con pollo al curry y por 2 euros puedes viajar 400 km en tren en 3ª clase, eso sí, tardando unas 7-8 horas y con el peligro de tener que ir de pie todo el rato. Si a cualquiera de estos conceptos se le añaden 1 o 2 euros, se pueden conseguir mejores habitaciones, viajar en segunda (tarda lo mismo pero hay algo menos de gente) y comer en sitios más finos.
En el tren hay unos asientos reservados para los clérigos. Obviamente son los más espaciosos así que me siento allí. Y es que al fin y al cabo, si alguien me pregunta le puedo decir que soy un apóstol de la apostasía, de los pantalones cortos y de las cholas. En los buses también hay asientos para discapacitados y para mujeres embarazadas. En este caso me senté en el de las embarazadas que con mi maleta a cuestas es como si lo estuviera.

Los tuc-tuc están por todas partes y son como los mosquitos, que cuando parece que los vas a atrapar con tus manos se acaban escurriendo entre medio de los dedos y así lo hacen éstos entre los buses y camiones que circulan por la carretera.
El safari que hice con mis colegas de viaje aunque fue corto me gustó y si volviera a este país intentaría ir al parque Yala, donde al parecer es uno de los mejores para ver leopardos en el mundo. El problema es que todavía no tienen a gente formada y los guías o conductores que te llevan a veces se acercan mucho a los animales, como nos pasó a nosotros que al acercarnos a un bebé elefante su madre y acompañantes no les gustó y se nos echaron encima. Otro ejemplo de ello lo tuve en Mirissa, donde se puede ir a ver a la ballena azul que pasa aquí varios meses del año pero que también es objeto de una persecución atroz por los barcos con turistas, al fin y al cabo, ex pescadores reconvertidos a guías turísticos, lo que en algún momento tendrán que regular.
Lo que no me gusta tanto es que prácticamente todos los precios son negociables (menos los del tren o bus) pero siempre tienes la sensación de que te están cobrando de más o que tú te estás aprovechando de su necesidad. A lo largo del viaje he conseguido descuentos del 100% y todo y así no sabes si estás pagando el precio justo, si es que existe. Casi no he ido en tuc-tuc ya que sus conductores te intentan cobrar siempre de más y aunque a veces la diferencia sea de 1 euro me da rabia ir con alguien que acaba de intentar estafarte, aunque sea por esa pequeña cantidad.
Me han impresionado los puertos con sus barcos de pesca multicolores y el esfuerzo de los pescadores que despliegan enormes redes en el mar para recogerlas desde tierra, coincidiendo siempre que los vi en que las cantidades eran ridículas para repartir entre todos los que habían tirado de las redes. Algo que me gustó es que le piden a los turistas que ayuden y a cambio les dejan hacer fotos, lo que me parece un trato justo.

Me pasé muchas horas viajando en tren, mirando por la ventana, viendo en la costa las casas destruidas por el tsunami de diciembre de 2004 (donde murieron 30.000 personas, algunas en los trenes, intentando escapar después de haber sobrevivido a la primera ola), y sustituidas por casitas de madera y plástico, viendo a las parejas que se acurrucan entre las piedras que en forma de terraplén aguantan por un lado las vías del tren y por el otro el mar, colocándose en los agujeros que quedan entre las piedras grandes y tapados por un paraguas de doble propósito, protegerlos del sol y de las miradas indiscretas.

Los últimos días los paso en la playa de Mirissa, un lugar tranquilo, de surferos locales (que al mismo tiempo son beach boys, o al revés) donde me quedé en un hotelito que tenía un jardín al borde del mar, donde me pasaba horas con mis ya amigos suizos, Tibor y Eva, charlando, mirando las olas, paseando por la playa y echando alguna partidita de ajedrez de vez en cuando, que para eso vine aquí, para hacer realidad mis sueños.
He contado como siempre mis gastos en este país, descontando mis primeros 4 días ya que mi amigo Norbert me invitó al hotel donde él se quedaba. Así que en este país si se puede viajar por debajo de la media del mileurista.

Media (€)
8,8
12,7
2,2
5,5
29,2
14 días
Comida
Dormir
Transporte
Actividades
Media total/día

Mi rincón en la playa de Mirissa


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