Quetzaltenango
Y va otro fin de semana en que
aproveché esta vez para irme junto con mi colega de trabajo, Neftalí, en bus a
Quetzaltenango, también llamada Xela, a unos 200 km al oeste de Guatemala.
Llegamos de noche, yo me fui al hotel a dormir después de la paliza de bus
desde la capital y aproveché que en esta ciudad por su altitud (2367 msnm) hace
frio y que uno tiene que dormir con mantas.
Valle de Almolonga |
Al día siguiente sábado aproveché
para ir en uno de los buses locales a Almolonga, una de las primeras ciudades donde
se asentaron los españoles y que se considera la huerta de Guatemala
(pomposamente también dicen de Centroamérica aunque no hay para tanto). Desde
lejos la belleza de esas huertas tan bien cuidadas es impresionante, de cerca,
viendo el uso tan intensivo que hacen del suelo, la inexistencia de curvas de
nivel, los surcos a favor de la pendiente, la deforestación rampante y sobre
todo la contaminación de las aguas con las que riegan te vuelven a la realidad.
Pero estoy seguro que me gustaría más trabajar aquí con esta gente indígena tan
laboriosa que con los mestizos pistoleros con los que me muevo en la zona donde
estoy.
Mujeres indígenas frente al cementerio |
Por la noche Neftalí, su mujer y
una amiga me vinieron a buscar para ir a bailar. En Jinotega iba todos los
jueves, aquí en Guatemala me puedo sentir contento si voy cada 3 meses, pero lo
importante es que me lo pasé bien.
Compartiendo tortilla española con colegas de trabajo en casa |
Al día siguiente volví a recorrer
las zonas agrícolas de los alrededores, las casas coloniales del centro, di una
vuelta turística con unos turistas canadienses y con guía en un tranvía
reconvertido y poco más, para ir a adormir temprano y salir al día siguiente a
las 4 de la mañana para llegar a la reunión que tenía ya concertada a las 8 de
la mañana en la capital.
Y aquí va otra historia que
escribí, esta vez en Nicaragua, entre la realidad y la ficción.
Maldito celular
Sergio es un gordo de Masaya, de oficio electricista. Aprendió este peque
en los años de la revolución, con un grupo de alemanes que tenían un proyecto
de algo de solidaridad y en el que se graduó después de 2 años de estudio y de
realizar algunas prácticas. Todavía era “chavalo” y le gustaba eso de andar con
los “cheles”, pero sobre todo las chelas, tan bonitas, aunque no le gustaba el
que no se depilaban las piernas y los sobacos.
El otro día Sergio fue a comer carne asada a la placita de Monimbó, ahí
donde Doña Ena. Ya se le estaba haciendo la boca agua y alargaba la mano para
coger la comida, gallo pinto y carne asada envuelta en una hoja de banano,
cuando sintió como un tironcito en el cinturón. Se “volteó a ver” pensando que
era uno de sus amigos que lo andaba “fregando”. Entrecerró los ojos, maldita
sea, otra vez se dejó las gafas en casa, y es que no le gustaba que la Gabriela
lo viera con lentes, dice que lo hacen más viejo, y fijándose bien, vio a
alguien, no lo reconocía, que se alejaba despacito, sin voltearse, con algo
entre los dedos. Su mano, todavía extendida esperando la comida voló a su
estuche del “celular” y sí, le faltaba el “chunche“, que aunque no andaba
“minutos”, igual le servía por si la Gabriela le mandaba un mensajito y le
decía: “andá, veníven” y él ya no hallaba como ir a su casa, ducharse rápido,
ponerse su desodorante para oler bien y andar a “jalar” con su novia, y
queriendo agarrarle la mano y más, que ella a veces no se deja. Pero el tipo se
alejaba y parecía como que miraba de reojo. Cuando vio que el gordo se ponía en
movimiento hacia él, la misma mano que quería tomar la comida, que notó que
faltaba el celular, “ahorita” estaba levantada y señalándolo, empezó a correr y
el gordo sin querer gritar porque necesitaba todo el aire que le daban sus
pulmones para correr, la mano todavía levantada, tomando velocidad, pero ay,
esa jodida piedra, quien la puso ahí, el gordo veía como el suelo se acercaba
hasta que se dio el gran pencazo. Abrió los ojos mientras el dolor le bajaba de
la boca y lo sintió en la punta de los dedos de los pies y luego volvió a
subir, más rápido de lo que corría el ladrón y le golpeó el cerebro como si
fuera un martillo, y la sangre le empezaba a llenar la boca. Ya la gente
formaba un “molote”, que si andaba picado, que si era epiléptico, pero nadie
vio lo que le había pasado. Sergio quería hablar pero no podía, la lengua era
como una esponja que según se empapaba de sangre se iba haciendo más y más grande.
Sergio perdió como 40 “libras”, dice que por andar tomando comida con
pajita, que casi se le partió la lengua, le quedó sólo agarrada por un
“tuquito” y que el médico le dijo que la lengua no le iba a quedar muy bien
pero que lo dientes los tenía perfectos, ¡qué clase de mordida, esa¡ le dijo. Primero
le cosió una doctora, pero se le infectó y lo tuvieron que volver a quitar el
hilo y le cosieron de nuevo, que era por eso que llevaba 3 semanas sin comer su
carne asada, ni tortilla, ni esos mangos cuyo jugo le resbalaba por el pecho.
Sólo frescos y comida molida.
Ya su Gabriela no lo llama, dice que lo anduvo llamando pero que él no
le contestaba, ¡idiay! como le voy a contestar si estaba en el hospital, que si
no llegó, pero como iba a llegar “mija” si no podía ni hablar con la lengua
partida en dos, bueno que no llegue más, que hay otro muchacho en el barrio con
el que está jalando, que a ella no le gusta estar sola. Sergio ya no es el que
era, no sólo está más delgado sino que el ladrón, además de la lengua, le
quebró el corazón.
Y aquí el cumpleaños |
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