Mapa de las islas
Banda
Por el contrario me
desanima ver la cantidad de plástico que hay en el agua, por otro lado
cristalina. El “desarrollo” pasa factura y quizás se nota más en sitios que uno
espera encontrar vírgenes. Un italiano que conozco en el hotel me dice que me
vaya a Pulau Hatta, una isla a una hora en bote, que es una maravilla. A pesar
de que no pensaba ir a esa isla, decido hacerle caso y me voy al día siguiente,
esperando que no me decepcione.
Rumbo a Pulau Hatta
En un pequeño bote
de pesca con un motor de 15 Hp manejado por Sapri llego a la isla, Pulau Hatta,
y me quedo en una cabaña de las que me gusta, pura madera. Enfrente, a sólo 5 metros
el mar, y otros 10 metros mar adentro, una pared de coral que rodea toda la
isla. La caída de la pared parece llegar hasta los 900 m, aunque uno sólo puede
ver los primeros 20-40 m, dependiendo de la luz.
A los pocos minutos
de estar en el agua veo unos cuantos bumped head enormes, algunos lion fish, un
par de tortugas y un arco natural de piedra sumergido que es famoso entre los
submarinistas. Si en Raja Ampat eran los peces amarillos y azules que me
desorientaban, aquí son los peces cebra que cuando te envuelven no te dejan
saber dónde es delante ni detrás.
Mi estrategia
consiste en dejarme llevar por la corriente, que es quien decide de qué lado de
la pared de coral voy a ir. Aunque me hartaba a ver peces, encontraba a faltar
ver algo grande cuando de pronto empecé a oír una especie de pitidos debajo del
agua. Saqué la cabeza pensando si sería alguna barca y ahí los vi, cientos de
delfines arqueando sus cuerpos por encima del agua, respirando y resoplando
ruidosamente, sumergiéndose. Me acerqué nadando despacio y ahí seguían, los
podía ver encima y debajo del agua, pasando delante de mí, de todos los
tamaños, algunos impresionantemente grandes, girándose hacia mí para verme
mejor, nunca pensé ver y vivir algo así. Al parecer se acercaba una tempestad
que yo ya hacía rato veía venir y cuando eso ocurre los delfines suelen
acercarse a tierra. Cuando la tempestad y las olas fueron a más, me fui a la
playa y desde allí los vi disfrutando, haciendo cabriolas y saltando fuera del
agua.
En las cabañas
“Bunga low” el precio era algo menor que en Raja Ampat y la comida más copiosa
y mejor, lo que me lleva a pensar que aquí vuelvo a engordar, a pesar de la
gran cantidad de ejercicio que hago nadando. El menú es siempre pescado,
fideos, arroz, verduras, mucho ajo y sambal, la salsa picante que si te pasas
con ella te acuerdas.
Las mañanas en
Hatta son luminosas, con el ruido de fondo del agua salpicando la costa o el
ruido de algún motor de las pequeñas barcas que van o vienen de la pesca. En el
horizonte de vez en cuando se ve saltar algún pez, algunos de tamaño
considerable, que persigue a otro o es perseguido. Me levanto a las 6 de la
mañana, cuando oigo el tintineo de los vasos y los pasos de la señora que me
trae el desayuno. Desde mi porche me pongo a escrutar el horizonte en espera de
que los delfines vuelvan a aparecer.
Los días siguientes
sigo a la búsqueda de encontrar delfines mientras voy nadando alrededor de la
isla. En mi búsqueda diaria veo tantas tortugas que ya no me paro ni a mirarlas
y cuando nos cruzamos, pasamos de largo sin saludarnos, lo que no parece
importarnos.
Dos días más tarde,
por fin, los veo. Están algo lejos y cuando llego donde más o menos estaban, ya
se han ido. Decepcionado vuelvo a mi cabaña y por la tarde los veo regresar. De
nuevo salgo a buscarlos y esta vez me dejan acercarme aunque juegan al gato y
al ratón, apareciendo por aquí y por allá. Siguiéndoles me han llevado hasta el
azul profundo, lejos del coral, donde no veo nada más que sus cuerpos bajo el
agua. La corriente me arrastra y sólo me doy cuenta de lo lejos que estaba al
ver lo que tardo en llegar a la costa y lo agotado que estoy. Pero haberlos
visto bajo el agua ha valido la pena y no me importa seguir sus cantos de
sirena. No sólo fue una increíble experiencia estar ahí, oír sus silbidos bajo
el agua, verlos saltar y moverse sin esfuerzo, oír sus resoplidos, sino que lo
mejor es poderlo recordarlo después de vez en cuando, relamiéndome los labios.
Sapri, el pescador |
Lo que me gusta de
Pulau Hatta es estar inmerso en el poblado, viendo como la gente viene por la tarde
a aprovechar la brisa del mar enfrente de mi cabaña, sentarse en las mecedoras,
mecerse en mi hamaca o como los niños bailan ensayando la última canción de
moda.
En mi último día en
la isla descubro el sendero que me lleva a una nueva playa que me decido a
explorar. Sé por experiencia que el último día suele ser el mejor así que estoy
expectante de que es lo que me espera.
Mientras voy
nadando hasta la pared de coral veo que en esta parte de la isla el fondo va
descendiendo gradualmente y la visibilidad es excepcional sobre el coral. Al
llegar a la pared me encuentro con un grupo de unos 30 bumped head enormes, que
están comiendo coral, y oigo bajo el agua el ruido que hacen al masticarlo. El
más grande ellos no come, se mantiene
por encima del resto y no deja de observarme, o eso creo. De pronto
aparece un tiburón black tip, de tamaño medio, que es el primero que veo desde
que estoy aquí, lo que me alegra ya que lo tenía pendiente. Pero al poco
aparece otro, luego un tercero y hasta un cuarto, este último de unos 2 m de
largo. Lo que me mosquea es que van en fila, nadan a mi altura y no en el fondo
como los de Raja Ampat y empiezan a hacer movimientos nerviosos, acelerando de
pronto su velocidad, que es lo que he leído que hacen cuando piensan atacar.
Así que más muerto que vivo, empiezo a nadar de espaldas para no perderlos de
vista y me voy acercando hasta la parte de la playa menos profunda donde ya me
siento a salvo y salgo del agua. No sé si ha sido el mejor día de los que he
pasado aquí, pero si el que he soltado más adrenalina.
Alería en el barco |
Es sábado, toca
irse y lo que hago con el bote público. Llego a Bandaneira mojado ya que un par
de olas han entrado en el barco y me han salpicado.
Tengo mono de
internet, después de haber estado una semana completamente aislado, sin teléfono
ni haber podido mirar el periódico ni el correo. Pero al conectarme lo primero
que me entran son unos whatsapp diciéndome que el martes se murió José Antonio,
el marido de mi hermana, después de pasar un vía crucis con su enfermedad. Si
hay otra vida después de la muerte lo invito a que se venga conmigo a esta
parte del mundo. Estoy seguro que lo disfrutaría, ya que sé que le gustaban las
cosas sencillas, a pesar de que esto no se parece en nada a la gente saharaui y
al desierto donde tanto le gustaba ir.
Gracias Alfons, por acordarte de él. Yo también se que le gustaría y ojalá tuviera la oportunidad de acompañarte. Besos
ResponderEliminarQue experiencia mas chula y bonitas palabras , ojala sea asi y pueda vivirlo si hay otra vida
ResponderEliminarTe queremos ����