Intento recordar mis primeros viajes mientras en mi mente bailan las imágenes, los viajes y las fechas, agravado porque pasaba en esa época de hacer fotos. Pero poco a poco he ido reconstruyendo las historias como si de un puzzle se tratara.
Y fue allí, en Francia, donde me pillo el 23-F, de lo cual en ese momento me alegre ya que si hubiera acabado como querían, no hubiera sido agradable para mí como objetor de conciencia estar en España. De ese viaje a Francia llegue justo para la boda de mi hermano, donde me disfrazaron con un traje prestado, por lo que no he vuelto a repetir la experiencia y desde entonces no asisto ni a bodas ni bautizos.
Al año siguiente, como en septiembre u octubre, fui a Salamanca, para desde allí irme con mis amigos a Canarias. Manolo llevaba su furgoneta y Concha y yo fuimos escondidos dentro al entrar al barco. Esta era una manera de viajar que no había probado todavía, de polizonte, y que no he vuelto a repetir. ¡Se pasan demasiados nervios!
Nuestro destino era la isla de La
Gomera, donde había una casa en Vallehermoso, que otros amigos habían alquilado
pero que por alguna razón desconocida ya no les cobraban el alquiler. Así que
como si fuéramos okupas, otra cosa que no he vuelto a repetir, nos fuimos a
vivir allí. Después de un par de meses de no
hacer nada, de recorrer la isla en vespa y de comer mucho arroz con leche
fermentada y latas caducadas, regresamos a Tenerife a buscar trabajo ya que el
dinero se había acabado.
Los primeros días dormía en la
playa de donde me levantaba por las mañanas con los oídos llenos de arena. Por
suerte, al poco tiempo conseguí trabajo en el
Lajares, un barco de pesca de una familia de Los Abrigitos, que por alguna
extraña razón me acogieron e incluso, en vez de dejarme dormir en el barco,
como yo había pedido, me llevaron a dormir a su casa, donde se desayunaban
sardinas fritas todos los días y así me acostumbré poco a poco a comer pescado.
Durante el día dormía y paseaba por el puerto,
mientras por la noche, trabajaba como pescador, que es una vida muy dura y no
tiene nada de romántico.
En Los Cristianos, con Djarra, un senegales de un barco de pesca vecino. |
Al cabo de un par de meses, una vez comprobado de forma definitiva que la vida de pescador no se parecía en nada a lo que relataba Hemingway, decidí esperar al final de la luna para cobrar la parte que me correspondía de la pesca y que, aunque me pareció poco, era suficiente para comprar un billete de avión y regresar a Barcelona. En la pesca, lo pescado se divide en partes, según tu rango en el barco que en mi caso era más bien bajo. Si tomas la parte que te toca, la puedes vender por los pueblos como hacían algunos pero que para mí no era posible, entre otras cosas por no tener coche. Además, tampoco me veía yo voceando lo de pescado fresco. Lo que no se llevaban los marineros, el dueño del barco lo vendía al por mayor en la lonja de Santa Cruz, para hacer conservas, con lo que el precio era muy bajo, fluctuaba cada día y tu no sabias ni los kilos que te correspondían ni el precio al que se había pagado. Tampoco creo que los del barco hicieran muchas cuentas y supongo que al final me pagaron a ojo.
Cuando ya estaba decidido a volver a
Barcelona, vi amarrado en el muelle un pequeño velero, de 8 metros de eslora, de
nombre “écume de mer” (espuma del mar) con un cartel diciendo que necesitaba un
acompañante para ir a Marsella. No tarde nada en pensármelo, por lo que después
de ultimar los detalles con el francés dueño del velero, quedamos en salir al
día siguiente.
Cuando me subí por primera vez a aquel pequeño velero, no me imaginaba que me las tendría que ver con piratas, como en esos libros que había devorado de pequeño.
Ver entrada de blog del sábado, 18 de agosto de 2018).
El viaje fue una mezcla de pasar miedo cuando tuvimos tormentas en alta mar, de aventura y de vivir momentos increíbles como un día sin viento con los delfines jugando con el barco. Pesqué mi primer y único bonito después de días de estar probando con un hilo a remolque y pasé duras noches de guardia con cambios cada 3 horas, mientras el piloto automático nos llevaba al rumbo establecido.
Madeira |
Como el tiempo y el viento estaba en nuestra contra, recalamos en Madeira, donde pasamos un par de días, para luego con el cambio de viento irnos hacia Marruecos, para recorrer su costa en paralelo.
Llegamos a Tánger con la batería
agotada y por lo tanto sin motor para maniobrar, por lo que entramos a vela, lo
que según los entendidos no es nada fácil, pero lo conseguimos sin romper nada.
Como mi anterior pasaporte se me había caducado hacía
tiempo y no lo había podido renovar por ser objetor de
conciencia y no haber hecho el servicio militar, probé con mi cartilla de
marinero, que había sacado en Tenerife y me dejaron entrar en Tánger sellándolo
como si fuera un pasaporte.
Seguimos rumbo a Gibraltar donde no tuve tanta suerte y no me dejaron pasar del muelle con mi cartilla así que me tuve que contentar con pasearme por el puerto. De nuevo salimos hacia el norte y cuando llegamos a Alicante yo ya estaba harto del barco, de la mar y del francés, así que decidí seguir hasta Tarragona en tren. Solo tenía unas pocas monedas y compre un billete de tren hasta la estación adonde me llegaba con ese importe. El tren iba parando en todas las estaciones mientras yo, hecho un manojo de nervios, iba temiendo que el revisor pasara y me echara del tren y no creyera la historia que había pensado contarle de que me había quedado dormido y me había pasado de parada. Finalmente, llegamos de madrugada a Tarragona sin que el revisor hubiera pasado y volví a hacerme la promesa de que nunca más viajaría sin billete en tren. Tenía frío, hambre y eran las 7 de la mañana, cuando me acorde que hacía algún tiempo había tenido cuenta en un banco de esta ciudad. Esperé a las 8 a que abrieran y fui a ver si había dejado algo de dinero en la cuenta, algo que dudaba, pero para mi sorpresa, me habían ingresado los intereses (si, era la época en que los bancos incluso pagaban intereses ¡) que correspondían al saldo que había tenido el año anterior, así que me dio para irme a desayunar.
En Vallehermoso, La Gomera, con Concha y Dario |
El pirata eras tú jejjeee
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