El desierto argelino
Nada más acabar COU, con
17 años, empecé a estudiar empresariales. Por la mañana trabajaba, por las
tardes iba a la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales y por las
noches iba a entrenar a baloncesto. Vivía solo en una casa que alquilé en
Sabadell y me di cuenta que no podía con todo. Quería hacer muchas cosas en la
vida y parecía que las estaba haciendo todas de golpe. Además, la objeción de
conciencia también me obligaba a decidirme que hacer. Deje empresariales, deje
el banco donde trabajaba y deje el baloncesto. A la mierda todo, tenía que
reorganizarme y me fui a Alemania, a recorrer el país, a encontrarme con grupos
de objetores de conciencia y a ver la vida de otra manera. En el tiempo que
pase en Alemania intuí ya dos cosas que me gustaría hacer, tener contacto con
la tierra y viajar.
A la vuelta, después de
mi primera peripecia en Canarias, en junio del 82, volví al Banco de Sabadell,
de donde había pedido excedencia, para sanear mi economía, pero no aguante
mucho y en noviembre del 83 dejé atrás definitivamente esa vida. Probé a trabajar
con mi amigo Agustí pintando cerámica, pero no funciono y volví a Vimbodí para
finalmente el 16 de marzo del 84, despedirme de mis amigos e irme a lo que
pensaba seria mi viaje alrededor del mundo, sin saber que todavía tardaría 25
años en poderlo hacer. Mi primer objetivo era Argelia, sin saber muy bien luego
dónde ir, aunque quizás el camino era en realidad mi destino.
Después de mi viaje en
bicicleta por España, Francia e Italia con Herman, se me quedo el gusanillo de
volver a repetir ya que me parece una de las mejores maneras de viajar; lo
suficientemente lento para verlo todo y lo suficientemente rápido para sentir
que se avanza.
Se supone que uno siempre
aprende de las experiencias así que decidí no volver a pasar frio y por eso
decidí ir al sur. Al sur, sur. Mi idea era ir al sur de España, atravesar el
Estrecho, ir a Marruecos para luego pasar a Argelia y después descender por el
desierto hasta llegar a Níger y de ahí llegar a la costa por alguno de esos
pequeños países como Benín o Togo. Un hito en el camino era la legendaria
ciudad de Tamanrasset, en pleno desierto argelino, a más de 600 km de cualquier
otro punto habitado.
Mirando ahora para atrás,
mi plan me parece como mínimo inocente, con la poca información que tenía, con una
bicicleta de al menos de cuarta mano y solo una guía de viajeros intrépidos en
francés, uno de los pocos libros que se encontraban en esa época sobre estos
países para viajeros. Recuerdo que fui a la librería Altair en Barcelona para
comprarlo y hable con el responsable de los libros de África, un tipo al que
ahora se le llamaría un friqui, que estaba estudiando la arquitectura de las
culturas norteafricanas. Curiosamente, ya en Argelia, me lo encontré de casualidad
un día por la noche en Ghardaia, y solo me dijo que no durmiera en los jardines
porque había serpientes.
A pesar de lo dicho
anteriormente sobre la experiencia, volví a salir casi sin dinero, pero con un
montón de ilusión por ir al continente con el que tanto había soñado. En la
mochila, aparte de un poco de ropa llevaba un montón de ilusiones ilusas, como
que cuando se me acabase el dinero me pondría a trabajar y luego seguir el
viaje. No era consciente de que iba a países donde por ser blanco
automáticamente significa que tienes dinero y el que vayas en bicicleta solo es
una señal de tu esnobismo.
De nuevo volví a salir de
Vimbodí, rumbo al sur, y en muchos puntos reconocía zonas por las que había
pasado con Hermann. En Valencia me pare un par de días para visitar a mis amigos
de Salamanca para continuar luego mi viaje hasta llegar a Almería. De ahí pase
a Melilla en barco, con unas enormes ganas de entrar ya definitivamente en
África. Mi primera experiencia fue en la frontera donde un policía me dijo que
no podía entrar a Marruecos por llevar pantalones cortos, lo cual teniendo en
cuenta el calor y que iba en bicicleta parece una tontería, pero teniendo en
cuenta sus costumbres y el año que era, quizás sea más comprensible. Me toco
esperar al cambio de turno y cuando vi que había otro policía, pasé rápido sin
que pudiera fijarse mucho y ya estaba en Marruecos.
De ese país tengo
recuerdos vagos, como que al pasar por Nador, unas cigüeñas azuladas volaban sobre
mí en la carretera. Enseguida pase a Argelia y allí, en esa época, te dejaban entrar,
pero te daban un formulario sellado en el que tenías que poner cuánto dinero te
habías gastado en el país, lo que tenías que hacer sellar por el banco cuando
cambiabas a la moneda local. Este papel te lo pedían al salir. La cantidad mínima
que había que gastar era muy superior a lo que yo llevaba, pero pensé que ya me
ocuparía de ello a la salida. Seguí camino hasta Oran y luego Alger. Las
grandes ciudades no son el mejor lugar cuando vas en bicicleta, no solo por los
coches sino porque cuando no tienes dinero no encuentras sitios al aire libre
para dormir. Así que salí lo más pronto que pude y puse de nuevo rumbo al sur,
hacia el desierto. Aquí si había sitio para dormir¡!!
En todo el viaje casi siempre dormí al aire libre, con solo una fina cubierta de tienda de campaña que dejaba pasar por debajo la arena cuando había viento. En el desierto una noche oí aullar a los chacales y no pegue ojo, pero nunca me paso nada. En la Argelia socialista de esa época no había casi nada que comprar. Las tiendas estaban repletas de productos como por ejemplo latas de sardinas, que venían de algún otro país de su ámbito político, pero en ese caso ese era el único producto disponible.
La gente era muy amable y
al verme, me invitaban a su casa y me daban de comer. Me quedaba a dormir con
la parte masculina de la familia en alguna de las habitaciones de la casa,
echados todos encima de las alfombras y al día siguiente proseguía mi viaje.
En el norte de Marruecos
coincidí con un japonés que iba en moto. Tres semanas mas tarde me lo encontré
en Ghardaia, donde se le había estropeado una pieza del motor y estaba
esperando que le llegara de no sé dónde. El japonés había hecho amistad con una
familia del lugar, y me invito a compartir la casa que le prestaron y que tenía
un pequeño estanque para regar que utilizábamos como piscina. Hablando no nos
entendíamos ni con la familia ni entre nosotros ya que no teníamos ningún
idioma en común. Tenía un diccionario japones-árabe, de lo mas surrealista que
he visto y que nunca que nunca supe en qué sentido había que leerlo. Después de
una semana sin hacer casi nada y viendo que ya no podría arreglar la bicicleta,
de la que se habían ido rompiendo varios radios debido al sobrepeso que debía
llevar de agua, la acabé vendiendo a la familia de la casa incluso por más
dinero del que me había costado.
Por el camino había ido vendiendo mi ropa para conseguir algo de dinero, por ejemplo, mis viejos jeans, ya que en el país no había y los argelinos estaban dispuestos a pagar por ellos.
Finalmente, con toda mi
pena me decidí irme, siguiendo en autostop, renunciando a atravesar el desierto
ya que sin dinero parecía una empresa imposible, por las historias que me
habían contado de que, si no pagabas a los pocos camioneros que transitaban por
esa zona, no te llevaban y te quedabas tirado sin dinero y sin comida. A pesar
de ello, un camionero que llevaba un camión cisterna cargado de gasolina me
llevo hasta El Golea, donde todavía faltaban nada menos que 2600 km para llegar
a las costas de Benín.
Así que en El Golea, totalmente
desanimado por mi gran fracaso, me senté en la carretera, al lado de una
gasolinera destartalada, sin ni siquiera ganas de hacer auto stop, donde al
cabo de un par de horas paro un jeep con matrícula de Barcelona. El conductor,
catalán, me pregunto si me llevaba a alguna parte, que el iba a Marruecos, y
sin muchas más posibilidades de elegir me fui con él. Podía llevarme hasta Barcelona,
pero yo había salido para no volver, por lo menos no tan pronto, así que fui
con el hasta Marruecos, donde yo seguí camino hacia la costa y el regresó a
España.
Después de deambular por Marrakech, llegué a Casablanca, donde pasé un par de días. Era el momento de decidir qué hacer, así que pensé que iba seguir al sur. Me encontré con un alemán, con el que compartí viaje pasando por las ciudades de la costa, viajando en jeep para llegar a Tan Tan, donde había enormes bandadas de flamencos rosados. Llegamos a El Aaiún donde estuvimos cerca de una semana, buscando como ir a Canarias en barco. No encontramos nada y finalmente, pidiendo dinero a mi hermano, pude comprarme un billete de avión que me llevo a Gran Canaria. Durante esos días, jugaba al baloncesto con unos chicos de allá y por puro aburrimiento con el alemán nos fuimos a una peluquería a raparnos al cero, con lo que, al llegar a Gran Canaria, enseguida nos paró un policía ya que parecíamos salidos de una secta.
Casi 3 meses después de haber salido de Vimbodí, mi primer gran viaje acabo en las Islas Canarias a las que por una u otra razón he seguido ligado hasta ahora. Pero esas ya son otras historias.
Mi destino final, Los Cristianos, en Tenerife, que en ese año tenia todavía algunas de las casas de los 60 y ya también algunas del 2000
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