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domingo, 5 de junio de 2022

To go

 

A pesar de lo que digan los políticos en Canarias, cuando uno quiere ir al sur, tiene que ir primero al norte. Así que doce horas después de haber salido de Tenerife estoy en Casablanca, yendo hacia el sur, pero todavía al norte. Si en Madrid en la zona de embarque de los vuelos africanos ya había colorido, en Casablanca el color lo ponen las gentes de diversas procedencias con sus ropajes y lo exótico aquí es el blanco. Hay gente que va a los destinos más variopintos, vestidos de forma que no los consigo adscribir a ningún país, sólo unos pocos.

Llego a Lomé según el horario previsto, tanto yo como mi maleta. Al ser las 4 de la mañana hay poco movimiento y paso todos los controles y la aduana sin mayores contratiempos, eso sí, zumbado como una maraca. Salgo fuera y la oficina de cambio de divisas está cerrada, así que negocio con un taxista que me aborda y quedamos en que me lleve a mi hotel por diez euros. Estoy en Togo, la anteriormente llamada La perla de África, sin contratiempos, viendo que todo está más o menos como lo dejé y que me alegro de estar aquí.

El hotel Galion tiene también un restaurante, ampliado ahora incluso a pizzería, y está justo enfrente de la casa donde yo me quedaba con mis amigos Lisa y Andrés cuando venía a Lomé. Muchas veces vine aquí a desayunar, a comer y a quedar con los amigos por la noche para cenar. No me podía imaginar un mejor sitio adonde venir para empezar mi periplo por Togo.

Cuando llego a algún lugar lejano hay dos cosas que me gustan especialmente. Una es que me vengan a buscar al aeropuerto, algo que casi nunca ocurre y la otra es encontrarme a alguien conocido por la calle. Hoy me he encontrado con mi taxista de confianza que era el que me llevaba por Lomé cuando yo vivía aquí. En realidad, fue el quien me reconoció y gritó mi nombre cundo yo ya pasaba de largo y me alegré de verle.

Por la tarde me fui a tomar una cerveza a la playa, muy cerca de la frontera con Ghana. Este último tramo de playa de Togo tiene fama de peligrosa, sobre todo por la noche, aunque he ido varias veces, pero de día, y nunca he visto nada raro. Es un lugar que me gusta porque ves las barcas, el mar, los barcos anclados a lo lejos, los niños bailando al son de la música de los bares. Aunque, siempre hay un pero, ya que no soy capaz de beberme las cervezas de 750 ml que te sirven y además nunca tienen cambio. Al final he conseguido que me vendieran una Heineken pequeña que cuesta un euro y medio y nada más traérmela le he pagado con un billete de 15 euros, por lo que la camarera ha puesto enseguida los ojos en blanco y me ha dicho que no tiene cambio (il y a pas de la monnaie). Normalmente lo que esperan, y la gente hace, es seguir bebiendo hasta que completan la cantidad entregada o la gente trae cambio. Cuando ya me estaba achicharrando al sol le he dicho que si me podía devolver el cambio ya que me quería ir. Su respuesta, de nuevo, es que no tenía, pero que si yo le regalaba otro euro y medio podría hacer un esfuerzo. Al final lo hemos dejado en 80 céntimos de euro de propina y me ha dado el cambio diciendo que la dejaba sin nada para otros clientes.

Les haría falta un Che para empezar a deshacer injusticias

Para llegar a una playa a la salida de Lomé hay que pasar por una zona de chabolas, con baches llenos de agua de lluvia, tan grandes, que pueden engullir un coche así que estos acaban pasando por la acera y en los bordes la gente quema basura y recicla lo que puede. Aquí poco queda de la perla de África.

Cuando lo vi me pregunté si sería un futuro inmigrante

En parte he venido a Togo para saber si quisiera volver a trabajar aquí. Después de 2 días, ya sé que a veces si y a veces no.

Al mediodía, si llegas acalorado y sudado debes ducharte rápido y aprovechar los primeros litros del agua que está en las tuberías dentro de la casa, a la sombra. En cuando entra el agua de la calle, es como si pusieras el agua caliente a todo gas y ya no puedes seguir duchándote ya que te quema. ¡Una manera de ahorrar agua! Se me ocurre que con la tecnología adecuada y con voluntad política quizás ese podría ser el futuro de muchos países pobres africanos: utilizar y exportar energía producida por energía solar.

La mañana del lunes la he dedicado a visitar a mis antiguos colegas de la GIZ en Lomé. De paso les he dicho que en el Cabildo me aburro mucho y que si tienen algún trabajo para mí que me avisen. Les he traído chocolate biológico y de comercio justo para que lo prueben y vean lo que se podría hacer con el cacao desde el mismo Togo.

A veces hay pequeñas cosas que te dan grandes alegrías. Una de ellas ha sido ir a comer riz (arroz) gras, una de mis comidas favoritas, en un lugar que curiosamente se llama Big Metro y donde la camarera también se ha alegrado de verme, contenta de volver a tener uno de sus clientes habituales.

La pesca como siempre poca, y muchos a repartir

La antigua ciudad colonial alemana en Lomé se estableció al lado del mar. Lo importante es tener las casas orientadas hacia el mar con ventanas que dejan pasar el aire a través de las habitaciones. Hacia el interior de la ciudad, en barrios con casas más nuevas y donde viven los que tienen medios, las casas deben tener aire acondicionado ya que ahí la brisa del mar ya no llega. Los niños aprovechan para salir a jugar a la playa, sobre las 5 de la tarde, cuando ya el sol decae y antes de que llegue puntualmente la noche a las seis. Los mayores sacan sus esteras a la calle y estirados o sentados, saborean el frescor y se ponen a hablar con los vecinos, igual que se hace todavía en algunos pueblos de España y como yo le recuerdo de mi infancia, antes de que se inventaran las máquinas.


Por la tarde me he ido a Ver a Bilah, a quien ya había visto por la mañana para darle un pequeño cadeau que me habían dado Juan y Silvia para él, ya que había sido su guardián mientras estuvieron aquí y le tienen mucho aprecio. Aproveché para hacerle un par de fotos a los niños que pasaban muchos ratos en casa de mis amigos.



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