Todo lo que escribo sobre Cuba son sólo mis impresiones,
dando mi opinión de lo que veo y tal como me parece a mí, en temas que seguro
son controvertidos y sobre los que cada uno opinaría posiblemente de diferente
manera porque además seguro que no soy imparcial. Pero como me decía el taxista
que me llevo a Cienfuegos, ”ni que yo te explicara las cosas de Cuba durante un
año, no las entenderías”.
Recorrer La Habana a pie, en bici, o en coche es un gusto
porque hay poco tráfico. Aquí no hay colas, ni en la hora punta. Otra cosa es
que haya que hacer cola o esperar para encontrar un transporte público, pero
una vez conseguido, va viento en popa. Algo que llama la atención son las motos
eléctricas que hay a las que muchas veces no oyes llegar hasta que las tienes
encima y te llevas un buen susto. Hay también bastantes antiguos coches
americanos de colores algo estridentes, que le dan a la ciudad un toque para mi
gusto algo artificial.
Callejeando no dejan de impresionarme las casas antiguas,
coloniales, algunas de una belleza tremenda, aunque siempre hay una historia
negra detrás de las imponentes fachadas. Nadie se ha hecho rico trabajando y
mucho menos en los siglos pasados. Estas casas, con unos techos altísimos han
sido divididas sobre todo en La Habana Vieja a lo horizontal y a lo vertical, donde
se arrebujan varias familias conformando diferentes viviendas en lo que antes
era una. Si el país está apedazado, las casas también lo están, muchas desconchadas
y sin pintar. Otras tienen escaleras de infarto que suben del bajo al segundo
piso sin descansillo, producto de esa división irracional.
Tener amigos que viven aquí desde hace 2 años, que me
prestan su casa, una tarjeta de teléfono, la bicicleta, me dan acceso a
internet y me explican todos los trucos para el día a día, está claro que no se
puede pagar con dinero. Tendré que pensar en alguna otra cosa.
Lo que más mal me sabe en este país es ver las inmensas
colas que hay por todas partes. Aunque parece que estén desorganizadas, todos
saben quién es el último y el penúltimo. Sin embargo, siempre hay quien se
quiere colar y ya he visto más de una bronca. Estas colas se forman normalmente
en los expendios de productos subvencionados por el gobierno, única manera de
que la gente con un salario de unos 20 euros al mes (al tipo de cambio del
mercado negro, pero 136 € al cambio oficial) puedan acceder a estos productos
básicos. También se forman colas en los hospitales y centros de salud, otro de
los servicios más básicos que requiere una población. Esto no es tan diferente a
lo que ya viví en la Nicaragua sandinista en el año 86 donde también me tocaba
hacer colas. Parece que no he avanzado nada aunque aquí las colas que hago de
pagos en divisas son mucho más cortas que las de la gente normal.
Mercado Agro libre
En los pocos días que llevo aquí, ya casi dos semanas, hay cosas que me han salido exactamente como me las había imaginado, otras ni por asomo. Por ejemplo, no he conseguido todavía jugar al ajedrez, aunque ya he empezado las clases de baile, tengo internet todo el día y ya se moverme más o menos por La Habana, porque su sistema cuadriculado y de calles numeradas me lo facilita mucho. Ficho esto, a pesar de ello me sigo perdiendo.
No recuerdo a cuanto cambié el dólar en 2015, la última vez que estuve aquí por unos pocos días (creo que a 25). Hoy no hay cambio oficial con el dólar, pero si con el euro que está a 25 CUP (peso cubano) al cambio oficial y a 173 en el mercado negro.
En estos días he ido a comprar un par de veces y en un día me he gastado, entre pan, unos pastelitos, algo de verduras y queso, el salario mensual de un cubano. Todo ello comprado obviamente en las tiendas no estatales, donde se vende el porcentaje que se permite a los agricultores poner a la venta libre.
En La Habana, como en cualquier lugar, lo primero que hay
que hacer es enterarse de como moverse, donde hay que y como se consigue. De
Canarias me he traído 3 paquetes con medicinas que me han dado gente de
Tenerife para conocidos. En el primero después de no coincidir en un par de
ocasiones, ya que la señora tiene a su hermano en el hospital y su marido venía
de Mariel, a unos cuantos kilómetros de La Habana, finalmente pudimos quedar.
Para el otro he necesitado 3 días para averiguar cómo mandarlo a Camagüey ya
que en las oficinas de correos normales no lo reciben y tuve que ir al Ministerio
de Comunicaciones que está en la plaza de la Revolución. He tenido que
cambiarle el empaque y finalmente, por el módico precio de 220 céntimos he
podido mandarlo. Eso sí, me han recalcado que puede tardar 2 meses en llegar. El
tercero finalmente lo he entregado en Cienfuegos, a un amigo de quien lo va a
recibir, para que se lo entregue en Santa Clara, una ciudad cercana (70 km).
En los años 80 en mis viajes de Europa a Nicaragua pasé algunas veces por Cuba para hacer escala, a veces de uno o dos días. En diciembre de 1999 pasé aquí casi un mes de vacaciones, en la época en que se produjo el conflicto con EEUU por Elián, el niño balsero. Luego volví en agosto de 2015 para evaluar un proyecto de cambio climático. En esa última ocasión las cosas habían mejorado de como yo las recordaba, pero ahora el país vuelve a sufrir un bache y parece que la política de desgaste de los EEUU va obteniendo resultados ya que se dice que este año se han ido más de 200 000 personas del país (que tiene alrededor de 11 millones de habitantes, por lo que es un 2% en sólo 1 año). Esto significa una sangría importante en lo que a capacidades se refiere, ya que se van sobre todo los jóvenes, pero, por el contrario, los que se quedan posiblemente tengan más recursos económicos, por las remesas de dinero que mandan los que se han ido en cuanto estabilizan su situación. La gente con la que hablo de ello me dice que si esto sigue así no saben quiénes van a trabajar en Cuba, ya que se van los jóvenes y sólo quedan los viejos.
Este mes de diciembre las cosas han mejorado algo, no hay
cortes de luz por ejemplo, pero los cubanos ya son tan pesimistas que dicen que
el gobierno está haciendo un último esfuerzo poniendo todo lo que tienen para
que la gente no se rebele, pero que 2023 será un año mucho peor. Hace un mes
mis amigos me habían dicho que me trajera linternas por los cortes de luz. He
traído tres y no ha habido ni un solo segundo de cortes. Me preocupa que si las
regalo vuelva a haber. Esperaré al último día.
En los pocos días que llevo aquí ya se me hace corto el mes
que voy a pasar. Desde el egoísmo de saber que me puedo permitirme vivir sin
pasar las penurias de la mayoría de sus habitantes, pienso que no me importaría
estar más tiempo y seguir disfrutando de mis paseos a través de La Habana, sin
cansarme de mirar a sus gentes, sus casas, el cielo.
Centro Habana
Hay días en que (casi) todo te sale bien. Así fue hace poco
en que sentí que ya domino un poco el entorno. Por la mañana, cuando hace
relativamente fresco, salgo a pie en dirección a la biblioteca para luego
seguir a La Habana Vieja, donde inevitablemente acabo. Con los diversos giros
que voy haciendo, cambiando de calle para ir conociendo más, son entre 8 y 12
kilómetros cada día. Ese día fui al Ministerio de Comunicaciones para mandar
uno de los paquetes que me quedaban pendientes. No había colas y cuando ya me
veía desprendiéndome de la encomienda, resulta que no lo aceptan en el formato
que yo lo llevaba y tengo que meterlo en una cajita. Pero vamos avanzando. Al
entrar me pareció que la señora de la limpieza, señalándome con el dedo, me
pegaba (un poco) la bronca por algo que no entendí. Tardé todavía un rato en
darme cuenta. De ahí me encaminé a la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí,
adonde estoy yendo a consultar documentos relacionados con el cacao. Ahí una
señora muy amable en información me atendió y llamó al responsable de
relaciones internacionales para que yo le pudiera entregar mi libro de Agroecología,
asignatura pendiente, que traje para que también esté en esta biblioteca,
ya que es un libro que habla de luchar contra el sistema establecido y no se me
ocurre ningún mejor lugar para que esté. Este hombre (Juan Carlos Fernández) me
dijo que en este año había recibido a varias personas de las islas Canarias que
habían pasado por allí y que en la Biblioteca están interesados en recibir
libros, sobre todo de Agroecología (sic). Nos hicimos una foto y todos
tan contentos. Luego pasé a hacerme el carnet, en la categoría de profesional
ya que no llevaba ninguna acreditación como investigador. Me lo hicieron en un
momento, a mano, y tuve que pagar el precio de 6 CUP que son 3 céntimos de euro,
lo que me habilita para consultar documentos en las diferentes salas que
tienen. Luego pasé a otro mostrador donde una mujer muy amable me dijo que no
podía entrar a la sala con la mochila de la que tengo que sacar todas las cosas
de valor y llevarlas en una bolsa transparente para pasar a las salas. Luego,
en voz baja, me dijo que la próxima vez no viniera en “chor”, o sea en pantalón
corto, ya que podría serme denegada la entrada tal como consta en los términos
del carnet que me dieron. Ahí entendí los aspavientos de la señora del
Ministerio de Comunicaciones. ¡Esa es la razón de que, al hacerme la foto en la
biblioteca, esta se queda a la altura del ombligo! Así que tendré que venir con
pantalón largo lo que obviamente me fastidia un poco con el calor que hace y
pienso que en algunos aspectos de las formas la revolución se les quedó algo
corta y anclada en el pasado.
La biblioteca está muy cerca de una zona de buses y taxis, donde
al pasar por ahí me ofrecieron todo tipo de viajes por todo el país. Por lo
menos ahora ya se los precios aproximados, que cobran en euros. De ahí, todavía
me quedaba camino por recorrer, para pasar por un hostal donde a través de mis
amigos quedé con un cambista que me cambió unos euros a un cambio superior al
que ofrecen en la calle a los turistas de La Habana Vieja a 160 mientras él me
lo cambió a 173 CUP.
De ahí seguí camino hacia la Plaza José Martí, donde me
encontré en el Boulevard San Rafael con Irene, una amiga francesa con la que
hice amistad en Togo y que está aquí de vacaciones con su marido cubano.
También iba con su mama, una increíble mujer de 90 años, de origen español que
ha venido a pasar unos días a Cuba. Ellas me dijeron que habían visto una gente
jugando al ajedrez en la Plaza José Martí, así que me fui para allá.
Efectivamente, había dos choferes de coches antiguos que, como ahora no hay
muchos turistas, tienen que esperar varias horas hasta que les toca el turno de
salir y matan el tiempo jugando al ajedrez. Enseguida nos pusimos a hablar, en
el lenguaje universal que te da el ajedrez, sobre todo con algunos que estaban
esperando su turno para enfrentarse al que ganara y había también un turista alemán
con el que suelen jugar. Les dije que yo había traído un tablero y figuras para
jugar y me contestaron que muy bien, pero que lo que necesitan es un reloj para
jugar con tiempo ya que el alemán tarda mucho en cada jugada y esas partidas se
alargan interminablemente. El lenguaje del ajedrez.
Para rematar el día fui al Museo del chocolate, que
curiosamente está en la calle Amargura, donde me tomé un batido de chocolate
frío que me costó 20 céntimos de euro, y eso que está en el mero centro de
Habana Vieja. Van muchos cubanos ya que es un precio que se pueden permitir. Ya
agotado después de tanto caminar me fui hacia un lugar donde sabía que por allí
cerca pasaban almendrones, coches antiguos que hacen transporte compartido, que
iban hacia la dirección donde yo me quedo. Le pregunté a un chico que tenía una
bici taxi donde era y como estaba a 4 cuadras y yo ya estaba harto de caminar
le pregunté cuanto me cobraba por llevarme y así me aseguraba de ir al punto
correcto. Me cobró 1,1 euros, me dejó en una calle y me dijo que los coches no
tienen parada, sino que los tienes que parar cuando pasan y decirles donde vas.
Así fue, uno de los primeros que pasó iba en la dirección correcta, hacia el
puente Almendares y después de 6 km compartidos con otros viajeros que subían y
bajaban durante unos 20 minutos de viaje, dado el escaso tráfico, me dejó a 20
metros de mi casa y pagué el precio que todos pagaban, 60 céntimos de euro.
Todavía por la noche queda tiempo para salir. Un lugar cercano es la FAC -Fabrica de Arte Cubano- que está a unas pocas cuadras de la casa de mis amigos por lo que se puede ir andando. Uno de esos días actuaba el profesor de percusión de Juan y lo fuimos a ver actuando con un grupo de jazz. Un espectáculo.
Actuación de jazz en la FAC
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