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sábado, 24 de diciembre de 2022

Unas semanas en La Habana

 




Con esta entrada hago un parón en lo que llevaba escribiendo sobre el cacao, pero será para coger más fuerza en cuanto me ponga de nuevo.  

Todo lo que escribo sobre Cuba son sólo mis impresiones, dando mi opinión de lo que veo y tal como me parece a mí, en temas que seguro son controvertidos y sobre los que cada uno opinaría posiblemente de diferente manera porque además seguro que no soy imparcial. Pero como me decía el taxista que me llevo a Cienfuegos, ”ni que yo te explicara las cosas de Cuba durante un año, no las entenderías”.

Recorrer La Habana a pie, en bici, o en coche es un gusto porque hay poco tráfico. Aquí no hay colas, ni en la hora punta. Otra cosa es que haya que hacer cola o esperar para encontrar un transporte público, pero una vez conseguido, va viento en popa. Algo que llama la atención son las motos eléctricas que hay a las que muchas veces no oyes llegar hasta que las tienes encima y te llevas un buen susto. Hay también bastantes antiguos coches americanos de colores algo estridentes, que le dan a la ciudad un toque para mi gusto algo artificial.

En las autopistas de salida de La Habana, de 2 hasta 4 carriles, en los cruces hay mucha gente mostrando billetes de dinero para mostrar que están dispuestos a pagar por el pasaje a los coches que pasan. Debe ser desesperante estar horas y horas, sin saber cuándo podrás viajar. Un país que no es capaz de transportar a su gente y prioriza el combustible para el transporte de turistas, va hacia el desastre. Pero eso hace años que se dice de Cuba.

Callejeando no dejan de impresionarme las casas antiguas, coloniales, algunas de una belleza tremenda, aunque siempre hay una historia negra detrás de las imponentes fachadas. Nadie se ha hecho rico trabajando y mucho menos en los siglos pasados. Estas casas, con unos techos altísimos han sido divididas sobre todo en La Habana Vieja a lo horizontal y a lo vertical, donde se arrebujan varias familias conformando diferentes viviendas en lo que antes era una. Si el país está apedazado, las casas también lo están, muchas desconchadas y sin pintar. Otras tienen escaleras de infarto que suben del bajo al segundo piso sin descansillo, producto de esa división irracional.

Tener amigos que viven aquí desde hace 2 años, que me prestan su casa, una tarjeta de teléfono, la bicicleta, me dan acceso a internet y me explican todos los trucos para el día a día, está claro que no se puede pagar con dinero. Tendré que pensar en alguna otra cosa.

Lo que más mal me sabe en este país es ver las inmensas colas que hay por todas partes. Aunque parece que estén desorganizadas, todos saben quién es el último y el penúltimo. Sin embargo, siempre hay quien se quiere colar y ya he visto más de una bronca. Estas colas se forman normalmente en los expendios de productos subvencionados por el gobierno, única manera de que la gente con un salario de unos 20 euros al mes (al tipo de cambio del mercado negro, pero 136 € al cambio oficial) puedan acceder a estos productos básicos. También se forman colas en los hospitales y centros de salud, otro de los servicios más básicos que requiere una población. Esto no es tan diferente a lo que ya viví en la Nicaragua sandinista en el año 86 donde también me tocaba hacer colas. Parece que no he avanzado nada aunque aquí las colas que hago de pagos en divisas son mucho más cortas que las de la gente normal.

Mercado Agro libre


En los pocos días que llevo aquí, ya casi dos semanas, hay cosas que me han salido exactamente como me las había imaginado, otras ni por asomo. Por ejemplo, no he conseguido todavía jugar al ajedrez, aunque ya he empezado las clases de baile, tengo internet todo el día y ya se moverme más o menos por La Habana, porque su sistema cuadriculado y de calles numeradas me lo facilita mucho. Ficho esto, a pesar de ello me sigo perdiendo.

No recuerdo a cuanto cambié el dólar en 2015, la última vez que estuve aquí por unos pocos días (creo que a 25). Hoy no hay cambio oficial con el dólar, pero si con el euro que está a 25 CUP (peso cubano) al cambio oficial y a 173 en el mercado negro.


En estos días he ido a comprar un par de veces y en un día me he gastado, entre pan, unos pastelitos, algo de verduras y queso, el salario mensual de un cubano. Todo ello comprado obviamente en las tiendas no estatales, donde se vende el porcentaje que se permite a los agricultores poner a la venta libre.

En La Habana, como en cualquier lugar, lo primero que hay que hacer es enterarse de como moverse, donde hay que y como se consigue. De Canarias me he traído 3 paquetes con medicinas que me han dado gente de Tenerife para conocidos. En el primero después de no coincidir en un par de ocasiones, ya que la señora tiene a su hermano en el hospital y su marido venía de Mariel, a unos cuantos kilómetros de La Habana, finalmente pudimos quedar. Para el otro he necesitado 3 días para averiguar cómo mandarlo a Camagüey ya que en las oficinas de correos normales no lo reciben y tuve que ir al Ministerio de Comunicaciones que está en la plaza de la Revolución. He tenido que cambiarle el empaque y finalmente, por el módico precio de 220 céntimos he podido mandarlo. Eso sí, me han recalcado que puede tardar 2 meses en llegar. El tercero finalmente lo he entregado en Cienfuegos, a un amigo de quien lo va a recibir, para que se lo entregue en Santa Clara, una ciudad cercana (70 km).

Un agro estatal lleno de gente

En los años 80 en mis viajes de Europa a Nicaragua pasé algunas veces por Cuba para hacer escala, a veces de uno o dos días.  En diciembre de 1999 pasé aquí casi un mes de vacaciones, en la época en que se produjo el conflicto con EEUU por Elián, el niño balsero.  Luego volví en agosto de 2015 para evaluar un proyecto de cambio climático. En esa última ocasión las cosas habían mejorado de como yo las recordaba, pero ahora el país vuelve a sufrir un bache y parece que la política de desgaste de los EEUU va obteniendo resultados ya que se dice que este año se han ido más de 200 000 personas del país (que tiene alrededor de 11 millones de habitantes, por lo que es un 2% en sólo 1 año). Esto significa una sangría importante en lo que a capacidades se refiere, ya que se van sobre todo los jóvenes, pero, por el contrario, los que se quedan posiblemente tengan más recursos económicos, por las remesas de dinero que mandan los que se han ido en cuanto estabilizan su situación. La gente con la que hablo de ello me dice que si esto sigue así no saben quiénes van a trabajar en Cuba, ya que se van los jóvenes y sólo quedan los viejos.

Este mes de diciembre las cosas han mejorado algo, no hay cortes de luz por ejemplo, pero los cubanos ya son tan pesimistas que dicen que el gobierno está haciendo un último esfuerzo poniendo todo lo que tienen para que la gente no se rebele, pero que 2023 será un año mucho peor. Hace un mes mis amigos me habían dicho que me trajera linternas por los cortes de luz. He traído tres y no ha habido ni un solo segundo de cortes. Me preocupa que si las regalo vuelva a haber. Esperaré al último día.

En los pocos días que llevo aquí ya se me hace corto el mes que voy a pasar. Desde el egoísmo de saber que me puedo permitirme vivir sin pasar las penurias de la mayoría de sus habitantes, pienso que no me importaría estar más tiempo y seguir disfrutando de mis paseos a través de La Habana, sin cansarme de mirar a sus gentes, sus casas, el cielo.

Centro Habana

Hay días en que (casi) todo te sale bien. Así fue hace poco en que sentí que ya domino un poco el entorno. Por la mañana, cuando hace relativamente fresco, salgo a pie en dirección a la biblioteca para luego seguir a La Habana Vieja, donde inevitablemente acabo. Con los diversos giros que voy haciendo, cambiando de calle para ir conociendo más, son entre 8 y 12 kilómetros cada día. Ese día fui al Ministerio de Comunicaciones para mandar uno de los paquetes que me quedaban pendientes. No había colas y cuando ya me veía desprendiéndome de la encomienda, resulta que no lo aceptan en el formato que yo lo llevaba y tengo que meterlo en una cajita. Pero vamos avanzando. Al entrar me pareció que la señora de la limpieza, señalándome con el dedo, me pegaba (un poco) la bronca por algo que no entendí. Tardé todavía un rato en darme cuenta. De ahí me encaminé a la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, adonde estoy yendo a consultar documentos relacionados con el cacao. Ahí una señora muy amable en información me atendió y llamó al responsable de relaciones internacionales para que yo le pudiera entregar mi libro de Agroecología, asignatura pendiente, que traje para que también esté en esta biblioteca, ya que es un libro que habla de luchar contra el sistema establecido y no se me ocurre ningún mejor lugar para que esté. Este hombre (Juan Carlos Fernández) me dijo que en este año había recibido a varias personas de las islas Canarias que habían pasado por allí y que en la Biblioteca están interesados en recibir libros, sobre todo de Agroecología (sic). Nos hicimos una foto y todos tan contentos. Luego pasé a hacerme el carnet, en la categoría de profesional ya que no llevaba ninguna acreditación como investigador. Me lo hicieron en un momento, a mano, y tuve que pagar el precio de 6 CUP que son 3 céntimos de euro, lo que me habilita para consultar documentos en las diferentes salas que tienen. Luego pasé a otro mostrador donde una mujer muy amable me dijo que no podía entrar a la sala con la mochila de la que tengo que sacar todas las cosas de valor y llevarlas en una bolsa transparente para pasar a las salas. Luego, en voz baja, me dijo que la próxima vez no viniera en “chor”, o sea en pantalón corto, ya que podría serme denegada la entrada tal como consta en los términos del carnet que me dieron. Ahí entendí los aspavientos de la señora del Ministerio de Comunicaciones. ¡Esa es la razón de que, al hacerme la foto en la biblioteca, esta se queda a la altura del ombligo! Así que tendré que venir con pantalón largo lo que obviamente me fastidia un poco con el calor que hace y pienso que en algunos aspectos de las formas la revolución se les quedó algo corta y anclada en el pasado.


Biblioteca Nacional José Martí


La biblioteca está muy cerca de una zona de buses y taxis, donde al pasar por ahí me ofrecieron todo tipo de viajes por todo el país. Por lo menos ahora ya se los precios aproximados, que cobran en euros. De ahí, todavía me quedaba camino por recorrer, para pasar por un hostal donde a través de mis amigos quedé con un cambista que me cambió unos euros a un cambio superior al que ofrecen en la calle a los turistas de La Habana Vieja a 160 mientras él me lo cambió a 173 CUP.

De ahí seguí camino hacia la Plaza José Martí, donde me encontré en el Boulevard San Rafael con Irene, una amiga francesa con la que hice amistad en Togo y que está aquí de vacaciones con su marido cubano. También iba con su mama, una increíble mujer de 90 años, de origen español que ha venido a pasar unos días a Cuba. Ellas me dijeron que habían visto una gente jugando al ajedrez en la Plaza José Martí, así que me fui para allá. Efectivamente, había dos choferes de coches antiguos que, como ahora no hay muchos turistas, tienen que esperar varias horas hasta que les toca el turno de salir y matan el tiempo jugando al ajedrez. Enseguida nos pusimos a hablar, en el lenguaje universal que te da el ajedrez, sobre todo con algunos que estaban esperando su turno para enfrentarse al que ganara y había también un turista alemán con el que suelen jugar. Les dije que yo había traído un tablero y figuras para jugar y me contestaron que muy bien, pero que lo que necesitan es un reloj para jugar con tiempo ya que el alemán tarda mucho en cada jugada y esas partidas se alargan interminablemente. El lenguaje del ajedrez.

Para rematar el día fui al Museo del chocolate, que curiosamente está en la calle Amargura, donde me tomé un batido de chocolate frío que me costó 20 céntimos de euro, y eso que está en el mero centro de Habana Vieja. Van muchos cubanos ya que es un precio que se pueden permitir. Ya agotado después de tanto caminar me fui hacia un lugar donde sabía que por allí cerca pasaban almendrones, coches antiguos que hacen transporte compartido, que iban hacia la dirección donde yo me quedo. Le pregunté a un chico que tenía una bici taxi donde era y como estaba a 4 cuadras y yo ya estaba harto de caminar le pregunté cuanto me cobraba por llevarme y así me aseguraba de ir al punto correcto. Me cobró 1,1 euros, me dejó en una calle y me dijo que los coches no tienen parada, sino que los tienes que parar cuando pasan y decirles donde vas. Así fue, uno de los primeros que pasó iba en la dirección correcta, hacia el puente Almendares y después de 6 km compartidos con otros viajeros que subían y bajaban durante unos 20 minutos de viaje, dado el escaso tráfico, me dejó a 20 metros de mi casa y pagué el precio que todos pagaban, 60 céntimos de euro.

Almendrón

Todavía por la noche queda tiempo para salir. Un lugar cercano es la FAC -Fabrica de Arte Cubano- que está a unas pocas cuadras de la casa de mis amigos por lo que se puede ir andando. Uno de esos días actuaba el profesor de percusión de Juan y lo fuimos a ver actuando con un grupo de jazz. Un espectáculo.



Actuación de jazz en la FAC


Desde el Malecón




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