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viernes, 17 de febrero de 2023

Amazonía

 

Chakra amazónica

Y por fin llega el otro sueño, ir a la Amazonia de Ecuador. Tengo que ir primero a Quito para salir desde allí. Y de nuevo duermo mal, tal como me pasó ya la otra vez, me despierto a cada rato, me da calor, me cuesta respirar y no veo la hora de irme. He contratado un taxi compartido que viene a buscarme puntual a las 12 del mediodía. Al salir del hotel y cruzar dos calles, hay un stop, que aquí se llama Pare, y veo que el taxista sin mirar, cruza la calle. Le da por poquito, pero le da, a un coche por la parte de atrás, lo hace girar y este se empotra contra un pilar que hay en la acera. Detrás venía un bus de los azules asesinos que, si le llegamos a dar, otro gallo nos habría cantado. Después de los correspondientes insultos de la mujer perjudicada, de que venga la policía de tráfico, que llegue el hijo de la señora también enfadado, los curiosos que opinan a diestro y siniestro, finalmente, una hora más tarde, llega otro taxi a reemplazar al dañado. Me despido de Benito, así se llama el taxista con el que no nos ha dado casi tiempo a conocernos. Voy con el nuevo taxi a buscar a otra pasajera y una encomienda antes de iniciar la ruta, cuando de pronto una moto nos intenta adelantar por la derecha. El taxista no se deja y casi chocan. Unos metros más adelante ambos paran y se enzarzan en una discusión que por poco no llega a las manos. Finalmente nos adelantamos unos metros y nos paramos delante de un semáforo en rojo. Cuando todavía no se ha puesto en verde el motorista pasa a toda velocidad y con el pie golpea el retrovisor del lado del conductor y lo tira al suelo. Empiezo a pensar que este no es mi día, pero por suerte y seguramente por todas las vírgenes y niños Jesús que el taxista lleva en el coche, todo irá bien.

El paisaje desde que salimos de Quito es bellísimo y aunque partimos desde 2700 msnm, todavía subimos a algo más de 4000 para luego empezar a descender pasando por unas frondosas gargantas con el río al fondo y los acantilados con enormes y diversos árboles que lo cubren todo. A lo largo de la ruta hay varios letreros indicando que es zona de paso de animales silvestres, así como de osos, pero no vemos ninguno. El conductor dice que si ha visto venados y una vez un oso pasar la carretera. Cruzamos varios ríos y después de innumerables curvas llegamos a Tena, mi destino. Es la puerta del Amazonas, me gustaría ir más adentro, pero me contentaré de momento con esto.

Con una familia cosechando cacao en la chakra

Los primeros días los paso en Tena, desde donde visito las diferentes comunidades donde se produce cacao y en alguna también chocolate. Me acompañan promotoras de la Fundación Maquita que me facilitan el trabajo. Una de las organizaciones que visito, Tsatsayaku, hace un chocolate de bastante calidad y venden productos hechos por diferentes comunidades (www.tsatsayaku.com).


Una de las últimas fincas que visito es la de Agroturismo El Picaflor (que es como se llama aquí al colibrí), en la comunidad de El Capricho (https://www.facebook.com/ramonpucha2021/). Es hasta ahora el mejor ejemplo que he visto de un sistema agroforestal donde se combina el cacao con árboles maderables centenarios, flores y una gran cantidad de plantas que no conozco ni he visto nunca: frutas comestibles, hojas que saben a canela aunque no son, una hoja con sabor a ajo, una mazorca que se puede comer como si fueran tallarines, un fruto que cambia el sabor de otros productos y muchos más que no me daba tiempo ni a anotar y probar al mismo tiempo. Todo el cacao que tiene es Nacional, o sea de las variedades antiguas, que es lo que llaman también fino de aroma y que a diferencia de los nuevos clones produce menos pero tiene mejor sabor y el árbol produce más años. En el futuro quiere que la finca sea un banco de germoplasma de las diferentes especies que tiene.

Un colibrí herido que recogimos por el camino

El rico tallarín vegetal

El fin de semana me voy a Shandia Lodge, un centro de turismo comunitario de la comunidad kichwa que está apoyada por Maquita. En la mañana se ha organizado un taller con jóvenes promotores de diferentes comunidades a los que Maquita contrata y se les ofrece otra alternativa que ir a trabajar a la ciudad. Su labor es visitar productores y mejorar sus sistemas agroforestales, promover la diversificación en las fincas, lo que llaman la chakra, mejorando la sostenibilidad alimentaria de las familias. En la charla que les doy les cuento la experiencia del cacao en África, una realidad de la que apenas conocen nada. Hablamos de todo un poco y ellos proponen ideas, de como hacer jabón de cacao, sueñan con una gran fábrica de chocolate de la Amazonía, y aunque sea difícil que ese sueño se haga realidad, está bien poder soñar.

Taller con promotores en Shandia Lodge

Por la tarde me voy con Enrique, el hombre orquesta del centro, que, igual que te soluciona el internet, arregla un enchufe, cocina, sirva la mesa y hace de guía. En seguida hacemos buenas migas y nos vamos por la tarde en bicicleta a recorrer la ribera del río. A esa hora parece que es la hora del baño y de lavar la ropa y vemos a varios indígenas practicando lo uno o lo otro. Nosotros no podemos ser menos y al regreso nos bañamos en el agua bastante fría del río Jatunyaco que significa agua grande, que más adelante, cuando se junte con el río Anzu, se convertirá en el río Napo, que ya bastante más allá, después de 1130 km, de los cuales la mitad están en Ecuador y la otra en Perú, llega muy cerca de Iquitos, donde perderá su nombre para pasar a alimentar al Amazonas. Y yo me pregunto: ¿cuándo por fin me embarcaré en uno de estos ríos y me dejaré llevar hasta el final en vez de estar tonteando con el cacao?

Con Enrique pasando uno de los 3 puentes que están juntos: uno se cayó 4 días antes de inaugurarlo, otro está operativo y este necesita algunas reparaciones

Cuando veo a los indígenas bañarse, a la gente en sus casas de madera, siento como una armonía que no he sentido en ningún otro lugar del país. Esta armonía la rompe la civilización que va llegando a estos lugares, las compañías madereras, las petroleras y las concesiones mineras que destruyen este territorio, los mismos tres grandes problemas que se dan en África.

A bañarse toca

Lo único que es algo molesto aquí son los moscos (pequeños mosquitos) que te dejan unas picaduras muy molestas que tardan días en desaparecer. Aunque no suelo ser muy susceptible a las picadas si me han dejado un buen recuerdo en las piernas y brazos. Cuando te pican no parezca que sea gran cosa, pero luego durante dos semanas no dejas de rascarte, lo que lo hace todavía peor, sobre todo por la mañana y por la tarde-noche, mientras, por el día no lo notas, como si te dieran descanso para que puedas trabajar. Como más te rasques, peor es, así que toca aguantarse y esperar que pase, pero inexorablemente te seguirán picando y sólo te queda vestirte tapando todo lo que puedas y ponerte repelente. Todo lo bueno tiene su precio.

Con tanta agua, hay cascadas por donde uno mire




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