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sábado, 25 de febrero de 2023

De Ecuador a la Amazonía colombiana

 


En mi periplo por Ecuador me tocó irme a Los Ríos, para participar en unos talleres con la Fundación que me había apoyado hasta ahora, además de visitar a varios productores, algunas fincas Faro y participar en una charla en un centro de investigación agrario. Yo quería ir por una ruta nueva, pasando por Puyo y Los Baños, que no conozco, pero por problemas de logística y de seguridad me tocó volver a Quito (empieza a hartarme esta ciudad) y al día siguiente en taxi hasta Buena Fe, a las instalaciones de la Fundación. En esta zona donde trabajan los técnicos hay lugares donde no pueden ir por el nivel de delincuencia que hay. Sigo preguntándome cómo se puede trabajar en estas condiciones. Con los técnicos visitamos varias fincas y un humedal, que está sobreexplotado y donde el cultivo intensivo de maíz con alta aplicación de insumos químicos y con terrenos de altas pendientes ya deja notar el bajón en rendimientos y se ve la erosión, dado que al finalizar el cultivo lo queman todo para evitar cualquier tipo de enfermedad o plaga en los residuos.

Maíz sembrado a favor de la pendiente y uno de los técnicos de Maquita en una de las cárcavas para ver su altura

Después de unos días intensos, en que tanto me tocó hablar de cacao, de humedales, como de turismo y corredores biológicos, finalmente llegó el momento de irme a Colombia, como no, pasando primero por Quito, donde duermo otra vez mal. Al día siguiente tomo un bus hacia Pasto, que tarda unas 6 horas y que me deja cerca de la frontera. Con un taxi hago los 4 kilómetros que me faltan y después de sellar el pasaporte, cruzo a pie el puente que separa ambos países, lo que me trae recuerdos de otros viajes. Al otro lado, sello la entrada a Colombia y tomo otro taxi hasta la estación de buses de Ipiales, donde enseguida me pesca el conductor de un microbús y en pocos minutos seguimos ruta para llegar al cabo de 2 horas a Pasto. Ha sido una paliza de viaje, pero ya estoy en Colombia. Me quedo el domingo en esta ciudad ya que tengo un par de contactos. Uno es de Ayuda en Acción, a quienes contacté hace meses y que al final no me pararán bola y me tendrán todo el tempo en ascuas, todo siempre de forma muy educada, a la colombiana. Otro cantar fue con PDT, una organización a la que contacté por medio de Begoña, una amiga que ha trabajado en este país durante años y que yo conozco desde Nicaragua. Gloria, la responsable de PDT me trató como a un amigo, y me facilitó contactos, logística y el apoyo de la oficina en Tumaco que era mi destino final. Para no perder la costumbre, me toca levantarme a las 4 de la mañana para tomar un taxi compartido que me dejará al cabo de 5 horas en Tumaco. Por cierto, esta ciudad son 3 islas unidas por puentes. Yo me quedo en la primera y, por lo tanto, ya cuenta como una isla más en mi lista, la número 121.

En moto por Tumaco, con una de las técnicas de cacao

La visita fue corta, de sólo dos días, pero gracias al personal de PDT fue intensa, hablando con diversos actores de la cadena del cacao e incluso tuve un rato para ir a conocer sus playas, que por algo esta ciudad es conocida como la perla del Pacífico. De esta zona me llevo la frase que me dijo un líder de la comunidad afro: hay que humanizar el sector del cacao.

No tenía tiempo para más ya que al día siguiente, otra vez temprano, salía mi avión hacia Bogotá. Allí había conseguido contactar con mi amigo Ricardo, con quien trabajé en mi época de consultor en Colombia hace ya veinte años. Habíamos perdido el contacto por haber cambiado de correo electrónico, pero finalmente, a través de las redes sociales pude localizarlo. Yo le había perdido completamente la pista y ahora me enteraba que durante algo más de dos años fue viceministro de Agricultura, tras varios años desempeñándose en diversos cargos del sector agrario y siempre defendiendo la producción orgánica. La alegría de reencontrarnos fue mutua, y no solamente me quedé en su casa en Bogotá, sino que además me consiguió entrevistas con las personas más relevantes del mundo de cacao colombiano. Rematamos nuestro encuentro en la última tarde con una borrachera de partidas de ajedrez, nuestra afición compartida, en la que quedamos 4 ½ a 4 ½, lo que nos obliga a volvernos a ver (hemos quedado para noviembre) y seguir dándole a las piezas. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero esta fue estupenda, quizás porque no era la segunda parte de nada.

Cata de chocolates que Ricardo facilitó en la tienda y chocolatería Legado - Cacao Experience de Carlos Enrique Torres

Amazonía colombiana

En todos mis viajes a Colombia siempre me quedé con las ganas de volar a Leticia y ahora llegó el momento. La ciudad me recibió con un calor bochornoso, mi cuerpo con gripe y el hotel que había escogido, que a pesar del nombre de ecológico no me gustó demasiado. A lo hecho, pecho. Los dos días que había reservado para la ciudad se me iban a hacer largos, pero aproveché para conocer la parte limítrofe de Brasil, la ciudad de Tabatinga, que tampoco me pareció demasiado especial.

Aunque también se puede pasar a Perú en barca por 1 euro, no me apetece y no lo hago. Me llama la atención la cantidad de perros en la calle. Ninguno tiene collar, pero la mayoría parece tener dueño. Compro el pasaje del bote público a Puerto Nariño para el día siguiente, lo que es un decir, porque me apuntan en una libreta y no me dan recibo y me dicen que media hora antes de salir me llamarán por mi nombre. Aunque desconfío todo pasará tal como me han dicho. Este pueblo está a 70 km río arriba y se tarda casi 3 horas, con varias paradas para recoger y dejar gente. En Puerto Nariño me llama la atención sus calles tan limpias y ordenadas en comparación con Leticia. Aquí están además todos los hermanos y primos de los perros de Leticia. Está prohibida la circulación de coches y motos por lo que en el pueblo sólo se oye el ruido de las cigarras, de los pájaros y de los motores de las barcas al surcar el río. Me dicen que aquí también se roban parte del dinero de infraestructuras, pero por lo menos hacen las calles, en cambio en Leticia, dicen que se lo roban todo y por eso las calles están patas arriba.

Puerto Nariño, donde confluye el río Loretoyacu con el Amazonas

A través del hotel me consiguen un guía de la etnia Tikuna, Abner Ramos, quien me acompañará en lancha al lago Tarapoto, una visita obligada. Sabe bastantes cosas de la naturaleza, que me explica con mucha paciencia, y al final me hace hacer el payaso pescando una piraña, que luego volvemos a soltar. Por el río, además de delfines rosados y grises vemos una gran cantidad de diferentes águilas y otros pajarracos.

Al mediodía, ya de regreso, con un calor de infarto, señal de que va a llover, me voy a caminar por un sendero que transcurre paralelo al río Amazonas y que tiene un sinfín de cuestas y bajadas y me maravillo de la selva que está a pie de camino. Los moscos y los mosquitos casi no me molestan y no estoy usando el repelente. Me da rabia cargar con cosas que no uso. En cambio, el paraguas, que he estado llevando todo este tiempo en mi maleta sí que me ha servido aquí. Y es que en esta zona llueve unos 3300 mm al año, o sea unos 10 litros al día. Eso significa que, si un día no llueve, al siguiente te van a caer al menos 20 litros. La lluvia se anuncia cuando después de hacer un calor tremendo, las nubes se van formando producto de la evaporación, empieza una ligera brisa y a continuación se viene un montón de agua. Es el ciclo del agua que aquí se refleja en su máxima expresión. Y me gusta mucho el dicho que me dijeron hace tiempo en otra parte de Colombia y que también sirve aquí, de que – si no llueve, es que está a punto de llover –. Hablando de llover, después que la lluvia cae, a veces por una hora, a veces por doce, los niños salen a jugar y se revuelcan en los enormes charcos como si tal cosa. Que envidia ¡


Y saco cuentas, una cosa que me encanta, de que, si hubiera tirado algo que flotara al río Napo cuando estuve allá en Ecuador, calculando una velocidad del agua de unos 4 km/hora, posiblemente en estos días la hubiera visto pasar por aquí.

Por la mañana temprano llegan los vendedores del Perú a vender sus mercancías. Al parecer practican más la agricultura que acá y traen productos que difícilmente se dan aquí como los ajos. Pero tengo que decir que en el puerto de Leticia ví como embarcaban, yo creo que de contrabando, 13 cajas de Gramoxone (herbicida con constatados efectos en la salud humana) de 12 litros cada una, que iban para Caballococha, ya en la parte peruana. En mi búsqueda por internet he encontrado que los productos con base a Paraquat, como este, están prohibidos en la Unión Europea desde 2007 y en Colombia y Perú desde 2020 y 2021. La pegatina de fabricación pone fabricado en Colombia en noviembre de 2022. Esto es lo que hay.

En Puerto Nariño, para ajustarme a mi presupuesto, me cambio del hotel donde estoy, con fama de ser el mejor del lugar, por otro que está sólo a unos pocos metros, donde tengo una enorme terraza de madera en la que escribo esto y en la que comparto algo de fruta con los pájaros y monitos que de vez en cuando, cada vez más atrevidos, vienen a comer.


El monito, cuya cola es más larga que su cuerpo, se asusta cada vez que le doy al Enter y se esconde detrás de la columna de madera, sacando de vez en cuando la cabeza para ver si puede volver.

Durante el día prefiero caminar por la calle, sentarme en un banco, ponerme a escribir en mi cuaderno, dar pequeños paseos por el bosque (pequeños por miedo a perderme, que me oriento muy mal) y no estar desesperado por hacer todos los mil y un posibles tours. Estoy al final del viaje y lo noto.

Una ceiba, que según la tradición oral de los tikuna, tiene 400 años

Aunque me parece algo caro, ya le he cogido cariño a Abner con quien me voy temprano, a las 7, para entrar en un bosque secundario, donde según me cuenta, mostrándome un árbol de caucho, era donde los españoles explotaron y maltrataron a sus antepasados obligándoles a recoger el caucho para ellos. Hay un buen libro de Vargas Llosas sobre esta parte de nuestra triste historia como colonizadores.

El día ha amanecido lluvioso y vamos preparados con chubasqueros y botas de agua. Aquí las botas de agua hacen falta hasta para ir al baño. Hay árboles de todo tipo y me va enseñando para lo que sirve cada uno, y son tantos que lo olvido casi inmediatamente. Me enseña una rana verde rayada y luego una marrón minúscula. Con un palito hurga en un agujero del que sale una tarántula hecha una fiera. Como el suelo está bastante resbaladizo corta un palo que me sirve de tercera pata. Y es que en el bosque encuentras de todo, como un montón de frutas que me va dando a probar y que no he visto en mi vida. No es extraño que esta gente sea cazadora y recolectora, aquí tienen todo lo necesario para construir sus casas, para alimentarse y tratarse cualquier enfermedad. Pero claro, ahora quieren un teléfono móvil o un motor para la barca y es donde se rompen sus esquemas. Les toca trabajar y cambiar de forma de vida y eso cuesta.

El sendero va pasando por zonas cada vez más oscuras, de selva que nunca ha sido talada, en zona ya de la reserva indígena, Algunos árboles, como el Renaco, extienden tanto sus raíces, las que en parte son superficiales, que sirven de escalones para subir y bajar las continuas pendientes que hay.

Renaco

Abner me sigue contando historias de las tradiciones de la etnia Tikuna, y me enseña la Maloka, un lugar donde se celebra el pase a la adultez de las niñas. A medio camino empieza a llover con fuerza y nos tenemos que poner los capotes, vemos un caimán en un pequeño lago y unos peces enormes. Los monos están escondidos y me tengo que contentar con el que veo todos los días desde mi habitación. También me cuenta como el tapir se convirtió en Manatí y como el delfín rosado, usando otros peces del río para disfrazarse se convierte en un joven apuesto y en los bailes se roba a la muchacha que más le gusta. Y me dijo muy serio – y estas historias son verdad –.

Vemos un termitero y con un palo hurga en el sacando termitas y parte de su construcción y se lo restriega por los brazos, lo que me dice que sirve como repelente para los mosquitos. ¡Impresionante ¡

Abner, dándome una de sus sabias explicaciones y la fruta a probar

En el último día me encuentro con Martha, la responsable de un pequeño proyecto de transformación de cacao en Puerto Nariño. Empezamos hablando de cacao y compartiendo una pizza acabamos pasando una encantadora velada hablando yo de mis viajes pendientes y ella de sus sueños de estudiar un master en España. Todo se andará.

Desde Puerto Nariño me voy a Leticia, a pasar la noche para irme de nuevo a Quito, donde todavía tengo una reunión pendiente en el Ministerio de Agricultura. De ahí me regreso a Tenerife. Es el fin de estos días intensos. En parte tengo ganas de acabar porque viajar es muy cansado, pero el Amazonas te atrapa y me quedo con ganas de volver y quedarme más tiempo. Me han quedado muchas cosas por ver, porque no quería ir corriendo de un lugar a otro. Prefiero a veces sentarme en el muelle y ver a la gente pasar, los botes que van de un lado a otro y sobre todo a los delfines que en esta época tienen crías y que parecen jugar con los turistas que los acechan por un lado mientras ellos salen por el contrario.

Puerto Nariño, Leticia, 26 de febrero de 2023


Anochecer en el Amazonas

2 comentarios:

  1. Hola! De nuevo gracias por el relato de algunas de tus vivencias y de las imágenes que compartes. Todas ellas muy significativas y bonitas, son las que ponen “el color” a la historia. Por cierto no se me ha olvidado el tema “chocolate”, aún le estoy dando vueltas… Saludos,

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  2. Muy interesante...dan ganas de irse una buena temporada para allá....
    Federico


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