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domingo, 17 de diciembre de 2023

El Cacao

 


Del calor de Providencia paso al frío y a la altura de Bogotá (2630 msnm de promedio). Me quedo de nuevo en casa de mis amigos, Ricardo y María Alejandra, en la zona alta de la ciudad. Llego justo para ir al Choco Show, la quinta edición de este certamen que ha ido creciendo y que muestra la variedad de cacaos, chocolates y de sabores que tienen en el país. Aprovecho, gracias a la intermediación de Ricardo, para hacer contactos, a los que podré visitar en los próximos días. También me encuentro a gente que conocí en la visita que hice a principios de año en Tumaco y también a una técnica de Puerto Nariño. ¡El pequeño mundo del chocolate!

Me ha encantado ver la variedad de chocolates, muchos bean to bar, que se hacen en Colombia, un país que se distingue porque consume buena parte de lo que produce. Un modelo completamente diferente al de Ecuador o Costa de Marfil. Cuando trabajé junto con Ricardo de 1998 al 2000 en Colombia, en un proyecto de productos ecológicos, hicimos hincapié en la necesidad de que los productores ecológicos se certificaran o tuvieran al menos algún logo local que los identificara como tales. En la feria del chocolate he visto varios chocolates en los que pone que son orgánicos, pero sin ningún sello. Mucho por hacer todavía.

Con gente relacionada con el cacao, a mi izquierda Ricardo.

El tiempo pasa volando y cuando no tenemos nada que hacer, con Ricardo nos ponemos a jugar al ajedrez, nuestra pasión que ya nos unió cuando trabajábamos juntos en Colombia desde 1998. Tras pasar en Bogotá el fin de semana, el lunes empiezo mi viaje cacaotero, y viajo en bus, camino de Villa de Leyva. Esta es una ciudad de estilo colonial, a 2149 msnm, fundada en 1572 y que preserva buena parte de edificios de esa época y posteriores. Algunas casas son espectaculares y la mayoría de las más antiguas han sido remodeladas a casas de huéspedes y hoteles. La plaza principal es inmensa, con las montañas al fondo y las grandes piedras que se utilizaron para el suelo de la plaza. Todas las calles del centro están empedradas de esta manera por lo que no es recomendable caminar con tacones. Pero su cercanía a Bogotá se ha convertido en una especie de parque temático, con muchas cosas que ver en los alrededores y con actividades de moto-quads y de vehículos 4 x 4 que no me atraen para nada.

Me quedo un rato viendo con que maestría coloca las piedras

Al cabo de dos días me pongo en marcha hacia Bucaramanga, que me servirá de punto central para mis próximas visitas. Está a sólo 959 msnm, lo que la hace mucho más agradable para mí, tanto porque hace más calor como porque me cuesta menos caminar.

La plaza y su enorme tamaño

Viajar en Colombia es lento y los trayectos se hacen interminables. Por eso me voy en un taxi privado hasta San Gil, porque desde Villa de Leyva la combinación es muy mala y debería coger cuatro buses para llegar a mi destino. Tardamos 4 horas en hacer 165 km y el taxista incluso me pregunta si no me da miedo como conduce. En una curva lo pilla la policía adelantando en línea contina a un camión y le toca darle una ayudita al policía. Me dice que se le ha ido la ganancia en esa mordida.

El cañón de Chicamocha sin cultivo en las laderas y frondoso en la parte baja

Después sigo el viaje en bus hacia Bucaramanga, a 98 km, por una carretera espectacular, con unos paisajes impresionantes, pero con curvas y más curvas. La carretera está llena de grandes camiones que en ocasiones no caben en la misma curva y el que desciende se tiene que esperar a que el otro pase. Para hacer en total 260 km he tardado más de 7 horas, a pesar de haber hecho las primeras 4 horas en el taxi volador. Y es que aquí las distancias no se miden en kilómetros sino en horas.


Aquí es zona de invernaderos y de extensos cultivos de cebolla

A pesar de que en el blog pueda parecer que todos los días son fiesta no es así. En Bucaramanga me levanto a las 5 de la mañana porque me vienen a buscar a las 6,30 para ir a un centro de investigación de cacao de Agrosavia, en Rionegro, que está dirigido por el Ministerio de Agricultura. Allí después de recorrer las instalaciones, discutir posibles futuras colaboraciones, toca regresar a Bucaramanga porque tengo otra cita por la tarde. Aunque sólo son 30 km tardamos 2 horas en llegar, primero porque hay un camión que se ha quedado varado en una curva y después porque hay obras en la carretera. Además, los camiones pesados que circulan por aquí hacen que el trayecto sea lento ya que es casi imposible adelantarlos por la cantidad de curvas sin visibilidad. Mientras aviso a la próxima cita de que llego tarde, me cambio en el hotel y cojo un taxi para ir a sólo unas cuantas cuadras. Discutimos el plan para mañana y hablamos sobre cuál es la mejor estrategia para el proyecto de cacao en Canarias. Regreso andando al hotel para despejarme la cabeza, pero llego todo sudado por el calor que hace. Además, siempre hay que ir atento y no dar papaya, por ejemplo, no sacar el teléfono móvil por la calle, no te lo vayan a robar.

La ciudad de Bucaramanga vista desde una finca de cacao en su área metropolitana

Por la noche toca revisar la agenda y organizar el fin de semana que pasaré en una finca de cacao. Aunque estoy en una zona de rumba colombiana y oigo la música desde mi habitación, estoy tan cansado que sólo me animo a dejar preparada la maleta antes de caerme rendido en la cama ya que mañana me vienen a buscar temprano para hacer una gira por dos fincas en la zona, antes de coger el bus que en sólo 3 horas me llevará a San Vicente de Chucurí. Por fin¡! Este municipio es el más productivo de toda Colombia y del departamento de Santander y se nota por la enorme mazorca que hay en la plaza principal del pueblo como los diferentes murales alusivos en todo el pueblo.


Tan importante es el cacao en este municipio que le han hecho una estatua en la plaza principal

En San Vicente después de las preceptivas 3 horas en bus (85 km), me vienen a buscar a la plaza Sandro y Consuelo, una pareja que sabe de chocolate, porque él ha sido técnico de Fedecacao y ella porque hace chocolate. Viven en una casa que hay en la finca y al día siguiente la recorro con Sandro, donde aprendo sobre variedades hasta marearme y también sobre la monilia, una de las muchas causas de que las producciones no sean más altas.

La casa de turismo rural de Sandro y Consuelo donde me quedé

A todas horas hay café y chocolate para beber y un pequeño lorito que se llama Pepe, muy confianzudo y que se pirra por el chocolate a la taza, aunque esté caliente.

El chocoyito Pepe, un confianzudo

Desde aquí me pongo en contacto con una productora y experta en cacao, Elizabeth, que está en una zona bastante alejada, en Arauca, fronteriza con Venezuela, para acordar la fecha en que la puedo visitar. Así que me toca volver en bus a Bucaramanga, comprar un billete de avión a Arauca y después me quedan todavía 2 horas en taxi compartido hasta llegar al destino, cerca de Arauquita. Me quedo en un cruce donde me está esperando un empleado de la finca para ir en moto a la finca que está a unos 6 km.

Como el avión ha salido con más de 2 horas de retraso llego de noche a la finca, pero por lo menos llego. Después de cenar nos sentamos fuera, a la fresca y empiezan los ruidos con el anochecer, de la infinidad de loros y loritos en las copas de los árboles, una especie de conejos sin cola buscando que comer, unas gallinazas silvestres volando de árbol en árbol, los monos aulladores marcando su territorio y buscando donde dormir.

Secadero de granos en la finca Vila Gaby, donde aprendí la importancia de un buen secado

El último día lo paso en Arauquita que está al borde del río Arauca y desde donde se puede cruzar a Venezuela. Como no hay un puesto fronterizo como tal no me atrevo a pasar, aunque ganas no me faltan. Otra vez será.

El río Arauca, en la frontera

Sigo mi periplo y salgo en bus hacia Yopal, a 285 km y tardo otra vez 7 horas y ya pienso que es una cifra maldita. En Costa de Marfil me dije que no repetiría viajes tan largos, pero al final vuelvo cada vez a caer en ello. Y es que los sitios donde me muevo, por una razón u otra, siempre necesitan mucho tiempo. Aunque hay que reconocer que tanto los buses como las carreteras están mucho mejor aquí que las que hice en Costa de Marfil, la cantidad de camiones que ralentizan el tráfico, algunas carreteras con baches, las paradas en algunos pueblos hacen que la media al final sea muy baja.

Me quedo dos días en Yopal, ciudad central en los llamados Llanos Orientales, porque quiero estar tranquilo al menos un día en una ciudad, entre otras cosas escribiendo este blog y ordenando toda la documentación que he ido acumulando en estos días. Yopal no es una ciudad bonita, pero parece ser el centro adonde vienen a comprar todos los llaneros de los pueblos del alrededor.

Dado que paso por zonas en las que todavía hay conflictos, como lo atestiguan en especial en la zona de Arauquita los innumerables retenes militares en la carretera, armados hasta los dientes, me reporto cada día con mi amigo Ricardo y le cuento donde ando y adonde voy, por cualquier cosa.

Un enorme árbol cobijando bajo su sombra al cacao

Próximo destino: ¡¡El Amazonas me espera!!

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