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miércoles, 25 de diciembre de 2024

Dos semanas en Taiwan



De regreso a Taipéi, después de pasar la noche en un hotel algo mejor que la última vez, me paso un rato por los subterráneos hasta que encuentro la estación de tren. La puntualidad parece ser la marca de la casa y todo el viaje se hace en silencio, con asientos muy cómodos y mucho espacio, todo numerado y ordenado. La gente no hace ningún ruido, nadie habla ni pone el móvil a todo volumen, la mayoría llevan tapabocas, como si el covid no hubiera pasado. Llego a mi primer destino, Taitung, después de 5 horas de viaje (me encanta viajar en tren) y me voy al hotel que mejora todavía más en cuanto a los anteriores, aunque no es para tirar cohetes. Eso sí, es mejor y encima más barato, pero claro, es que estamos en provincias. Los hoteles cápsula, bajo tierra y en la que te tienes que entender con una máquina para coger la llave y cuando te vas, no son para mí y no he vuelto a quedarme en ninguno. 

En Taiwán me han sorprendido desde el principio algunas cosas, sobre todo la limpieza en las calles donde casi no hay papeleras en ninguna parte, lo que significa que cada uno se lleva su porquería a su casa para allí ponerla en el contenedor correspondiente. Y lo ordenada que es la gente, hacienda fila para comprar, coger el metro o el bus y nadie se cuela. 
El par de días que pasé al principio en Taipéi, los aproveché para pasear e ir a ver el edificio más alto de la capital, de 508 m, que al parecer es un modelo de ingeniería, pero que estéticamente me ha parecido bastante feo. Al atardecer, las luces de neón le ponen color a la noche en las calles. 

Calle en un barrio antiguo de la capital
Por las calles me siento igual que los chinos cuando vienen a España y todo les sorprende y lo fotografían. Pues lo mismo. Pero quizás, lo que más me ha llamado la atención ha sido el sistema de baños públicos, limpios, de lo que podríamos aprender y que están por todas partes. Hay tantos, que vas, aunque no tengas ganas, sólo por hacer el gasto y para que no estén ahí en balde. 


Algunos de los baños tienen inodoros japoneses super sofisticados. El tema del inodoro merece un capítulo aparte. Como no creo ser capaz de describir la experiencia que viví y las sensaciones que tuve, aparte de así ahorrar algunos detalles que podrían herir susceptibilidades, lo dejo en que ha sido una experiencia casi religiosa y no sé cómo podré vivir el resto de mi vida sin el chorrito. No digo nada más. Sólo que nuestros inodoros, no son realmente inodoros, mientras estos sí. 

Cambiando de tema, aunque está relacionado. El mayor problema ha sido a la hora de comer. Hay pocos restaurantes y estos suelen tener mesas redondas que giran y están destinadas a varios comensales. La mayoría de la gente, por lo que se ve, compra la comida en los puestos callejeros y luego los ves por la calle con su bolsita con comida y una bebida para luego comerlo en su casa, lo cual a mi no me apetece nada. Esto sin hablar de que la mayoría de los sitios no hablan otro idioma que el chino y uno no entiende que es lo que tienen, aparte de que en general no me parece muy apetitoso. Lo que veo. La comida que podríamos llamar occidental es de tipo McDonald, pero como mi religión me prohíbe comer en estos sitios tengo que buscar otros locales donde entienda lo que ofrecen y que me parezca apetitoso lo cual no siempre es fácil. Un día no encontraba donde desayunar y finalmente entré en un Starbuck, y casi me da un yeyo de conciencia. Algún día he ido a alguna pizzería, cuando había y también me he acabado arreglando comprando alguna porquería en los 7 Eleven o en los Family Mart, que por cierto son franquicias japonesas y están literalmente en todas partes. 

En muchos hoteles te hacen dejar los zapatos fuera, costumbre que ya tengo desde que viví en Camboya. ¡No hay que meter la porquería de la calle a la casa!

En Taitung alquilo una bicicleta con apoyo a la pedalada y me lo paso como en mis mejores tiempos. Me dicen que tiene una autonomía de 80 km así que sé que no voy a hacer tantos, pero al final llego a los 50 km. Recorro un poco de montaña y veo las plantaciones de Annona (chirimoyas), con todos los frutos embolsados, un trabajo de “chinos”. Como no hace muy buen tiempo y el viento es fresco, deshecho la idea de irme a Green Island y decido pasarme al otro lado de la isla-país, a Donggang. Otro viaje en tren, otra maravilla 


Después de hacer trasbordo a un bus en Linbian, llego a Donggang. Aquí ya casi nadie habla inglés, ni en los centros de visitantes ni en los hoteles. Hay que usar las manos o el traductor del teléfono. En el hotel me hago entender para pedirles una bici convencional que tienen para los clientes y me voy a una tienda de chocolate (https://www.fuwanshop.com/) donde una chica que hablaba perfectamente inglés me da unos cuantos datos e información. Aunque lo intento mis fechas no coinciden con las del dueño de la tienda y no nos podemos ver. Hubiera sido interesante intercambiar información. 



En las ciudades (aparte de Taipéi) no hay aceras para caminar, en eso hay que reconocer que son irrespetuosos. Aunque hay una zona marcada para peatones, esta está ocupada por motos y coches, así que toca caminar por la calle. Por suerte la gente no circula muy rápido. Por la ciudad veo muchas mujeres mayores que van en bicicleta y me llama la atención que en general se ve mucha gente mayor y muy pocos niños. 

Por todas partes hay salones de juegos, para ir acostumbrando a los niños a la ludopatía. 

Al día siguiente alquilo una moto y me voy por las carreteras que están en muy buen estado, con carril para las bicicletas y las motos. Me voy a un sitio que he visto por internet, Cocoa Park, pensando en no encontrar nada que valiera la pena. Pero, la dueña del lugar, muy amable, cuando le digo que quiero ver una finca de cacao, después de varias llamadas organiza ir a un sitio de una asociación de cultivadores de cacao. No entiendo nada y pienso que estará a la vuelta de la esquina. Yo voy en mi moto alquilada siguiéndola y hacemos como 20 km. Me invitan a comer y han conseguido que venga una chica de la asociación de cacaoteros que hace de traductora. Me llevan a la finca del director de la asociación y gracias a la traductora nos entendemos. Al final, cojo mi moto y disfruto yendo por carreteritas hasta la costa, de regreso al hotel en Donggang. 

Comiendo con las mujeres de la asociación de cacao (TICCA) en el condado de Pingtung

Cuando llega el fin de semana me voy a la isla de Xialiuquiu, donde todo el mundo, nada más llegar, alquila motos, de las que hay cientos en el puerto para la gente que debe llegar en bandadas en verano. Como me gusta llevar la contraria y es temprano, no alquilo ninguna moto, dejo las cosas en el hotel y me doy la vuelta a la isla andando., que son sólo unos 10 km. Al día siguiente si me alquilo una bicicleta de apoyo a la pedalada para recorrer el centro, más montañoso. Me ha sorprendido que el agua no está muy fría y me pego un par de baños en la Secret beach, donde varios taiwaneses, con trajes de neopreno como si estuvieran en el polo norte, hacen una de las actividades estrella de la isla, el free diving, para ver los corales y tortugas de la isla. Yo también veo en un rato varias tortugas, de buen tamaño.



En mi último día en la isla hay anunciada lluvia y se cumple la predicción, así que aprovecho para poner en orden mis cosas, escribir el siguiente artículo que voy a publicar sobre el cacao en la revista Agropalca (https://palca.es/wp-content/uploads/2024/12/Revista-Agroplaca-no-67.pdf - página 26), a escribir el blog y a mi vicio favorito, jugar partidas de ajedrez online. 

Al siguiente día cojo el barco y un par de buses para ir a Hengchun, al sur de la isla de Taiwán. Como esta parte del viaje no la tenía organizada voy improvisando sobre la marcha según lo que me va pareciendo. Todo el día sigue lloviendo y me acabo mojando en alguno de los trasbordos. Pero por fin, al llegar a la ciudad tengo la impresión de que aquí por lo menos no pasaré hambre, ya que veo varios locales apetitosos y entendibles. Como hace viento y frío me refugio en un café-restaurante al estilo europeo donde me entretengo escribiendo en el ordenador mientras espero a la hora de entrada al hotel. 

El famoso Vase Rock en la isla

Una curiosidad es que en todos los restaurantes que he estado, tienes que pedir en la barra y te cobran al momento, antes de servirte, como en los McDonalds. Lo de los hoteles a veces es otra aventura porque son medio inflexibles con la hora de entrada al hotel que suele ser a las 15 horas. En algunos sitios te mandan el código con el que puedes acceder, pero te lo mandan por una aplicación que se llama Line ya que no usan WhatsApp, todo lo cual es un lío porque no quiero tener una aplicación nueva que te toma todos los datos de tu otra aplicación.

El colorido de los templos, sus imágenes y dragones, es algo que me acompaña en todo el viaje


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