Camino de Mozambique
Mi
primer transporte se trata de un camioncito de medio tamaño, en el que me toca
montarme en la parte de atrás y cuyo primer destino es la ciudad de Mangochi a
unos 60 km. Nada más llegar a esta ciudad, me asaltan un montón de
intermediarios de los que te quieren llevar a cualquier precio a uno de los
buses, no importando si vas en esa dirección o no, si va salir en 5 minutos o
en 5 horas. Ante el asedio a que me someten, lo que ellos se toman a broma y
además exageran, opto por subirme al primer bus que veo y que por suerte va en
mi misma dirección. El intermediario de este bus lo celebra eufórico mientras
los demás lo felicitan y el pasaje pasa a buscarse otro entretenimiento, para
mi alivio, ya que no me gusta ser protagonista de nada, y menos de historias
ridículas.
Al
cabo de las dos horas que hemos tardado para hacer los 74 km que nos separan de
Liwonde, llegamos a este pueblo, algo desangelado. Como único blanco a la vista
de nuevo me veo asediado, esta vez por algunos ciclistas que saben que quiero
ir a algún sitio y ellos están dispuestos a llevarme. Como no parece haber otro
tipo de transporte me decido por uno de ellos y le digo que me lleve al hotel que
organiza los safaris en bote desde dentro del parque. Después de arreglar el
precio con mi ciclista-taxista hacemos unos 5 km por caminos de tierra hasta
llegar a la entrada del parque donde nos dicen que ese hotel ya hace unos meses
que cerró, pero que hay uno nuevo que sólo está a otros 5 km que organiza
también safaris. Como no parece haber otra opción nos dirigimos hacia allí, el
ciclista al límite de sus fuerzas y yo bastante incómodo por el asiento y la
mochila a la espalda. Por el camino, aunque intentamos hablar, no hay manera de
entenderse. Yo le entiendo que me dice que le hable en inglés y que él me
contestará en su lengua, el chichewa. Me parece bien y así lo hacemos, con lo
que el nivel de entendimiento sigue igual o incluso peor que antes.
Parque Liwonde
El
sitio, que se llama Bushman, también conocido por los inmensos baobabs que
tiene, es muy bonito y pertenece a un sudafricano que está todavía construyendo
y mejorando las infraestructuras del lodge. Me quedo en una tienda de campaña
que ya está instalada, a la sombra de uno de los baobabs a pesar de que ya me
han dicho que el bote está estropeado y sólo podré hacer un safari en vehículo
al día siguiente por la mañana pero es que sólo de pensar en volver a subirme a
la bicicleta infernal acepto cualquier alternativa.
Estamos
muy cerca de una zona donde parece que vienen a abrevar los animales por la
noche. Para proteger el campamento hay una valla metálica que tiene la
posibilidad de electrificarse. Por todas partes se ven grandes montones de
excrementos de elefantes. Al dar una vuelta por los alrededores he visto varios
monos grandes (baboons) que dan un poco de miedo por el tamaño que tienen. Por
si acaso me mantengo cerca del campamento. Pero quien no falta a la cita son
los mosquitos que en cuanto se pone el sol acuden por miles a chuparte la
sangre. Toca encender espirales y ponerse cerca del humo de las fogatas que
hacen en el campamento para ahuyentarlos.
La
palabra “safari” significa viaje en el idioma suajili. Por ello a lo largo del
viaje, en los buses, la gente hablando en suajili, siempre repetirá la palabra
safari, lo que para ellos es un simple viaje en bus o a pie.
Por
la noche coincido cenando con un indio y un holandés que trabajan para el banco
mundial, dos sudafricanos que transportan por tierra un barco hacia el lago y
el dueño del lodge. De la conversación en inglés, que parece muy interesante,
no entiendo prácticamente nada por lo que me prometo a mi mismo que aprenderé
inglés en este viaje.
Al
día siguiente, después de salir temprano logramos ver algunos antílopes, cerdos
salvajes y una manada de búfalos en el “safari”. La verdad es que una vez
descartado el viaje en bote, el safari ha perdido algo de interés para mí. Voy
sólo con un chofer y un guía en un jeep algo destartalado. El guía me va
explicando cosas, de lo que entiendo la mitad, o menos. Aunque intenta
explicarme la diferencia entre los diferentes tipos de antílopes que vemos, a
mi todos me parecen impalas. Vemos una enorme manada de búfalos y un sólo elefante.
A
media mañana me pongo en camino hacia la frontera con Mozambique, el que yo
pensaba que era mi verdadero destino, desde donde me he propuesto llegar ese
mismo día a Cuamba, para coger al día siguiente el tren hacia Nampula y así
conseguir hacer una etapa más en el viaje. La información que tengo en mi guía
es que el tren sólo circula los días alternos en cada dirección, salvo los
lunes, de ahí mi prisa, aunque luego esta información resultará falsa y ahora
circula todos los días, sólo el “salvo los lunes” se mantiene.
Mi
primer objetivo era Chiponde, el último pueblo de Malaui antes de la frontera.
En Liwonde tomo un microbús y puedo sentarme delante, por lo que me las prometo
muy felices de que por fin tendré un cómodo viaje. A mitad de camino me “traspasan”
a un camión ya que el microbús, aunque tenía un letrero con el nombre del destino
al que me dirijo, resultó ser sólo era un reclamo y me toca cambiarme a la caja
del camión, con todos los demás pasajeros y bultos, entrelazando piernas y
paquetes. Al mediodía llegamos a la frontera donde otra vez me encuentro en una
tierra de nadie, desde donde hasta llegar a migración, para entrar a
Mozambique, hay que hacer unos 4 kilómetros. De nuevo toca hacerlos en
bicicleta, esta vez en un terreno ondulado donde mi ciclista se las ve y se las
desea para subir algunas cuestas. No solamente es incómodo ir en la parte de
atrás de la bicicleta cargado con todo el equipaje sino que además es un poco
ridículo. Durante mucho tiempo retendré la imagen de un tipo sentado delante de
mí, esforzándose en las cuestas a quien, a medida que pedalea en subida, la
cabeza se le va perlando de pequeñas gotas de sudor. Qué difícil es esta Africa
¡
Cubierta del Illala |
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