Amazonía peruana
Me he vuelto a escapar de Guatemala y así me siento, como un fugitivo
que saborea cada momento en que se siente libre. Yo también me pregunto por qué
alargo la agonía y no hay una sola respuesta, sino toda una serie de circunstancias
que espero poder revertir en poco tiempo.
Me he ido al Perú y recién llegado a Lima me encuentro con una antigua
amiga que me enseña parte de la ciudad, y hablamos algo de los viejos tiempos y
de nuestras vidas, todo como siempre, demasiado rápido.
Al día siguiente empiezo el intercambio con el programa de Co-Gestión
en la Amazonía, que es a lo que he venido y viajo en avión a Pucallpa, la
entrada a la selva y donde vuelvo a sentir la misma sensación de cuando me
ilusionaba viajar. Por la noche me da tiempo a ver el bulevar y el río,
inmenso. Al día siguiente, temprano, viajo en un busito donde tras 7 horas llego
a Puerto Bermúdez, un pueblo lleno de calor. Tiene una calle principal sin
asfaltar y que llama la atención por lo ancha ya que era la pista de aterrizaje
de avionetas que traían a turistas hasta que el alcalde decidió hacer las
oficinas municipales en la propia pista con lo que se acabaron los vuelos.
Este
pueblo es considerado como el ombligo del Perú, con el respectivo monumento
incluido, aunque cuando uno mira el mapa del Perú no queda tan claro como
definieron lo del ombligo ni donde está la cabeza y los pies. Por la noche veo
pasar un pequeño grupo de personas que se manifiesta a favor de Keiko Fujimori,
hija del presidente encarcelado, quien al cabo de unos días vendrá a Puerto
Bermúdez y que se presenta como candidata a presidenta del país, al parecer con
posibilidades de ganar.
Y al día siguiente de nuevo me pongo en camino con Andrés y Cornelio
hacia una de las comunidades Asháninka donde pasaré 3 días. Vamos en bote, río
arriba, con el motor a todo lo que da para vencer la corriente ya que el río
viene crecido por las lluvias de la noche anterior. Hay un par de rápidos en el
recorrido y troncos atravesados que Andrés va sorteando con gran pericia. Una
de las demandas de la gente en estas zonas es la de que se hagan carreteras,
dicen que para sacar su producción y poderla vender mejor, y aunque en eso
tienen razón, también lo es que las carreteras traerán más madereros.
Tardamos 4 horas en llegar a la comunidad de Sardiz, río Nazarategui
arriba, ya por la tarde.
No hay energía y hay que alumbrarse con linternas, hay que lavarse en
el río, en agua de chocolate, me toca dormir en una colchoneta algo más gruesa
que una hoja de papel sobre una tarima de madera, por suerte no hay mosquitos,
y cenamos también a la luz de una linterna que se carga con energía solar. Los
técnicos cuentan historias de las comunidades a las que han ido, un 10% en
castellano y el resto en su idioma asháninka por lo que no me entero de mucho.
La radio está todo el rato presente, de fondo, con noticias que mandan familiares
desde otras comunidades como único medio de comunicación que tienen ya que aquí
no llega la señal de teléfono móvil, también ponen algo de música y hay comunicaciones
de las autoridades e instituciones de la zona. En esta comunidad nadie sabe
quién es el Barcelona de fútbol lo que me causa una gran alegría. Los indígenas
tienen muy mala relación con los números lo que se puede oír cuando hablan de
precios o cantidades. Ello ayuda a que hayan sido siempre engañados y lo
seguirán siendo mientras no mejore la educación de las nuevas generaciones. Por
eso sigue habiendo una cierta desconfianza hacia los blancos y el coordinador
del programa me cuenta que también ya entre los líderes indígenas hay unos altos
índices de corrupción.
Nuestro bote a la entrada de la comunidad Sardiz |
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