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sábado, 28 de julio de 2018

HONG KONG



Después de estas últimas semanas, con fotos de viajes del pasado vuelvo al presente. Y es que, en este último viaje, sin casi darme cuenta, me he hecho mayor. No siempre he sido así. Incluso recuerdo haber sido pequeño y querer ser un ratón.



En la adolescencia no sabía qué hacer, hasta que por fin descubrí que lo que me gustaba era el campo y el viajar. A eso me he dedicado desde entonces, desde mis primeros viajes a Alemania, luego en bicicleta por  Europa y el norte de África, más tarde Tenerife, luego Nicaragua y muchos más países, hasta ahora que estoy en Camboya, y ya buscando nuevo destino. Y en eso se me ha pasado el tiempo, sin darme cuenta, viajando y dedicándome a los temas agrícolas. Para hacer de mi 60 cumpleaños algo especial me he ido a Hong Kong, por lo de viajar y seguir añadiendo otra isla y otro país a mí ya larga lista. Aquí de agricultura he visto poco, pero de ello ya tengo suficiente en Camboya.

También me fui a Hong Kong por envidia. Nunca me ha gustado que nadie me diga que ha estado en un sitio que yo no conozca. Hace poco mi sobrina Marta me contó de nuevo que había estado en Hong Kong hace algún tiempo. Ya me lo había contado y yo lo había dejado pasar, pero esta vez me lo apunté, y en cuanto me puse a pensar donde quería pasar mi cumpleaños no tuve que pensar mucho, la envidia me ayudó.



Lo que más me impresionó de la ciudad no fueron los rascacielos, sino las filipinas. Ya mi amigo Jorge me había contado que una gran parte de las asistentas de la gente de dinero de Hong Kong son mujeres filipinas. Yo pensé que sólo serían unas cuantas y el domingo me fui a pasear por la zona donde había leído que se juntan por ser su día libre. Y no eran unas cuantas, sino miles, ocupando cada rincón donde había algo de sombra. Como viven en la casa donde trabajan, en la mayoría de los casos en habitaciones minúsculas o en el cuarto de lavar, en su día libre, al no tener ningún lugar propio, se juntan en grupos y buscan espacios libres, debajo de puentes, escaleras, en los bajos de bancos, en calles peatonales, en cualquier lugar donde con unos parapetos que se hacen con cajas de cartón, les permita pasar el día hasta que puedan volver a la vivienda donde trabajan.


Se traen comida, juegan a las cartas, se peinan y pintan entre ellas para estar guapas cuando hablen por WhatsApp con sus novios y familias, luego ensayan pasos de baile en grupo frente a una pequeña tele, en fin, todo lo que se pueda hacer a lo largo de un aburrido día de domingo. En Navidades, cuando la gente de Hong Kong que están desperdigados por el mundo vuelven a su casa, con su familia, cualquier espacio se necesita en la vivienda y entonces las empleadas, las que no pueden permitirse el lujo de irse también a su país de vacaciones, tienen incluso que dormir en esos días en la calle, en sus casitas de cartón.

De Hong Kong disfrute muchas cosas, los paseos interminables por la ciudad, los viajes en tranvía y en barco, el colorido de las tiendas y sus calles. Los 3 primeros días me quedé en la habitación más pequeña en la que jamás he dormido, en un edificio que daba un poco de miedo (Chungking Mansions), pero del que había leído en un par de libros y en el que también se ha rodado una película. El edificio está lleno de pasadizos, restaurantes en los pasillos, gente vendiendo y ofreciendo toda clase de mercancías, robada o no, prostitutas subiendo y bajando a las habitaciones. En todo caso lo disfruté porque prefiero los lugares sórdidos a los de lujo. Los dos últimos días me alquilé un apartamento en la propia isla de Hong Kong, y era tan bonito que daba ganas de quedarse más tiempo. Y es que lo bonito también me gusta.  


Vi una manifestación (de amarillo) y al mismo tiempo una contramanifestación (de verde). Pero no me enteré de nada, ni de lo que decían unos ni lo que querían los otros.




A todos lo que en estos días me han felicitado, gracias, y si he sido algo parco en las respuestas, es porque me puse algo fuera de cobertura en esos días. No es que en Hong Kong no hubiera, que más bien sobraba, sino de cobertura interior. En Camboya ahora toca celebrarlo a la vuelta con los/as colegas del trabajo, tal como hice en el Wanch, un histórico de la música en vivo de la isla.


En Hong Kong los espacios son tan reducidos que incluso los árboles tienen que ingeniárselas para crecer hasta en los muros.

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