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domingo, 4 de febrero de 2018

Camboya, si, Camboya no

Agricultora en uno de los campos de demostración

Ya llevo casi 18 meses en Camboya que se dice pronto. Dentro de poco ya toca decidir si quiero seguir 1 o 2 años más o si me voy con mi cuento a otra parte.

Toca sopesar entre la seguridad que significa quedarse en un sitio ya conocido y donde ya dominas las cosas cotidianas o la incertidumbre de una nueva aventura, un nuevo lugar, otro país y costumbres y otro ámbito de trabajo. Nunca sabes si lo que está por venir será mejor o peor aunque a este respecto he aprendido que todo es posible.

Pero quizás, porque ya empiezo a estar inmerso en darle vueltas a todo, es que me fijo más en la gente, en sus caras impertérritas sin mostrar emociones, su voz chillona, pero también en general su honestidad, su sonrisa constante.



Mi teoría de porque los camboyanos comen tanto y a tantas horas es que se debe a la época de los khmer rouge (1975-79) en que la mayoría de la población sufrió de hambre, ya que sólo les permitían 2 comidas al día. Este trauma quedó en su subconsciente y esa generación ha seguido enseñando a sus hijxs que hay que comer siempre que se tenga ocasión y tanto como se pueda. A medida que el nivel cultural y económico aumente, esta costumbre irá cambiando a actitudes más sanas y naturales.

Si siempre dije que en Nicaragua cada nicaragüense lleva un poeta dentro (un Rubén Darío chiquitito), en Camboya hay un pescadorcito en cada uno de ellos. La tierra, cuando es época de lluvias se convierte en un solo lago, con los arrozales encharcados y con canales que llevan agua de un lado a otro y por donde se mueven los peces. Ahora que es época seca y ha bajado el agua, niños, mayores y ancianos se meten en los charcos a buscar los últimos peces que quedan.


Ahora es tiempo de bodas y en cada esquina parece que se casa alguien. Ocupan media calle o la calle entera, según la importancia de la familia y no dejan dormir al vecindario, aunque a ellos no parece molestarles. Para los extranjeros son tan inaguantable los cánticos repetitivos amplificados por enorme altavoces a partir de las 5 de la mañana que algunos optan por irse a un hotel los 2 días que suele durar la boda. En mi caso, aunque a veces me despiertan, luego me vuelvo a dormir a ratos, aunque esta semana pasada fue horrible con una boda tras otra.



Muy a menudo sigo viendo accidentes en la carretera. Al mes mueren 150 camboyanos (y algún que otro extranjero) y 500 quedan heridos por accidentes de tráfico. Es mi preocupación más grande aquí, sobre todo cuando yo conduzco mi moto, pero también cuando voy en taxi o en bus. Esta semana el único semáforo de mi ciudad se ha estropeado. Si antes ya era difícil se cruce ya que sólo un 70% de los vehículos respetan el semáforo, ahora el caos es total, y aunque el tráfico es fluido no se respeta ya ninguna de las normas de circulación nuestras, ya que ellos las desconocen por completo.
Por eso, cuando vaya el mes que viene a España no voy a alquilar un coche ya que me he acostumbrado tanto a conducir en contra sentido y en los cruces en diagonal, que no creo que por unos pocos días valga la pena volver a reacostumbrarme.



Hace unos días fuimos  a ver unas minas artesanales de zafiros, en la frontera con Tailandia. El propietario del terreno donde se han encontrado zafiros alquila parcelas de unos 10 m2 a buscadores artesanales quienes metidos en el fango van extrayendo tierra, que después en unos cajones con malla van lavando hasta que quedan pequeñas piedras, entre las que se pueden encontrar pequeños zafiros. Por la pinta que tienen no parece que sea un buen negocio

Buscando zafiros



En las cascadas de Pailin encontramos esta Mantis con forma de hoja

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