Y así es, la anti-tormenta ha llegado, es una canícula, o período seco que se da entre épocas de lluvia, que ha empezado antes de lo previsto y se está alargando más de lo esperado. Es perfecta porque no hay tormentas, no llueve ni nada se inunda. El mar está azul y transparente y hasta los cormoranes se acomodan en uno de los fuera borda esperando que llegue algo de viento para levantar el vuelo.
El calor se hace insoportable y
la tierra, con todos sus plantíos, se va secando, arrugándose y cuarteándose
como una pasa. Las cosechas de maíz en las islas por las que pasa el barco se
han perdido, mientras sus habitantes los miran pasar y esperan que les den
algo. Algunos pobladores se acercan con sus pequeñas barcas a pedir algún tipo
de ayuda. Desde la borda los marineros los miran y si no están en la lista que
tienen, les dicen que no y si no se apartan les dan con el remo, flojo, pero
les dan. Y nada ocurre y la calma que impera en el ambiente se traslada al
barco.
Uno de los remeros, uno gordito,
también llamado el Zorro, muy amable, servicial y atento, que da los
buenos días varias veces y siempre que se cruza con alguien le desea éxitos en
su trabajo como si la navegación se tratara de una lotería y dependiera de la
suerte, y mantiene largas conversaciones telefónicas a través de sus tres móviles,
uno del trabajo, otro que es el suyo propio y uno que le regaló su novia, sólo
para sus conversaciones más privadas, por lo que al final, entre llamadas,
buenos días y whats app’s, no le queda mucho tiempo para remar. En un correo
que mandó por el intranet del barco propuso que se ayudara a la gente que
sufría los efectos de la anti-tormenta. Recibió un par de respuestas de apoyo,
mientras que el capitán, normalmente tan rápido siempre a contestar cualquier
chorrada, seguía encerrado en su camarote, mirando alelado pasar el agua, ajeno
a lo que en realidad pasaba. A pesar de que a lo largo de la travesía llegan
noticias de que esta anti-tormenta es la más larga de la que se tiene
conocimiento, el capitán hace como que no va con él y dice que este barco viene
con una visión de futuro y no de presente, que sólo pretende dar un empujón a
lo que los demás hacen, como si ellos también fueran un barco. ¡¡Y que sigan remando
¡!. Mientras, hace tanto calor, que hasta el mar se curva para no derretirse.
Hay otro marinero, al que llaman Gruñón, porque casi nunca está de acuerdo con nada y siempre tiene algo que oponer, sobre todo a lo que dice el capitán, y que se ha propuesto llevar la bitácora de este viaje. Paralelamente a sus horas de remo, sin que nadie se lo haya pedido, está documentándose y escribiendo un compendio de los problemas que conlleva un viaje a Cambio Climático y las posibles soluciones que se pueden aplicar para que los problemas no se repitan en barcos parecidos a este. Es el de más edad de los marineros y piensa a veces que le gustaría ser capitán y poner orden en el barco, además de que cree saber cómo se llega más rápido y de forma más efectiva al destino. Una de las primeras medidas que tomaría es tirar por la borda al oficial y ponerle límites a la bruja Lola. Con el resto del equipo tocaría trabajar, pero casi todos tienen arreglo, incluso el pulpo al que hay que ponerle a alguien al lado dirigiéndole de cerca y además darle un curso acelerado de género.
La oficial intenta hacer de
intermediaria entre el capitán y los remeros. El capitán dice que delega en ella,
pero en realidad lo que hace es pasarle casi todo el trabajo y no asumir sus propias
responsabilidades. Lo que más le gusta delegar son los problemas, pero en
cambio no se pierde ningún acto en el que haya foto. La oficial, entre el
delegador capitán y el oficial gandul tiene el doble de trabajo y además tiene
que deshacer todos los entuertos que éstos provocan.
Al capitán le han puesto el mote
de capitán Jaja ya que es muy alegre y se ríe mucho. Otros también lo
llaman la emperatriz Sisi porque cuando no entiende algo en el idioma de
cambio climático siempre responde “si, si”. En esta bitácora le seguiremos
llamando el capitán, sobre todo por respeto a los principios marineros.
Al capitán no le gustan las
críticas. No le importa que se trabaje mucho o poco, que el barco avance o gire
en redondo, pero quiere que no se cuestionen sus decisiones y que la gente se
lleve bien y forme un equipo. Esto se ha convertido en una obsesión y a veces,
al pasar por delante de su camarote, si uno pega el oído a la puerta se le oye
murmurar, somos un equipo, somos un equipo, somos un equipo…..
A veces, para los desplazamientos
a las islas pequeñas que hay en el camino, se cuenta con botes fuera borda. Al
remero gruñón le dieron uno muy potente, marca VW, que viene del país del
armador. Un día tuvo que ir a una actividad a una isla cercana, una de esas de
representación que tanto odia, para ir sólo a representar a la organización
para la que trabaja y decir y oír palabras vacías. En el camino, de improviso y
sin que le diera tiempo a nada, un adolescente se le cruzó nadando en su camino
y con su fueraborda le reventó el pie. Fue con diferencia el peor día que podía
recordar en mucho tiempo. Por suerte, el seguro y la gente del armador se
ocuparon de todo y un par de días después, el muchacho estaba en su casa como
si casi nada hubiera pasado. Maravillas de los médicos y de la capacidad de
recuperación de los niños. Las cosas no iban bien en el barco y lo único que le
faltaba era algo así para sentirse más hundido (refiriéndonos a él, no al
barco, aunque las posibilidades de que el barco también se hunda, o por lo
menos coja una vía de agua, van creciendo).
El capitán ha oído campanas de
una rebelión y no sabe muy bien a qué atenerse. Ha tenido que ir a una reunión
con el armador y desde allá manda un correo todo enfadado a los oficiales
diciendo que no va a permitir ninguna indisciplina y que, si las cosas siguen
así, no dudará en despedir a todos los remeros. ¡Qué tiempos aquellos de la
Bounty, donde cualquier insubordinación se castigaba con 50 latigazos, lo que
servía de intimidación al que quisiera seguir su ejemplo! Sabe que es el gruñón
el que anima al resto a no quedarse callados y a cuestionar cada vez más su
liderazgo inexistente. La bruja Lola también se da cuenta de que sus amenazas
ya no surten el mismo efecto en los marineros y cada vez que tiene ocasión le
susurra a la oreja del capitán de que la gente se está insubordinando y que el
gruñón es el que los lidera.
Hablan entre ellos, mirando con recelo hacia los marineros, decidiendo que hacer, mientras el mar, quieto, refleja las nubes, el cielo se cubre de nubarrones y la atmósfera se carga de electricidad.
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