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jueves, 5 de septiembre de 2024

El norte de Mada

 

Montaña de ámbar

Seguimos nuestro camino esta vez hacia la montaña de Ámbar, otro vía crucis para llegar por carreteras en un estado lamentable, aunque la están reparando a marchas forzadas. El lugar donde nos quedamos está a 700 m de altura y hace algo de frío. Lo bueno es que, al día siguiente, aunque subimos hasta los 1000 m, hace un sol espléndido y podemos recorrer varios senderos de este bosque tropical húmedo (3500 mm de lluvia anual ¡!), que está inmerso en una zona seca, pero con las lluvias que recoge, es la mayor fuente de agua de abastecimiento de la cercana ciudad de Antsarinana. Hay varios lagos que se pueden visitar pero en los que está prohibido bañarse, ¡ya que son fady!

Cascada fady, en la que no te puedes bañar.

Aquí encontramos al camaleón más pequeño del mundo, que no mide más de 2 cm, hay varias especies de árboles endémicos y otros introducidos por los franceses, como el eucalipto rojo, que me sorprende por su corteza esponjosa. Cuando comemos algo al mediodía hay una mangosta que se acerca a ver si cae algo.

No me queda claro que los camaleones cambien de color pero si que se mimetizan perfectamente en el entorno en el que están

Dormimos en Joffreville, una ciudad fantasma donde hablo con un lugareño de un restaurante. Me pregunta si soy mestizo, y le digo que a veces si y otras no, según la cantidad de sol, pero creo que no me entiende. Luego me dice que le parecí de la etnia merino. Y es que a lo largo de los años se han ido mezclando gentes que han ido llegando de diversas partes, desde el cuerno de África, hasta asiáticos e indios, lo que les ha dado múltiples rasgos diferenciados entre ellos.

Al día siguiente vamos hacia la bahía de Antsiranana, la segunda más larga del mundo después de Río de Janeiro. Recorremos lo que llaman las 3 bahías a pie, pasando enormes playas sin ninguna presencia humana y desde algunos montículos, la vista es impresionante, sobre todo de lo que llaman el mar de esmeralda. El punto final es la bahía de la ciudad con su llamado pan de azúcar en el medio.

Bahía de Antsarinana con su pan de azúcar

También dentro del programa está recorrer la montaña de los franceses, llamada así porque aquí se hicieron fuertes los franceses que dominaban la entrada a la bahía con sus cañones. Los alrededores son un bosque seco, salpicado de algunos hoteles de playa para los practicantes del kit surf, donde se encuentra la especie endémica de baobab y numerosas euphorbias.

Montaña franceses y algunos de sus baobabs

Me quedo a dormir en la playa de Ramena, en una de las bahías de Antsarinana, donde tengo tiempo libre para ir a la playa y ver los barcos de vela, otra cosa que me puedo pasar horas viendo. 


Paso un día en la calurosa ciudad de Antsarinana, donde se acaba el viaje que había concertado. Aquí todavía se pueden ver los pousse-pousse (empuja-empuja) que introdujeron los chinos y que ahora ya sólo se usan para transportar mercancías dentro de la ciudad. Cuando transportaban a personas era lo que el cliente le gritaba al que venía a empujar por detrás en las cuestas pronunciadas. Han sido sustituidos por los tuk-tuk, que fueron introducidos por los indios.

Pousse-pousse

En la ciudad, aprovecho que es jueves y me voy de fiesta a un local que tiene actuación en vivo. 



Como me quedo con ganas de más, hablo con Christian, y le propongo alquilar su coche para seguir hacia la costa este, en principio hacia Sambava, la cuna de la vainilla. Aquí normalmente los coches se alquilan junto con el chofer y el precio incluye su manutención y dormir, además hay que pagar la gasolina aparte. Nos arreglamos en el precio y nos vamos hacia Sambava, para hacer 430 km, en lo que tardamos 10 horas a pesar de que un buen tramo de la carretera está en buen estado. En los últimos kilómetros Christian mastica khat (Catha edulis), una planta que se ha hecho muy popular en Madagascar, introducida desde Somalia, que produce efectos psicoestimulantes al mascarse y que es ampliamente consumida en todo el país. Según el le ayuda a mantenerse concentrado y evitar el cansancio, pero a mi no me acaba de convencer, más viendo como los ojos se le han han puesto rojos.




Del estado de algunas carreteras da cuenta este enorme puente inutilizado a raíz del ciclón que hubo en marzo de este año. Han hecho un paso provisional por el río, que ahora lleva poca agua, pero cuando empiecen las lluvias selo llevará y habrá que cruzar con plataformas para llevar los coches al otro lado, lo que prácticamente deja incomunicada esta parte del país ya que es la única carretera que existe.

Parada técnica en un tramo de carretera bueno en una de las mayores plantaciones de cocos del país

El paisaje hacia Sambava es muy bonito, atravesando varios ríos y prácticamente no encontramos vehículos en la carretera. Es lo que hace tan difícil viajar aquí, que el único transporte público es el de los taxis brousse que nunca sabes cuando van a salir y en los que toca ir apretados. Por eso opté por lo del coche, aunque sé que me pierdo buena parte de la esencia del país. ¡Será que ya no estoy para esos trotes!


Con Christian nos entendemos bien y su francés va mejorando cada día. A pesar de lo joven que es, o quizás por eso, tiene ya 4 hijos con 4 mujeres. Su padre tuvo 3 mujeres y con el eran 10 hermanos y me cuenta que se llevaban bien entre todos. Además 3 de sus hijos, todos chicos nacieron en el período de 1 año. Ahora vive con su última mujer y su hija de 6 meses. El me dice que no quería que las cosas fueran así, pero estas cosas pasan, me dijo. Le pregunté si cuando se acostaba con una mujer dejaba el cerebro en la mesita de noche y eso le hizo mucha gracia.


Sambava no me gusta tanto como yo pensaba, pero como tiene mar siempre se puede ir a ver a los pescadores cuando llegan en sus minúsculos barquichuelos, apedazados y surfeando sobre las olas para traer el poquito pescado que han conseguido. Una vida muy dura para tanto sacrificio.


En un banco de arena, en la entrada de la bocana, están las mujeres esperando a los que van llegando y luego negociando con los pies en el agua el precio de lo que traen.

Y no puedo dejar de poner otra foto de los tsingys rojos, que aunque ya quedaron atrás, me sigo recreando con su color, que me parece tan representativo de África.



 

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