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El impresionante valle del Sambirano |
Los tres días que paso en el Valle del Sambirano, recorriéndolo en bicicleta, son posiblemente los mejores del viaje y que compensan con creces los sitios que no me han gustado tanto (¡ a veces no hay que ser tan exigente¡).
Después
de un primer día de contacto con la bicicleta, salimos al día siguiente para un
destino más alejado, hacia el pueblo de Anjavimilay. Volvemos a recorrer por
pequeños senderos varias fincas, todas muy pequeñas, llenas de árboles de cacao.
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Vendedora de pescado con la mascarilla que se aplican las mujeres para protegerse del sol |
Nos acompaña Fabrice, que trae en su bicicleta toda la intendencia que vamos a necesitar para estos 3 días, sobre todo agua potable, ya que aquí la gente bebe agua de los pozos y no es cuestión de pillar algo. Pasamos por Ambolobozy, un pueblo que tiene varios hermosos ejemplares de baobabs. Al mediodía comemos en un proyecto comunitario de mujeres, en Andranomandevy, donde también dormiremos 2 noches en su albergue comunitario. La gente es muy amable, se toman su tiempo para hablar contigo, son muy calmados y todo transcurre de una manera relajada y tranquila.
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Babobabs en medio de los cacaotales |
En los poblados, que muchas veces están especializados en una actividad, encontramos a mujeres que hacen cestas con mimbre y que venden a 60 céntimos cada una, llegando una mujer a hacer hasta 10 al día. Los comerciantes vienen hasta aquí a comprarlos y luego los revenden en la ciudad.
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Las cestas listas para vender y las casa lista para que se la lleve el próximo ciclón |
También pasamos por un pueblo de herreros, donde con
métodos muy artesanales funden trozos de las traviesas del tren que ya hace
años dejo de funcionar y con ello confeccionan herramientas de trabajo para el
campo.
En los pueblos se ahorra en
lo que se puede y se usa todo lo que la naturaleza provee para construir lo que
necesitan
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Vallado hecho con bambú y bejucos |
En algunos árboles de sombra
se hace crecer la pimienta como una enredadera, la vainilla se enrama sobre
tutores como la Gliricidia o la Jatropha, aunque debido a la
bajada de precio prácticamente se ha abandonado, el ylang-ylang deja sentir su
penetrante olor, las hierbas rastreras de patchuli y los cafetos, que en plena
floración en esta época dejaban sentir todo su perfume.
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Árbol de ylang-ylang (a la izquierda) con cacao y bananos |
Es difícil de transmitir la sinfonía de colores y olores que se encuentran al paso de estas parcelas de los pequeños productores, que necesitan de otras plantas para complementar sus ingresos y su dieta, mientras las grandes empresas aprovechan para vender como propia la diversidad de los pequeños. A esto se puede añadir que gracias al cacao esta parte del norte de Madagascar escapa a la deforestación feroz que afecta a una buena parte del país.
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Cosecha de cacao en una de las grandes plantaciones |
Después de todas las visitas a los pequeños productores de cacao, nos vamos hacia la cascada des Bons Pères. No se que es lo que tiene la gente con las cascadas que les gusta tanto. El sitio es bonito, pero al cabo de un rato yo ya estaba aburrido. Eso sí, las vistas a las montañas alrededor llenas de ravenalas (Ravenala madagascariensis, llamada el árbol del viajero) son espectaculares.
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Ravenalas por doquier en la cascada |
El regreso lo hacemos en piragua llevando las bicicletas
y los últimos kilómetros los hacemos con estas en la pista que nos lleva de
nuevo a Ambanja. De allí me llevan a la plantación Millot, una de las grandes
fincas productores de cacao de la zona, donde pasaré la noche, en una de sus
casas coloniales, para que al día siguiente me muestren todo el proceso del
cacao, que aunque lo conozco, la particularidad es que aquí todo es a gran
escala.
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Plataformas de secado de cacao en la plantación Millot |
Y con gran pesar por mi parte, se acaban las visitas a
las plantaciones de cacao y empiezo de nuevo con Francisco como guía y con
Christian como chofer en su 4 x 4, un tour que contraté con la agencia de
viajes Libertalia para recorrer en 5 días parte del norte del país. Cuando miro
el mapa de Madagascar, la enormidad de la isla y el pequeño pedazo de país que
voy a visitar, me parece que podría hacer algo más, pero las carreteras me
volverán a la realidad y al final me contentaré con lo que he hecho.
En las zonas rurales la moto se ha convertido en un modo
de transporte habitual, llegando a transportar a 4 personas sin problemas,
bueno, menos cuando tienen un accidente.
No entiendo nada del malgache, más que algunas palabras
sueltas que han adaptado del francés. Pero una palabra que se te queda porque
siempre se repite es “Balatsara” que es el saludo universal en este país y
“vazha”, que cuando lo usan se refieren a mí. Luego me explicarán que no se
utiliza solo con los blancos, aunque si la mayoría de las veces, ya que la
palabra surgió en la época colonial, sino que se usa para señalar a los que
tienen poder y/o dinero, por lo que también pueden referirse así respecto de un
malgache.
Otra cosa que aprendo es el “fady” que es todo aquello,
prohibido, ilegal o sagrado. Se usa para
muchas cosas, por ejemplo para declarar un bosque como sagrado y que nadie
pueda cortar un árbol, algo que Francisco ve como la única solución para los
bosques del país, declararlos “fady”.
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Zona fady con un paño rojo, que se ha convertido en un reducto para los pájaros que vienen a dormir al atardecer |
Pero volvamos al viaje. Nuestra primera escala es la zona
de Ankarna, declarado Patrimonio mundial de la Unesco, donde existen los
famosos “tsingys”, unas formaciones cársticas que se han ido erosionando con
los años y que tienen una forma que a mí se me parece con los malpaíses de
Canarias. Además, hay grutas enormes, llenas de murciélagos, con especies de
bosque tropical seco, endémicas, baobabs, euphorbias …. Dormimos en unas
cabañas muy sencillas al lado del parque ya que el viaje hasta aquí nos ha
llevado varias horas por una pista infernal llena de hoyos (en realidad es la
carretera nacional, totalmente deteriorada).
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Tsingys en el parque nacional de Ankarana |
Al día siguiente vamos al pueblo de Anivorano, donde tras
una caminata de 1 hora llegamos al lago sagrado Antagnavo. Aquí es donde
supuestamente se pueden ver los cocodrilos en el lago (fady). Nadie puede
entrar en el lago, tampoco para pescar, sin permiso del oficiante del lugar.
Tenemos la suerte de que se va a realizar una ofrenda, ya que la gente pide un
deseo y al cumplirse debe dar una ofrenda a los cocodrilos, que son sus
antepasados y que han propiciado que el deseo o la demanda se haya cumplido.
Mientras un grupo de mujeres cantan unas canciones que al parecer atraen a los
cocodrilos, que parece que estos ya conocen y que relacionan con la comida, ya
que por arte de magia se van acercando hasta 6 enormes ejemplares y empiezan a
salir del agua.
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Cánticos a la espera de los cocodrilos |
Después de que la mujer que pidió el deseo salga con el oficiante del cubículo rodeado de un paño blanco y otro rojo, símbolos de lo sagrado y el fady, donde estuvieron haciendo los rituales correspondientes, traen un cebú que va a ser la ofrenda. Los cocodrilos se ponen nerviosos y empiezan a acercarse, mientras un chico los mantiene a raya con un palito, dándoles golpes en la cabeza. Matan al cebú y lo empiezan a descuartizar dejando una mitad para la gente que se ha reunido en el lugar y la otra mitad para los cocodrilos a los que se les van tirando trozos y estos engullen como si fueran fideos. Hasta mi guía está todo emocionado porque nunca había visto esta ceremonia.
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Los cocodrilos hambrientos esperan su parte |
Todavía alucinados seguimos nuestro viaje hacia el norte, para llegar a lo que llaman los Tsingys rojos. No tienen nada que ver con los tsingys cársticos, aunque se parezcan, sino que se trata de tierra arcillosa de un color rojo muy intenso, que se ha ido erosionando con la lluvia y ha tomado estas formas caprichosas.
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