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martes, 26 de junio de 2012

De cómo irse del paraíso sin sufrir daños irreparable


Mi hamaca
Cuando llegamos por la tarde al puerto de la isla de Lifuka nos vienen a esperar Finou y Noa, a los que habíamos llamado desde Vava’u para que nos llevaran a la isla de Uoleva. Nos dicen que no es posible ir este día por las olas que hay pero que podemos quedarnos a dormir gratis en su casa esa noche. Me toca dormir con Lukas en una cama matrimonial, lo cual sobrevivimos sin mayores problemas. Todo sea por ahorrar. Al día siguiente compramos algunas provisiones y esperamos a un moño de chicas (2 francesas y 2 alemanas) que también van a la isla. Por fin a las 12 del mediodía salimos y al cabo de ½ hora en lancha llegamos al paraíso, Taiana Beach Resort. A pesar del pomposo nombre en realidad es una playa desierta, 4 cabañas destartaladas y unas hamacas desperdigadas al cuidado de Kalafi y su perro Papi. Kalafi es el marido de Taiana y padre de Finou. Para Kalafi traigo desde Nuku’alofa unas luces LED que me dio el gringo Mark para que las instale en una cáscara de coco. Con Lukas nos vamos a descubrir la isla y le damos la vuelta completa por la playa en 3 horas exactas, más o menos. 

A las 6 de la tarde, ya de noche y después de cenar, nos vamos todos a dormir, y es que cuando no hay luz, no hay mucho que hacer. Al día siguiente después de 12 horas de sueño, despertándome sólo un par de veces para asegurarme de que el mar seguía ahí, tuve una charla matutina con Kalafi. Se puso a contarme como cuando con 8 años (tendrá ahora unos 60 años) se embarcó a escondidas en el barco de su padre para ver como cazaban ballenas, práctica que prohibieron por esa época. Según él, las enfermedades como la diabetes y la presión alta vienen a raíz de haber prohibido la caza de estos animales, cuya carne recuerda con vehemencia y se puede apreciar literalmente como se le hace la boca agua al recordar sus desayunos, comidas y cenas con este manjar. Cuenta que cuando cazaban una ballena venía gente de las otras islas cercanas en barcas a llevarse carne, que había suficiente para todos. Ahora la comida viene de fuera, con químicos (se debe referir a los instant noodles!) y por eso la gente se enferma. Dice que en su isla no se echa ningún químico a las plantas. En otra parte de la isla cría unos 50 cerdos los que se alimentan casi exclusivamente de cocos y raíces del bosque y que vende a unos 60 dólares cada uno en Nuku’alofa dos veces al año, en junio y diciembre, cuando hay unas reuniones de religiosos (la de ahora es de los metodistas). Después le ayudé a plantar un árbol, una especie de casuarina.
El volcán Kao al fondo

Con Lukas comparto una cabaña que otra vez sólo tiene una cama de matrimonio. Le pedí a Finou si podían poner otra cama y ponen un colchón chiquito y delgadito. Le propongo a Lukas echar la cama a suertes o bien que yo pago 25 TOP y el 20 TOP por noche, jugando con sus estrecheces económicas y finalmente acepta. Me siento un poco perverso pero a cambio he dormido como un ángel, de tal forma que por la mañana deseaba que fuera otra vez de noche para dormirme otra vez.
Desde Uoleva se puede ver la isla volcánica de Kao (1048 msnm), el punto más alto del país, en cuya cercanía fue donde ocurrió el famoso motín de la Bounty (28 de abril de 1789). El capitán Brigh y sus 18 marineros fieles desembarcaron en la isla vecina de Tofua, donde los nativos mataron a uno de ellos, obligándolos  a volverse a hacer a la mar, sin poder aprovisionarse de agua dulce, llegando finalmente después de un periplo de 6.500 km a la isla de Timor.

El coral “hard” enfrente del Taiana es bastante bonito, similar a lo que se ve en Timor pero no alcanzando ni de lejos su magnificencia ni su gama de colores verdes.
El domingo (17 junio) ha sido el día perfecto para pasarlo en Uoleva. He colgado la hamaca que traigo cargando todo el viaje, he hecho fotos, he ido a hacer snorkel, he estudiado inglés, me he leído todo lo que quería saber sobre Samoa (adonde finalmente no iré), ¡que más se puede pedir¡ y después de exactamente 4 meses me he puesto a repasar y ordenar mis apuntes de inglés de Malta. Empiezo a estar listo para volver a Filipinas.

Aquí es el mundo al revés. La gente te dice que hace más frío porque el viento viene del sur y en cambio como más al norte, más calor. Aunque ahora en invierno (recordad que esto es el hemisferio sur) hace una buena temperatura y no llueve, se pasa la mitad del día nublado. Nunca pensé que en islas tan llanas, con alturas máximas de 3 metros, se pudieran acumular tal cantidad de nubes.
Playas sin fin

La última noche en la isla hicimos un fuego en la playa, éramos 12 personas de 8 países diferentes, un canadiense contando historias y tocando la guitarra, una belga tarareando, un argentino cantando la bamba. Una noche irrepetible, por eso, entre otras cosas, toca irse.
El viaje de vuelta en el vómito naranja, aunque sigue siendo tranquilo no tiene comparación con el de ida en cuanto al número de pasajeros. Viajo con las 2 chicas alemanas y 2 francesas que estaban en Uoleva y decidimos acomodarnos en la parte más inferior del barco, un lugar cerrado, con tele, sin ventanas y con el aire acondicionado a toda pastilla. Lo elegimos porque cuando subimos al barco estaba vacío, pero media hora más tarde lo descubren otros pasajeros y acabamos hacinados. Cuando intento ir al baño por la mañana casi no puedo pasar ya que hay gente durmiendo en las escaleras, en los pasillos, uno de los baños está inundado de agua y estoy convencido que vamos sobrecargados con bastantes más de los 400 pasajeros que están previstos que pueda llevar este barco. Por suerte hace buen tiempo y el mar está tranquilo que si no, no me fiaría de estar en la parte baja y no me quiero imaginar cómo sería un accidente, como el que hace 3 años le costó la vida 88 pasajeros en el barco que se hundió haciendo esta misma ruta.
El vómito naranja en el puerto de Vava'u
Y aquí, el sol también se pone


Cuando estoy a punto de irme de Lifuka descubro que Magda, la dueña polaca del café Mariner’s le gusta jugar al ajedrez. Nos da tiempo sólo a jugar 2 partiditas, que gano, y me voy
.
Bye, bye, Uoleva

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