La frontera
está desolada y hay un bus que no se sabe adónde va pero que tampoco parece que
vaya a salir en las próximas horas. Nadie me hace ni caso y cuando le pregunto
a un muchacho como salir de allí, ni me entiende ni le entiendo. Hay otro
chico, bastante pesado, que lleva un rato ofreciéndome todo tipo de cosas,
desde un taxi para dirigirme al sur hasta cambiar dinero. Yo intento ignorarlo
pero es difícil dada la desolación del lugar y al final no me queda más remedio
que cambiarle los Schillings tanzanos que me quedan por Kwachas de Malaui,
además de preguntarle si de verdad me puede conseguir un taxi. Mi idea es
llegar a Karonga, a unos 60 km de la frontera, para luego ya tomar un bus
regular. Pero en ese momento un taxi, sin distintivo pero con un chofer
simpático, pasa por allí y decido abordarlo. Es un taxi ruteado por lo que me
cobra hasta Karonga sólo 500 Kwachas (2,5 Euros) en vez de las 1500 que me
decía el comisionista, a cambio de ir dando primero un par de vueltas por el
mercado a ver si encontramos gente. Aunque al principio no tenemos éxito luego
vamos encontrando clientes por el camino.
Unos
kilómetros más adelante un hombre nos hace señas para que paremos al lado de la
carretera. De una cabaña traen a una mujer joven enferma que casi no puede
caminar y se suben al taxi su hermana, su marido, su madre y 3 niños (los
parentescos los he establecido yo por aproximación). Además ya llevábamos 2
pasajeros de antes. Llevamos a la familia a un centro de salud que da miedo
sólo verlo. El taxista viendo mi mirada me dice “this is Africa”.
Cuando
llegamos a la ciudad de Karonga, me subo a un bus de los grandes en los que se
va relativamente cómodo y no hay mucho problema con llevar equipaje. Cuando
viajo todo el día, como hoy, no suelo comer al mediodía, reservándome este
placer para la cena. Por el camino compro algo de fruta a los vendedores
callejeros o me abastezco de frutos secos que voy haciendo bajar a base de
agua. Es el modo que llamo de “bajo consumo de energía”. De alguna manera lo
tengo interiorizado y mi cuerpo tampoco me pide comida. Es como lo de ponerse
enfermo, sólo cuando hay tiempo para ello.
En
Malawi, a pesar de que mi guía de viajes dice de algunos lugares que no cuentan
con cajeros automáticos, se demuestra otra vez que 1 a 2 años de antigüedad de
una guía pueden dejar obsoletas estas informaciones en este tipo de actividades
económicas tan dinámicas. Esto y la proliferación de teléfonos móviles, que
está al mismo nivel o superior que en Nicaragua, es lo que más me sorprende en
estos países.
Me
subo al siguiente microbús aun sabiendo que tardaremos un buen rato en salir hacia
Nkhata Bay, desde donde debe salir el barco que me llevará al sur de Malaui, si
las informaciones que tengo son ciertas. pero es la mejor manera de asegurar el
asiento que crees que es mejor. Delante de mí hay un niño de unos 2 años, muy
gracioso, en brazos de una madre muy bonita. Me dan ganas de rascarle la cabeza
con ese pelo ensortijado así como la espalda, con esa piel tan fina (¡de la
madre, claro!). Por el camino irá subiendo más gente aunque siempre parece que
no cabe nadie más, hasta que pinchamos. Finalmente llegaremos al pueblo de
noche.
Ferry Ilala
Siempre
me ha gustado ir en barco y cuando leí que se podía cruzar el lago Malawi en un
ferry, lo convertí en parte del objetivo de mi viaje. Por la información que
tenía, el ferry sale una vez por semana, los lunes a las 8 de la noche del
puerto de Nkhata Bay. Por eso lo primero que hago por la mañana es ver si puedo
comprar el billete. No entiendo muy bien lo que me dicen, sólo algo vago sobre
un retraso. Me decían que cuando el barco llega hace sonar la bocina de forma
que se oye en varios kilómetros a la redonda y cuando se va, pita 3 veces una
hora antes de partir, la segunda a la media hora y la tercera cuando ya se pone
en marcha. Todo esto no lo entiendo y lo voy averiguando cuando ya voy en el
barco, por lo que el lunes me lo pasé todo el rato pendiente de si el barco
llegaba o no, de si hay nuevas noticias y preguntando en el puerto, donde me
dan diferentes horarios, contradictorios entre sí, incluyendo el de que esté
preparado para salir desde las 4 de la mañana del martes.
Por
fin, a las 9 de la mañana del martes sonó el primer bocinazo del barco llegando
al puerto, momento que aprovecho para bañarme en el lago antes de embarcarme. A
las 11 de la mañana junto con otras 200 personas, más que embarcar lo que hago
es el abordaje del mismo, en un perfecto desorden, dando codazos, pisotones y
empujando como el que más, sudando y llenando de polvo toda la ropa limpia que
me acababa de poner, todo ello para que el barco finalmente salga por la tarde.
Aunque desconozco las razones de la raza humana para comportarse de esta forma,
es algo que se repite en todos los países pobres y en situaciones donde la
demanda parece exceder a la oferta, aunque luego esto no se confirme. En este
caso había sitio para todos pero parece que esta es la manera que tienen de
subir. Y para remate, a pesar de que uno racionaliza todo esto, cuando ve a la
masa que se pone a empujar, uno se convierte en masa y hace exactamente lo
mismo. Para acabar de arreglarlo había 2 policías con porras que apostados
delante de la gente que queríamos subir, cada tanto amenazaban con
cachimbearnos a todos si seguíamos empujando.
Cuando
veo el ferry me decepciona un poco ya que en la foto que vi en Internet parecía
algo más elegante. Una vez dentro, cuando veo la clase económica y segunda, mi
“First Class Deck” me parece estupenda a pesar de que me tocará dormir en el
suelo sobre una colchoneta mugrienta que alquilo por 2 dólares la noche. De
pensar que sería el único extranjero a bordo paso a defender un sitio con
respaldo frente a un numeroso grupo de ingleses que, por suerte, se bajan
dentro de unas 7 horas mientras está previsto que yo pase unas 40 horas hasta
llegar a mi destino. La última noticia es que salimos a las 4 de la tarde, o
sea con 20 horas de retraso sobre el horario previsto. Pero saldremos, que es
lo importante. Mi destino es Monkey Bay, al sur del lago y último puerto antes
de que el Ilala vuelva a retomar su rumbo hacia el norte. Hay una pareja de
gringos, que por suerte hablan español, que vienen de Mozambique y hablan muy
bien de ese país, de su gente y de su comida, así que todavía tengo más ganas y
no sólo por eso, de dirigirme hacia allí.
Una
de las cosas que escribo en mi diario sobre estos viajes es que muchas veces el
recuerdo más o menos agradable del mismo es proporcional al grado de compañía
con que cuentas. En el tren fue agradable compartir con los alemanes mientras
que en el barco el lenguaje que impera es el inglés, lo que me acaba excluyendo
un poco. Así que siento el tiempo pasar, sin nada que hacer, más que contemplar
el movimiento del agua y dejar mecer los pensamientos junto con las olas.
Carga de cajas de pescado |
A
lo largo del viaje vamos acumulando más retraso. Tanto en el pueblo de Chizimula
como en la isla de Likoma no hay un puerto para que el barco atraque, por lo
que todo el trasvase de personas y mercancías se tiene que hacer por medio de 2
barcas auxiliares y de los botes de los pescadores. El desorden es total y la
mala organización contribuye a ello. En las barcas traen bultos que pesan al
menos 100 kg y que necesitan a veces hasta 6 hombres para introducirlos por la
puerta lateral del barco. Como el pago que se realiza de la mercancía es por
bulto (ya que no hay báscula) entonces hacen el bulto a una medida casi exacta
de la puerta del barco, lo que obviamente, con el movimiento en el agua y su
peso, dificulta mucho la operación. Y ello sin hablar del peligro que entraña
para quienes lo manipulan.
Este
año parece que ha sido extraordinario en cuanto a la pesca de unos pescaditos
(pertenecientes a los cíclidos) endémicos del lago Malaui. Estos pescados, una
vez secos, son los que utiliza la población como base principal de proteínas.
Toda esta carga de pescado seca la transporta el barco de costa a costa, para luego
ser transportada a la capital y ser vendido allí o incluso a Zimbabwe. En el
barco la carga comparte espacio con la gente en la clase económica, adonde por
vergüenza no me atrevo a ir, ya que en esa parte baja del barco veo a la gente
hacinándose junto a todos esos bultos y cada vez me alegro más de ser tan
privilegiado de ir en la cubierta. Ya apenas no me quejo nada. Como el barco
lleva retraso, la gente que está esperando en los sitios donde paramos tiene
miedo de que la dejen en tierra y cuando el bote auxiliar se dirige a tierra se
ve a los más intrépidos nadar hacia el bote para antes de que llegue subirse a
él y así asegurarse su traslado hasta el barco.
En
la primera noche que duermo en cubierta, con las estrellas como compañía y el
ronroneo del motor del barco, duermo bastante bien. Tanto, que cuando me
despierto por la mañana encuentro a mi lado durmiendo una pareja, inglés él,
pero criado en Cádiz y ella turca y criada en Turquía. Han subido también una
pareja de surafricanos blancos con 1 niña y un alemán que viaja en bicicleta.
El inglés-gaditano lleva 1 año viajando por África. Primero estuvo en Egipto
estudiando árabe y luego ha ido descendiendo toda África, pasando por Sudán,
Etiopía, Uganda y Kenia. Trabaja como free lance especializado en temas de
economía para periódicos como El País, aunque dice que hace tiempo que no manda
nada.
Al
segundo día por fin averiguo donde están las duchas y después de conseguir la
llave, que según me dicen debo devolver para que no se cuelen los de la clase económica,
me doy una ducha y la vida se ve de otra manera.
El
barco tiene un restaurante para la 1ª clase y otro para la 2ª y la económica.
Como no estoy haciendo absolutamente nada en el barco, me refiero a ejercicio
físico, más que caminar un poco de aquí para allá y de allá para acá, le digo
al camarero que viene a preguntar 3 veces al día quién va a desayunar, comer o
cenar, que voy a prescindir de la comida del mediodía ya que no estoy gastando
energías. No sé si es que no entiende mi argumento o mi inglés, pero con esa
manera tan expresiva que tienen los africanos de demostrar lo que piensan,
entiendo que me declara loco de remate. Para matar el hambre al mediodía cuento
con alguna galleta y unos cacahuetes que me quedan de reserva.
El
alemán que tenía mi mismo destino, Peter, se ha bajado antes ya que no quería
perder más tiempo con el retraso del barco ya que su avión salía de la capital
al cabo de dos días. Creo que se ha equivocado ya que por la enorme cantidad de
gente que se ve en tierra, pienso que le va a costar mucho conseguir
transporte. No obstante, el tener dinero en estos casos acaba solucionando este
tipo de problemas.
En
el tercer día de viaje me quedo completamente sólo en el barco, por lo menos en
lo que respecta a la primera clase. Eso me permite bajar ahora sí a la parte
baja del ferry, donde está la clase económica e intentar imaginarme como han
pasado el viaje cuando esto estaba lleno de gente y de bultos. Ahora ya no
queda casi nadie, sólo los restos de comida y la basura de tanta gente hacinada.
Peter
había pagado la cabina hasta el final de su trayecto, que era el mismo que el
mío. Cuando se ha ido, se ha despedido de mí y me ha dado la llave para que yo
pueda usar su cabina. Todo un detalle. Así puedo dejar ahí mis cosas y lavarme los
dientes en un lavabo decente. Peter ha dejado en el camarote una botella vacía
de whisky de un litro y medio que me imagino se ha soplado en este par de días.
Ahora entiendo su nariz roja por las mañanas y sus ausencias prolongadas.
El
capitán me ha dicho que iremos directo a Monkey Bay y no pararemos en Chipoka,
para no seguir perdiendo más tiempo. Parece que los pasajeros que iban a ese
destino se tendrán que aguantar o han debido llegar a algún tipo de arreglo con
los del barco. Aunque a ratos el avance del barco se hace lento, sé que lo
encontraré a faltar cuando me toque volverme a subir a alguno de los buses que
van tan atestados. Lo mejor de este medio de transporte es la tranquilidad y
cadencia con que se desliza, el lento transcurrir del tiempo, la gente que vas
conociendo a ese mismo ritmo lento, el tiempo que tienes para pensar.
Cuando
el sábado llegamos al puerto, ya es de noche. Poco antes de atracar me
comunican que como es tarde me puedo quedar a dormir en el barco. ¡Todo un
detalle que no me esperaba! Y uno piensa en esos momentos en que diferencia de
trato el que les damos a esta gente en nuestro país y el que recibimos de forma
tan natural aquí. Por la mañana, temprano, me pongo de nuevo en movimiento. El
barco está completamente solo y me doy cuenta que soy el único que ha dormido
en él. Me ducho y abandono el barco, entregando la llave en la caseta de entrada
del puerto, desde donde me encamino hacia la estación de buses para seguir mi
camino, esta vez hacia el parque de Liwonde, donde poco antes de partir leí que
ya se podían ver los 5 grandes (the five big: elefante, búfalo, león, leopardo,
rinoceronte). Además este parque es conocido por poder realizar excursiones en
bote y donde se pueden ver hipopótamos y elefantes en el río, además de ser
mucho más económico que en los países vecinos.
Monkey Bay |
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