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viernes, 7 de septiembre de 2012

Se acabó la miseria


Cuando llego a Bali me doy cuenta de que se acabó la miseria. Los precios son mucho más baratos para todo, para dormir, para comer, aunque tantos turistas me agobian. Nada es perfecto. Sé que quiero ir a Sulawesi, un sitio que me quedó pendiente de la última vez que estuve aquí y no me acabo de decidir entre ir a las islas Tongean o a la isla de Pulau Bunaken. En el último momento, en la agencia de viajes, me decido por esta última isla, así que desde Bali vuelo a Manado en vez de a Makassar.
Mientras, aprovecho para cortarme el pelo en Bali (unos 2 euros) y me doy un masaje-homenaje con el que llevaba un par de meses soñando. Hace calor y sé que en los próximos meses sólo llevaré pantalón corto, chancletas y que se acabó la miseria. Y también que viajando fuera de los grandes circuitos turísticos, donde casi nadie te entiende, todo es más difícil y al mismo tiempo más bonito.
Llego a Manado y duermo en un hotel algo cochambroso por 4 euros. La verdad es que he pensado que tampoco hace falta exagerar y la próxima vez me gastaré un par de euros más. Me llaman del hotel de la isla (Pulau) Bunaken que reservé por internet y a las once de la mañana, tal como convenido, me vienen a buscar al hotel y me llevan montado en una motocicleta al puerto para tomar un barco que me lleva a la isla, al hotel Panorama. El sitio es muy bonito, está en alto, con vistas a la bahía y la habitación, de madera cuesta 13 euros, incluido el desayuno, la comida y la cena. Lo dicho, se acabó la miseria. Hago cuentas de cuento tiempo me costaría llegar a las islas Tongean y son 2 días para ir y 2 días para ir hacia Makassar, así que solo podría estar 1 o 2 días allí, por lo que decido quedarme toda una semana en Pulau Bunaken, de lo que no me arrepentiré. Y es que al final he aprendido lo de que si me gusta un sitio debo quedarme.

El primer día haciendo snorkel me quemo la espalda y es que aquí el sol pega fuerte. Por la noche consigo conectarme a internet y veo que ha habido un terremoto de 7,9 grados en Filipinas y que hay alerta de tsunami también en Indonesia. Estando en una isla es para pensárselo pero no tenemos más noticias. Sólo de vez en cuando miramos hacia la playa para ver si el agua se retira o viene una ola gigante.
Me decido a volver a bucear con botella ya que los precios aquí son asequibles. Lo hago un par de veces pero entre que soy el primero a quien se le acaba el aire y que me lo paso mejor haciendo snorkel, me decido por esto último y combino salir por la mañana con el barco e ir por mi cuenta por la tarde, sólo con mis gafas y el tubo. La isla se asienta sobre una masa coralina que la rodea y que en el drop-off desciende unos 60 m, con un color azul intenso. Cuando a veces estás embobado mirando hacia esa nada, aparece una sombra que se agranda hasta que se hace visible una tortuga. La mayoría, cuando te ven, huyen de tí con sólo un par de golpes de sus potentes aletas delanteras, mientras las traseras sólo las utiliza de timón. Uno de los días hemos estado jugando con una tortuga de 1,5 m que nos ha dejado tocarla y acompañarla un buen rato. También he visto caballitos de mar, rayas, varios lion-fish, una morena enorme que daba miedo y millones de peces. Cuando sigues a la tortuga y buceas con ella el peligro está en emborracharte de la emoción e ir tan profundo que luego te cuesta volver a llegar a la superficie para tomar aire. Tanta belleza también tiene un precio y es que hay unas pequeñas medusas, casi invisibles, que te pican por todo el cuerpo, doliéndote de verdad cuando te tocan en los labios. Varios de los que nada conmigo tienen reacciones alérgicas lo que a mí por suerte no me pasa.

Los días aquí transcurren muy fáciles. Por la mañana me levanto entre las 6 y las 7, cuando ya se ha hecho de día y me pongo el uniforme, que consiste en el bañador negro o el bañador rojo, depende de cual está seco. A las 8 suele salir el barco con el que voy para bucear o hacer snorkel, junto con el resto de extranjeros. Volvemos sobre la 1 del mediodía y la comida, abundante y buenísima, ya está lista. Después de comer, sobremesa, charla, internet e ir a hacer snorkel o una vuelta al pueblo. Durante toda la semana solo he utilizado 1 calzoncillo ya que me lo pongo solo para cenar, como si fuera un smoking. La comida es especialmente buena, abundante y muy variada. Normalmente esperamos que estemos todos en la mesa para empezar menos cuando hay papas fritas, que ahí yo ni tengo amigos ni conozco a nadie.
Después de hablar con gente que ha estado en las islas Tongean se que volveré para ir a esas islas y luego ir hacia las islas que están en el mar de Banda. No sé cuando, pero volveré. A veces pienso que tengo 2 gusanos, uno en la barriga y otro en la cabeza. Cuando quiero hacer algo, uno de los 2 va incordiando hasta que lo hago. Aunque a veces estén hibernando y tarde 25 años como en mi viaja a Tonga, al final vuelven a recordarme que tengo eso pendiente y lo acabo haciendo. Casi siempre. Hay varios sitios más en el mundo que me voy anotando para cuando haga mi próximo gran viaje, o quizás muchos viajes pequeños.
Estando en Bunaken me fui por la noche con un francés, una española y dos indonesios del diving staff al café-karaoke Bamboo, al otro lado de la isla. El primer premio se lo llevó Lui, el más musculoso de los dos indonesios, a quien al día siguiente por la mañana veo deslizarse fuera de la habitación de Natalia. Durante el día todos los demás indonesios le hacen bromas y le dan codazos mientras él no se aguanta del sueño. Todo tiene su precio.
En un paseo por el pueblo por fin descubro los primeros nim, señal de que estoy en el sudeste asiático.
La despedida de Bunaken está acorde de cómo me he sentido aquí. Resultó que el capitán del barco que nos llevaba a bucear tenía cumpleaños así que nos invitaron también a los turistas que hemos ido estos días en su barco y nos hemos pasado buena parte de la noche bebiendo el alcohol de arroz que mezclan con coca-cola, bailando y cantando canciones indonesias en el karaoke, deporte nacional.
Cuando al día siguiente llego a Manado, el calor sofocante me deja hecho polvo y a pesar de estar quemado y requemado, noto como el sol me sigue castigando todas las partes expuestas. Después de un paseo por la ciudad, en el que la vuelta se me hace interminable, me escondo en la habitación y no salgo hasta que el sol empieza a bajar.
Ahora me quedan un par de días de viajes hasta llegar a Cebú, donde estaré las próximas semanas.

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