Cuando llego a Bali me doy cuenta de que se acabó la miseria.
Los precios son mucho más baratos para todo, para dormir, para comer, aunque tantos
turistas me agobian. Nada es perfecto. Sé que quiero ir a Sulawesi, un sitio
que me quedó pendiente de la última vez que estuve aquí y no me acabo de
decidir entre ir a las islas Tongean o a la isla de Pulau Bunaken. En el último
momento, en la agencia de viajes, me decido por esta última isla, así que desde
Bali vuelo a Manado en vez de a Makassar.
Mientras, aprovecho para cortarme el pelo en Bali (unos 2
euros) y me doy un masaje-homenaje con el que llevaba un par de meses soñando. Hace
calor y sé que en los próximos meses sólo llevaré pantalón corto, chancletas y
que se acabó la miseria. Y también que viajando fuera de los grandes circuitos
turísticos, donde casi nadie te entiende, todo es más difícil y al mismo tiempo
más bonito.
Llego a Manado y duermo en un hotel algo cochambroso por 4
euros. La verdad es que he pensado que tampoco hace falta exagerar y la próxima
vez me gastaré un par de euros más. Me llaman del hotel de la isla (Pulau)
Bunaken que reservé por internet y a las once de la mañana, tal como convenido,
me vienen a buscar al hotel y me llevan montado en una motocicleta al puerto
para tomar un barco que me lleva a la isla, al hotel Panorama. El sitio es muy
bonito, está en alto, con vistas a la bahía y la habitación, de madera cuesta 13
euros, incluido el desayuno, la comida y la cena. Lo dicho, se acabó la miseria.
Hago cuentas de cuento tiempo me costaría llegar a las islas Tongean y son 2 días
para ir y 2 días para ir hacia Makassar, así que solo podría estar 1 o 2 días
allí, por lo que decido quedarme toda una semana en Pulau Bunaken, de lo que no
me arrepentiré. Y es que al final he aprendido lo de que si me gusta un sitio
debo quedarme.
El primer día haciendo snorkel me quemo la espalda y es que
aquí el sol pega fuerte. Por la noche consigo conectarme a internet y veo que
ha habido un terremoto de 7,9 grados en Filipinas y que hay alerta de tsunami
también en Indonesia. Estando en una isla es para pensárselo pero no tenemos
más noticias. Sólo de vez en cuando miramos hacia la playa para ver si el agua
se retira o viene una ola gigante.
Me decido a volver a bucear con botella ya que los precios
aquí son asequibles. Lo hago un par de veces pero entre que soy el primero a
quien se le acaba el aire y que me lo paso mejor haciendo snorkel, me decido
por esto último y combino salir por la mañana con el barco e ir por mi cuenta por
la tarde, sólo con mis gafas y el tubo. La isla se asienta sobre una masa
coralina que la rodea y que en el drop-off desciende unos 60 m, con un color
azul intenso. Cuando a veces estás embobado mirando hacia esa nada, aparece una
sombra que se agranda hasta que se hace visible una tortuga. La mayoría, cuando
te ven, huyen de tí con sólo un par de golpes de sus potentes aletas
delanteras, mientras las traseras sólo las utiliza de timón. Uno de los días
hemos estado jugando con una tortuga de 1,5 m que nos ha dejado tocarla y
acompañarla un buen rato. También he visto caballitos de mar, rayas, varios
lion-fish, una morena enorme que daba miedo y millones de peces. Cuando sigues
a la tortuga y buceas con ella el peligro está en emborracharte de la emoción e
ir tan profundo que luego te cuesta volver a llegar a la superficie para tomar
aire. Tanta belleza también tiene un precio y es que hay unas pequeñas medusas,
casi invisibles, que te pican por todo el cuerpo, doliéndote de verdad cuando
te tocan en los labios. Varios de los que nada conmigo tienen reacciones
alérgicas lo que a mí por suerte no me pasa.
Los días aquí transcurren muy fáciles. Por la mañana me
levanto entre las 6 y las 7, cuando ya se ha hecho de día y me pongo el
uniforme, que consiste en el bañador negro o el bañador rojo, depende de cual
está seco. A las 8 suele salir el barco con el que voy para bucear o hacer
snorkel, junto con el resto de extranjeros. Volvemos sobre la 1 del mediodía y
la comida, abundante y buenísima, ya está lista. Después de comer, sobremesa,
charla, internet e ir a hacer snorkel o una vuelta al pueblo. Durante toda la
semana solo he utilizado 1 calzoncillo ya que me lo pongo solo para cenar, como
si fuera un smoking. La comida es especialmente buena, abundante y muy variada.
Normalmente esperamos que estemos todos en la mesa para empezar menos cuando
hay papas fritas, que ahí yo ni tengo amigos ni conozco a nadie.
Después de hablar con gente que ha estado en las islas
Tongean se que volveré para ir a esas islas y luego ir hacia las islas que
están en el mar de Banda. No sé cuando, pero volveré. A veces pienso que tengo 2
gusanos, uno en la barriga y otro en la cabeza. Cuando quiero hacer algo, uno
de los 2 va incordiando hasta que lo hago. Aunque a veces estén hibernando y tarde
25 años como en mi viaja a Tonga, al final vuelven a recordarme que tengo eso
pendiente y lo acabo haciendo. Casi siempre. Hay varios sitios más en el mundo
que me voy anotando para cuando haga mi próximo gran viaje, o quizás muchos
viajes pequeños.
Estando en Bunaken me fui por la noche con un francés, una
española y dos indonesios del diving staff al café-karaoke Bamboo, al otro lado
de la isla. El primer premio se lo llevó Lui, el más musculoso de los dos
indonesios, a quien al día siguiente por la mañana veo deslizarse fuera de la
habitación de Natalia. Durante el día todos los demás indonesios le hacen
bromas y le dan codazos mientras él no se aguanta del sueño. Todo tiene su
precio.
En un paseo por el pueblo por fin descubro los primeros nim,
señal de que estoy en el sudeste asiático.
La despedida de Bunaken está acorde de cómo me he sentido aquí.
Resultó que el capitán del barco que nos llevaba a bucear tenía cumpleaños así que
nos invitaron también a los turistas que hemos ido estos días en su barco y nos
hemos pasado buena parte de la noche bebiendo el alcohol de arroz que mezclan
con coca-cola, bailando y cantando canciones indonesias en el karaoke, deporte
nacional.
Cuando al día siguiente llego a Manado, el calor sofocante me
deja hecho polvo y a pesar de estar quemado y requemado, noto como el sol me
sigue castigando todas las partes expuestas. Después de un paseo por la ciudad,
en el que la vuelta se me hace interminable, me escondo en la habitación y no
salgo hasta que el sol empieza a bajar.
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