Cuando a la mañana siguiente después de volar de la isla de
Santo (Vanuatu) a Brisbane me despierto en el Backpackers, me alegro de haber
elegido esta opción en vez de haberme quedado a dormir en el aeropuerto como
había pensado en un principio. Mis huesos me lo agradecen ya que voy sintiendo
el deterioro físico-químico-económico. Mis compañeros de habitación se levantan
temprano, se duchan, se perfuman y me dejan levantarme con tranquilidad, como
si fuera una habitación individual a pesar de que sus cosas junto a sus tablas
de surf estén tiradas por todas partes.
Me voy
ambientando en el país con un libro de Bill Bryson que de una manera amena
cuenta su viaje por Australia, añadiendo muchas historias en las que se ha
documentado. El título, traducido del alemán, es “Desayuno con canguros”.
Cuando una semana después me voy del país tengo la impresión de que pretender
abarcar una isla-país-continente como Australia es una tarea imposible, en la
que además uno puede acabar de arruinarse, pero gracias al libro me siento como
si lo hubiera recorrido de cabo a rabo. Fue una lástima no volar de día para
por lo menos haber podido observar el paisaje desde el aire cuando volé 6 horas
desde Brisbane a Perth.
Mientras recorro la ciudad tengo la sensación que todo es tan
perfecto que incluso me da un poco de miedo. Esto se ve reforzado por los
letreros que continuamente te indican que hacer, cuales son las normas y te
avisan (¿o amenazan?) de que si te las saltas te pillarán y te castigarán. Los
semáforos están perfectamente sincronizados y en los pasos de peatones te
obligan a correr, ya que está calculado para que cuando llegues a la mitad se
ponga en rojo y se aceleran los pitidos que emiten. Después de la tranquilidad
de Vanuatu todo esto me pone un poco de los nervios. En las escaleras hay una
especie de superficies antideslizantes para evitar que resbales en las que casi
me caigo un par de veces ya que no estoy acostumbrado a estas delicadezas
después de meses de sortear todo tipo de obstáculos.
Cuando vuelvo al aeropuerto de Brisbane para tomar el vuelo a
Perth, me encuentro que todo está lleno de maquinitas para hacer uno mismo el
check in. Me hago el europeo y saco incluso la etiqueta del equipaje que pego
tan mal a mi maleta que cuando llego al mostrador me dicen que la próxima vez
pida ayuda antes de hacer algo parecido mientras me vuelven a imprimir una
nueva etiqueta. Me siento como un pobre aborigen australiano y desconsolado me
voy a buscar un boomerang.
Con Fran en el puerto de Fremantle |
En Perth me viene a buscar al aeropuerto mi amigo Fran, que
es a quien en realidad he venido a visitar a esta ciudad, de la que dicen que
es la más aislada del mundo, lo cual me alegra un montón porque a lo largo de
todo mi viaje hasta ahora nadie lo había hecho. Todos consideran que si haces
un viaje tan largo bien puedes acabar de llegar hasta la casa donde vas. Y
también es verdad. Pero en este caso ha sido la excepción. Nos quedamos en la
casa de Sanu, una chica nepalí donde Fran alquila una habitación.
Al día siguiente recogemos a Silvia, una chica de Roses que
también está haciendo el canguro por aquí y nos vamos en el coche de Fran, un
flamante Toyota Corolla del año del cata-pum hacia el norte, en un día
anunciado como de chubascos. Hacemos paraditas para mirar el mar y para
resguardarnos de la lluvia que entra por las ventanas del coche que no cierran
muy bien. Y una vez nos atrevemos a ir hacia el infinito Outback, a pie, a ver
si vemos algún canguro, cuando ya la lluvia vuelve a aparecer y aunque corremos
hacia el coche, no nos deja llegar y nos empapa en unos segundos. Lo peor no ha
sido mojarnos sino constatar que los tres, sin excepción de edad ni religión, estamos
totalmente fuera de forma dado que tardamos varios segundos en poder hablar
hasta que recuperamos el nivel de oxígeno normal en sangre. Pero todo se nos
olvidará cuando unos kilómetros hacia el sur, ya regresando, paramos en el
parque nacional de Yanchep, donde veremos canguros hasta cansarnos e incluso
unos koalas durmiendo apaciblemente en los eucaliptos de los que se alimentan.
Antes, para asegurar el buen humor de Fran para todo el día y parte de la
semana siguiente, hemos visto unas gaviotas de un pico grande y anaranjado que
él llevaba tiempo buscando y no había conseguido ver. ¡Día completo!
La ventaja de ir a ver a un colega a quien conoces, con quien
tienes confianza y que además habla español es que te cuenta cosas del país que
de otra manera nunca averiguarías. Entre otras cosas cuenta que en la costa de
Perth han muerto 5 personas en los últimos 10 meses por ataques de tiburón, lo
cual no es poco.
En Australia te encuentras con gente amable que se esfuerza
en hablar despacio, alto y claro para que los entiendas y otras que debido a su
incultura son incapaces de usar otras expresiones para que les entiendas y te
vuelven a repetir lo mismo que te han dicho a la misma velocidad. Lástima.
Los días que Fran trabajaba los dediqué a pasear. En Freemantle,
ciudad pegada a Perth, vi un mapamundi que al principio no entendí y es que
estaba hecho desde la perspectiva de Australia. Era interesante ver España al
este y al revés, con las islas Canarias al norte.
En Perth, donde dediqué otro día a pasear por la ciudad,
cerca del museo vi que en unos jardines habían plantado lechugas, coles y otras
hortalizas, que cultivaban unos voluntarios y entregaban a instituciones
sociales. Un ejemplo de cosas a hacer en nuestro país. En Vanuatu mucha gente
me preguntaba si yo era de Nueva Caledonia ya que decían que mi acento hablando
francés era como el de la gente de esa isla. Como me avergüenzo un poco de ser
español en este momento y además estoy harto de que me hablen de fútbol,
intentaré a partir de ahora decir que soy de Nueva Caledonia, a ver qué tal me
va.
Al final he conseguido reducir el peso de mi equipaje de los
19 kg que tenía en Tonga a los 16 kg con los que me voy desde Australia. Ahora
me espera Bali y Sulawesi.
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