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lunes, 3 de septiembre de 2012

Un aborigen europeo en Australia



Cuando a la mañana siguiente después de volar de la isla de Santo (Vanuatu) a Brisbane me despierto en el Backpackers, me alegro de haber elegido esta opción en vez de haberme quedado a dormir en el aeropuerto como había pensado en un principio. Mis huesos me lo agradecen ya que voy sintiendo el deterioro físico-químico-económico. Mis compañeros de habitación se levantan temprano, se duchan, se perfuman y me dejan levantarme con tranquilidad, como si fuera una habitación individual a pesar de que sus cosas junto a sus tablas de surf estén tiradas por todas partes.
Me voy ambientando en el país con un libro de Bill Bryson que de una manera amena cuenta su viaje por Australia, añadiendo muchas historias en las que se ha documentado. El título, traducido del alemán, es “Desayuno con canguros”. Cuando una semana después me voy del país tengo la impresión de que pretender abarcar una isla-país-continente como Australia es una tarea imposible, en la que además uno puede acabar de arruinarse, pero gracias al libro me siento como si lo hubiera recorrido de cabo a rabo. Fue una lástima no volar de día para por lo menos haber podido observar el paisaje desde el aire cuando volé 6 horas desde Brisbane a Perth.
Mientras recorro la ciudad tengo la sensación que todo es tan perfecto que incluso me da un poco de miedo. Esto se ve reforzado por los letreros que continuamente te indican que hacer, cuales son las normas y te avisan (¿o amenazan?) de que si te las saltas te pillarán y te castigarán. Los semáforos están perfectamente sincronizados y en los pasos de peatones te obligan a correr, ya que está calculado para que cuando llegues a la mitad se ponga en rojo y se aceleran los pitidos que emiten. Después de la tranquilidad de Vanuatu todo esto me pone un poco de los nervios. En las escaleras hay una especie de superficies antideslizantes para evitar que resbales en las que casi me caigo un par de veces ya que no estoy acostumbrado a estas delicadezas después de meses de sortear todo tipo de obstáculos.

Cuando vuelvo al aeropuerto de Brisbane para tomar el vuelo a Perth, me encuentro que todo está lleno de maquinitas para hacer uno mismo el check in. Me hago el europeo y saco incluso la etiqueta del equipaje que pego tan mal a mi maleta que cuando llego al mostrador me dicen que la próxima vez pida ayuda antes de hacer algo parecido mientras me vuelven a imprimir una nueva etiqueta. Me siento como un pobre aborigen australiano y desconsolado me voy a buscar un boomerang.

Con Fran en el puerto de Fremantle
En Perth me viene a buscar al aeropuerto mi amigo Fran, que es a quien en realidad he venido a visitar a esta ciudad, de la que dicen que es la más aislada del mundo, lo cual me alegra un montón porque a lo largo de todo mi viaje hasta ahora nadie lo había hecho. Todos consideran que si haces un viaje tan largo bien puedes acabar de llegar hasta la casa donde vas. Y también es verdad. Pero en este caso ha sido la excepción. Nos quedamos en la casa de Sanu, una chica nepalí donde Fran alquila una habitación.
Al día siguiente recogemos a Silvia, una chica de Roses que también está haciendo el canguro por aquí y nos vamos en el coche de Fran, un flamante Toyota Corolla del año del cata-pum hacia el norte, en un día anunciado como de chubascos. Hacemos paraditas para mirar el mar y para resguardarnos de la lluvia que entra por las ventanas del coche que no cierran muy bien. Y una vez nos atrevemos a ir hacia el infinito Outback, a pie, a ver si vemos algún canguro, cuando ya la lluvia vuelve a aparecer y aunque corremos hacia el coche, no nos deja llegar y nos empapa en unos segundos. Lo peor no ha sido mojarnos sino constatar que los tres, sin excepción de edad ni religión, estamos totalmente fuera de forma dado que tardamos varios segundos en poder hablar hasta que recuperamos el nivel de oxígeno normal en sangre. Pero todo se nos olvidará cuando unos kilómetros hacia el sur, ya regresando, paramos en el parque nacional de Yanchep, donde veremos canguros hasta cansarnos e incluso unos koalas durmiendo apaciblemente en los eucaliptos de los que se alimentan. Antes, para asegurar el buen humor de Fran para todo el día y parte de la semana siguiente, hemos visto unas gaviotas de un pico grande y anaranjado que él llevaba tiempo buscando y no había conseguido ver. ¡Día completo! 

La ventaja de ir a ver a un colega a quien conoces, con quien tienes confianza y que además habla español es que te cuenta cosas del país que de otra manera nunca averiguarías. Entre otras cosas cuenta que en la costa de Perth han muerto 5 personas en los últimos 10 meses por ataques de tiburón, lo cual no es poco.
En Australia te encuentras con gente amable que se esfuerza en hablar despacio, alto y claro para que los entiendas y otras que debido a su incultura son incapaces de usar otras expresiones para que les entiendas y te vuelven a repetir lo mismo que te han dicho a la misma velocidad. Lástima.
Los días que Fran trabajaba los dediqué a pasear. En Freemantle, ciudad pegada a Perth, vi un mapamundi que al principio no entendí y es que estaba hecho desde la perspectiva de Australia. Era interesante ver España al este y al revés, con las islas Canarias al norte.
En Perth, donde dediqué otro día a pasear por la ciudad, cerca del museo vi que en unos jardines habían plantado lechugas, coles y otras hortalizas, que cultivaban unos voluntarios y entregaban a instituciones sociales. Un ejemplo de cosas a hacer en nuestro país. En Vanuatu mucha gente me preguntaba si yo era de Nueva Caledonia ya que decían que mi acento hablando francés era como el de la gente de esa isla. Como me avergüenzo un poco de ser español en este momento y además estoy harto de que me hablen de fútbol, intentaré a partir de ahora decir que soy de Nueva Caledonia, a ver qué tal me va.

Al final he conseguido reducir el peso de mi equipaje de los 19 kg que tenía en Tonga a los 16 kg con los que me voy desde Australia. Ahora me espera Bali y Sulawesi.

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