Casas sobre pilotes en Fuiloro |
Los salesianos tienen varias escuelas de formación profesional en Timor.
Una de ellas es la escuela agraria de Fuiloro, donde realizo mi trabajo. Como
estoy contratado por una ONG española, la escuela al ser su contraparte, me
permite dormir en sus instalaciones y comer con ellos en el comedor de los
padres y hermanos de la congregación. Las habitaciones son amplias, con su baño
particular aunque fallan algunas cosas como que no tengo luz en el baño,
tampoco funciona la ducha y la limpieza deja bastante que desear. Parece un
contrasentido pero en la habitación tengo wi-fi mientras me tengo que duchar
con un cazo y tirar agua al wáter con un cubo. La comida es buena y de mucha
mejor calidad que, como he podido comprobar, la que les dan a los estudiantes,
que consiste sólo en arroz, verduras y agua.
Me levanto entre las 6 y las 6,30 de la mañana y ya es de día. A las 6 en
punto suenan las campanas que están cerca de mi habitación así que no me hace
falta despertador. Al mismo tiempo los perros y aquí hay bastantes (porque
también se los comen) se ponen a aullar de una forma desconsolada. Imposible
volverse a dormir aunque lo intento. Me ducho con agua fría con un cacito desde
un barreño. Después en otro cubo lavo mi ropa del día anterior que cuelgo en el
mismo baño. Si el servidor de la escuela ya está encendido me conecto a
internet desde mi habitación con el ordenador portátil que me ha dejado la ONG
para trabajar. De 7 a 7y media los curas rezan y yo me entretengo leyendo El
País. Cuando acaban toca desayunar, panecillos (sólo a veces), arroz (siempre),
mermelada (no siempre) y café instantáneo. Pero lo más habitual es que haya
arroz que nunca falla aquí, al que le añado un chile picante para darle un poco
de sabor.
Antes y después de comer, rezan. Yo hago como el matrimonio indonesio que
trabaja aquí y que deben ser musulmanes, bajo los ojos y me espero a que acaben
de rezar. De momento nadie me ha preguntado si también soy musulmán. Luego si
sigue habiendo internet me meto en la habitación y sigo con el ordenador o bien
hago las entrevistas a personal de la escuela, a agricultores de los
alrededores o bien cualquier otro trabajo que tenga previsto. Los primeros días
los he dedicado para ordenar la información, leerla y planificar el trabajo. A
las 12 y media, más o menos, se come. Más rezos y más arroz. El chile que hacen
es el más fuerte que he probado nunca. Me he vuelto adicto a él y a veces me
deja la boca ardiendo durante un par de horas, pero es lo que tienen las
adicciones, que aunque te hagan daño sigues pegado a ellas. Por la tarde no hay
ni luz ni internet. La luz la ponen mediante un generador a las 7 de la tarde,
cuando se hace de noche. Al mismo tiempo cargan unas baterías así que la
electricidad dura hasta que éstas se descargan, más o menos al mediodía del día
siguiente. A las 7 de la tarde rezan otra vez en la capilla y a las 7 y media
es la cena. La comida en general no está mal y hay suficiente menos el día que
hicieron patatas fritas y yo ya me las había comido todas cuando llegaron dos
curas con retraso. Pero al fin y al cabo les quedaba arroz suficiente que es lo
que a ellos les gusta.
Técnicos del proyecto |
Un día le dije al chofer del vehículo que me ha traído hasta aquí que me
llevara a Los Palos, el pueblo cercano más grande que está a unos 20 km de
Fuiloro. Quería ver el mercado y los productos que se venden en él. Primero me
lleva a un mercado donde los cerdos, moviéndose por entre los puestos, son más
numerosos que los clientes. Luego me lleva a otro mayor donde tampoco hay
muchos clientes y los vendedores están jugando a una especie de bingo entre
ellos para matar el rato. Nos ha acompañado el logista de otra organización,
que se llama Justo, por si tengo algún problema con el portugués. Le digo que
no le necesito pero no me hace ni caso. A veces no sabes si no te entienden, no
los entiendes, o ambas cosas. En Los Palos he aprovechado además para visitar
el hospital y presentarme a una médico cubana de la que me habían dado el
nombre por si algún día me hace falta, que espero que no, después de haber
vistos las condiciones deplorables del mismo.
El fin de semana me voy a Dili y aprovecho para salir por la noche al bar
Castaway, donde un grupo de occidentales toca música en vivo y se reúne la
crema de los UN y demás expatriados en un contraste muy fuerte con lo que se ve
en el resto del país. Muchos de los jóvenes extranjeros que se reúnen aquí
tienen pinta de pasarse el día en el gimnasio o de atiborrarse a anabolizantes.
Parte de lo que voy a hacer en mi trabajo es elaborar la propuesta para un
agrónomo que venga a trabajar a Fuiloro por 18 meses a partir de septiembre. Me
proponen que sea yo pero a esto sí que digo que no. En otro momento, en otras
circunstancias, quizás no dijera que no, porque creo que esta gente de estas
comunidades y sobre todo los jóvenes que estudian aquí se merecen que se haga
algo por ellos. Pero ahora no es mi momento y yo no soy ni salesiano ni estoy
aquí para salvar al mundo, aunque en realidad no sé para qué estoy aquí, pero
con saber para que no estoy, ya tengo.
Una noche en la escuela, a la hora de cenar, veo que no hay platos
preparados en la mesa. Resulta que nos han invitado al colegio de monjas que
debe estar a unos 200 m ya que es el cumpleaños de la madre superiora. Como
tengo hambre me apunto y pienso que este es el castigo y la dura prueba que el
Señor me ha enviado después de mi apostasía. En los rezos y cánticos me
mantengo firme y me repito mi propio mantra de “la agricultura es mi bandera y
los tubérculos mi religión” para no oír los cantos de sirena que fluyen por la
sala.
Alguno de los padres está bastante salido (en especial uno de ellos, que se
comporta como un adolescente), echando miradas arrobadas a una de las novicias,
que tampoco se queda atrás. Durante la cena nos ponen música con voces
virginales (estoy convencido que solo vírgenes pueden cantar de esa manera) y
yo aprovecho para hablar algo con uno de los padres que estudió en Israel y que
habla muy bien inglés y bastante bien el portugués.
Los padres están más pendientes de sus móviles que de la voz divina. Se
comportan como niños y es que viven en una realidad totalmente ajena al mundo
normal. En parte me dan pena pero por otra parte no tendría misericordia con
ellos. Tienen suerte de no estar a mis órdenes y que yo no sea la madre
superiora.
Mercado |
Estos días pasados aquí me han ayudado a reafirmarme, si acaso me hacía
falta, de que la religión es algo totalmente ajeno a mí. He pensado incluso en
volver a apostatar otra vez, como cuando te pones una vacuna de refuerzo, pues
igual, reforzando mi apostasía para que quede claro que no queda ningún
residuo. Y es que aunque incluso a mí me cueste de creer, estando aquí creo
haber visto al demonio vestido con hábitos.
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