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jueves, 20 de septiembre de 2012

Timor (3)


Atauro

Desde el principio habíamos planificado con Nagore y compañía ir el fin de semana largo del primero de mayo a la isla de Atauro que está enfrente de Dili, a unos 30 km. La isla tiene 104 km2 y unos 10.000 habitantes. Nos quedamos en unas cabañas que se llaman Eco Lodge, un proyecto fundado por una australiana junto con una comunidad de esta isla hace años y que ahora gestionan de forma comunitaria. El sitio es precioso, enfrente de la playa y con algunas cabañas de tipo elevado como la que me tocó compartir con Celso. El día era estupendo, el aire limpio, las aguas transparentes y la explosión de corales cerca de la costa, increíble. Siempre he preferido ver peces a ver corales pero la verdad es que los colores de los estos, todo los diferentes tonos de verde, me dejan pasmado. Si hubiera un proyecto en esta isla donde trabajar creo que me apuntaría y no lo contaría como si fuera trabajo. O por lo menos esa es la impresión que tengo desde que llegué y que no se me quita en los dos días que paso aquí.    
Costa de Atauro
          
Mis colegas se pasan el día dormitando o leyendo y yo aprovecho para hacer snorkel, que es a lo que he venido. Luego, por la tarde nos vamos a pasear, vemos jugar a niños al futbol, vamos a cenar, en fin, haciendo el vago. La gente es muy amable y desde los niños hasta los ancianos te saludan por la calle diciendo en portugués “Boa tarde” aunque sean las 10 de la mañana. Otros se ponen a gritar “malae, malae”, que es como nos llaman a los extranjeros aquí. En las calles y en el Eco Lodge está lleno de árboles nim lo que ya me pareció ver desde el barco pero no quise decir nada hasta asegurarme. Me siguen persiguiendo los nim, pero en el buen sentido, ya que cuando los tengo cerca me vuelvo a sentir casi inmortal.
Cuando a los dos días volvemos en barco hacia Dili nos salieron a despedir una manada de al menos 100 delfines que estuvieron haciendo algunas cabriolas, entre los que había uno que se puso enfrente del resto y al saltar fuera del agua hacía tirabuzones.
Playa y Timor al fondo

Jaco
Otro fin de semana planifico ir a la isla de Jaco, en la punta más oriental de la isla de Timor, adonde me llevará Advento, con la moto del proyecto en el que trabaja. Tardamos más de lo previsto ya que pinchamos la rueda trasera y hubo que repararla en casa de un señor que se prestó a ayudarnos. Invité a Advento a comer y luego a ir a la isla de Jaco donde los pescadores te llevan y traen por 6 dólares. Esta isla está deshabitada y al estar protegida no se puede acampar en ella, sólo pasar el día, siendo aquí donde se escondió el actual primer ministro del país durante la guerra con los indonesios.
Mientras los pescadores se dedican a la pesca o vuelven a tierra firme, o mejor dicho, a la isla grande, tú puedes nadar por allá o recorrer su costa. Cuando quieres volver tienes que agitar tu camisa como si fueras un naufrago y te vienen a buscar y es que no debe haber más de 500 metros entre ambas orillas. Las corrientes en ese espacio tan estrecho son muy fuertes y si vas hacia una punta de la isla y te dejas llevar a favor de la corriente, ésta te transporta hasta la otra punta mientras observas los peces. Mientras me dejaba arrastrar por el agua me quedaba otra vez con la boca abierta de lo bonito que pueden ser los fondos aquí y debo reconocer que mucho más en cuanto a corales y peces de colores que los de Corn Island. Hay unos corales enormes, tipo seta, luego están los verdes maravillosos, muchos peces y una especie de pez globo, con la cabeza muy grande y de más de 1 m de largo. En un correo que me mandan desde La Gomera me cuentan que una viajera inglesa describió ya en 1912 los colores que se observan en los corales de Timor como "unos verdes que solo se encuentran en la caja de acuarelas de un niño”. De vez en cuando sacaba la cabeza del agua asustado, para ubicar donde estaba la orilla, pensando que me había emborrachado de tanta belleza y que sin darme cuenta la corriente me arrastraba mar adentro. Estos choques de adrenalina deben ser hasta buenos para el corazón.
El dueño del hotelito donde me quedo, Hipólito, ha venido con la camioneta que tiene asignada en su trabajo como director de la agencia del Ministerio de Agricultura en Los Palos. Solo así se entiende que vaya con ella por estos caminos, brincando como una cabra. Y es que ya sabemos que lo que no cuesta no duele. A mí me viene bien porque así me puedo ir con él y no me cobra nada ya que la camioneta es un vehículo oficial, según el mismo me dijo.
Cuando me despierto el domingo por la mañana, pienso que ya tengo otro sitio para añadir a mi lista de lugares a los que quiero volver acompañado para poder compartir tanta belleza. Para contrarrestar lo anterior, os cuento que a media mañana la gente del hotel ha conseguido matar la rata que he oído durante la noche. La han arponeado cual si fuera un pez terrestre pero no he querido mirar cuando han salido con el trofeo.

Antes de irme vuelvo a recorrerme varias veces la costa dejándome arrastrar por la corriente, mientras miro los colores del coral y de los peces que hacen palidecer a los del arco iris. Voy pasando por todos los matices y no sabes dónde mirar, desde al pez payaso, escondido en una planta acuática blanca como la nieve, hasta cientos de peces azules que te envuelven, o los pececitos azul metálico revoloteando entre los corales. Es como ver unos fuegos artificiales con destellos aquí y allá sin parar. Algunos peces salen hechos una furia de su madriguera para ahuyentar a intrusos de su misma especie, en un juego que no parece tener fin.  El fondo es como un paisaje lunar que capta los rayos del sol y los devuelve en reflejos dorados. Hay setas gigantes, bivalvos de colores escandalosos, estrellas de mar, azules y de brazos elegantes, peces con cuernos y otros con trompeta, con aletas laterales y otros dorsales, con falsos ojos, del color de las rocas y de color amarillo intenso pintados con rayas de colores, como si se prepararan para ir a la guerra. La corriente me sigue arrastrando y así sin moverme, yendo a la deriva, pasa esta película a la velocidad del mar. Algunos peces me envuelven, otro se esconden nada mas atisbarme y otros mantienen una distancia suficiente para escapar. Poco antes de salir definitivamente del agua se cruza en mi camino una tortuga, que sigue su curso sin hacerme ni caso, nadando elegantemente y sin que la pueda seguir. Me emociona tanta suerte y tanta belleza. Cuando salgo a la orilla veo a los pescadores que han vuelto y que traen bonitos y hasta una barracuda enorme. Como trofeo tienen colgado de un árbol la aleta de un tiburón, señal de aquí los hay.
El domingo a la 1 del mediodía, después de comer, a todos les entra la prisa por irse. Los pescadores vienen corriendo y se suben a la camioneta en un barullo de pescados, mochilas y garrafas. Por el camino los iremos dejando en sus casas y cada uno, dado el desorden existente, no encuentra su garrafa, su mochila o incluso su pescado, pero al final, todo se aclara. Seguro que deben repetir este mismo guirigay cada semana. El camino está muy mal y gracias al peso de los 7 pescadores y el mío en la tina de la camioneta, ésta tiene agarre en las ruedas traseras. Tardamos casi 1 hora en hacer los 8 kilómetros de subida y otra hora hasta llegar a la escuela en Fuiloro.
Ballena en el camino

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