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jueves, 18 de mayo de 2023

Soubré y Daloa

 

En las afueras de la ciudad, los campos ya están preparados con igname y maíz, esperando que las lluvias se asienten

Vuelvo a ir en bus de San Pedro a Soubré, un viaje de 130 km que sólo dura 4 horas. Al salir de la ciudad veo las grandes columnas de humo de la zona donde grupos de mujeres producen carbón que sigue siendo una de las principales fuentes de energía para cocinar. Esta vez no llueve.  Pero lo hará más tarde, porque la sesión de lluvias, aunque con retraso ya está empezando.

Me instalo en el hotel en Soubré y cuando salgo, veo que justo al lado hay una organización que trabaja para evitar el trabajo infantil en el cacao. Aunque voy en pantalón corto, pillo a uno de los técnicos tan desprevenido que incluso me recibe. Me cuenta un poco de lo que hacen, aunque todo se puede ver en su página web (https://www.cocoainitiative.org/), donde veo que están financiados por las grandes multinacionales del chocolate. Cuando le digo que quizás las cifras que se manejan de niños trabajando son exageradas, me dice que no, que hay más de un millón de niños implicados en el trabajo infantil (niño es quien tiene menos de 18 años). Un tema complicado. Y no sé porque me voy con la sensación de que sus argumentos sobre todo pretenden defender su puesto de trabajo. Mientras haya niños trabajando, el tendrá trabajo.

En las calles y caminos también ponen a secar el cacao al sol

En el hotel me consiguen un guía que en realidad es el guardián del hotel. Como es su día libre, o quizás ha cambiado el turno con alguien, se muestra dispuesto a acompañarme al día siguiente a las Chutes de la Nawa, un lugar sagrado para la población local donde realizan ofrendas y donde se pueden ver unas rocas por las que saltan las aguas formando una cascada. Negociamos el precio y como suele ser habitual, salgo perdiendo, no sólo porque me cobra demasiado, sino porque no tengo en cuenta que habrá más gastos añadidos que también me tocará pagar. Uno de los puntos interesantes de todo esto es ir a ver al jefe local quien a cambio de un módico precio te permite ir al sitio. Después de caminar bastante llegamos y el jefe no lo parece y además puede que ni lo sea. Como no entiendes nada, te conformas. Además de lo poco que entiendo cuando hablan en su idioma es que le dice al guía que la costumbre es traer como ofrenda una botella de licor de color verde que llaman N’dindin. Como no hemos traído nada, le doy 8 € y parece que también le está bien. Y es que una vez en Benín me tocó en un caso similar añadir algo de dinero porque lo que di al principio era poco, así que esta vez tiré la casa por la ventana. Más tarde busco en internet cual es el licor N’dindin y sólo encuentro que es una botella de color verde así que intuyo que se trata del licor Jägermeister, un nombre impronunciable para muchos, así que le queda mejor lo de N’dindin. En todo caso este licor es famoso por sus efectos narcóticos, y si no, que le pregunten a Silvia, pero esa ya es otra historia.

Después de la corta charla con el jefe, toca desandar el camino y tomar otro hacia las cascadas. Cuando llegamos hay un par de blancos con un guía negro que tienen toda la pinta de no haber pagado nada ni haber ido a visitar al jefe. Ya que estamos ahí, aprovecho para darme un baño en el río que me sienta a gloria y no pregunto qué es lo que hay aguas arriba.

Cascadas Chutes de la Nawa

Daloa

Sin más cosas que hacer, y ya que otra vez viene el fin de semana, me voy a Daloa, la tercera ciudad en población del país y donde la siguiente semana se desarrollará el Congreso al que quiero asistir.

El tramo de Meagui a Daloa, que ya hice en un sentido cuando venía de Duékué se me hace menos pesado porque el recorrido total es más corto y esta vez son sólo 5 horas de bus. En la ruta, pasamos innumerables campos de cacao a derecha e izquierda, aunque veo cada vez más campos de caucho y también múltiples plantaciones de palma africana con una fábrica enorme a medio camino entre ambas ciudades.

La Grand mosqué de Daloa. Como más al norte, más grandes es la mezquita

Una vez instalado en Daloa, me pongo en contacto con los profesores de la Universidad Jean Lorougnon Guédé, del departamento de Geografía, que son quienes organizan el Congreso. Después de charlar un rato, me piden que tome parte como ponente en el panel del último día, sobre los retos de la transformación del cacao.

Tengo un dilema porque el mismo día que empieza el Congreso se celebra un taller en Abidjan, donde también estoy invitado, organizado por el Ministerio alemán de cooperación y donde están algunos de los mayores actores del mundo de cacao. Así que hago lo que desde un principio no quería hacer y me pongo de nuevo en camino pegándome 7 horas en bus, saliendo a las 6 de la mañana, para ir a Abidjan, lo que vuelvo a repetir a los 2 días, después del taller. En el trayecto pasamos por una zona en la que se atraviesa el Parque Nacional de Marahoué y donde se puede atisbar como debió ser este país antes de la llegada de los madereros.

Llego a Abidjan y enseguida me acuerdo de porque no me gusta esta ciudad, cara y deshumanizada, sobre todo para los que van a pie.

En el taller, aunque tomo muchas notas y han salido aspectos interesantes, no estoy seguro de si realmente ha sido provechoso, sobre todo para los actores principales, los productores, con una mínima representación.  Éramos unas 100 personas de las que la mayoría nunca hemos cultivado ni cosechado una mazorca de cacao. El tema del taller era Por un ingreso decente para los productores de cacao y se celebraba en el hotel Pullman, en una de las zonas más exclusivas de Abidjan y donde la noche cuesta entre 250 y 330 euros €, según el día. Trajeron a un ponente de Bruselas que habló en inglés durante media hora (había traducción simultánea) contando algo que se puede leer en cualquier boletín de la UE. Yo estimo que el taller costo en total alrededor de 30 mil euros, con lo que se podría haber comprado a un precio realmente decente unas 15 toneladas de cacao. Bienvenidos a la realidad.

Vista desde el hotel en la exclusiva zona de Plateau, con vistas a Treichville

En Abidjan, me he quedado a dormir en una zona llamada Blockauss, un reducto de la vida tradicional de una de las etnias del país, que ha conservado su modo de vida entre enormes rascacielos, embajadas y hoteles de lujo. Me voy a comer al borde del lago, al aire libre, donde la brisa que corre hace la vez de aire acondicionado, secándote el sudor del cuerpo. Veo llegar el barco de pasajeros que une tres de estos grandes islotes que conforman la ciudad, para mí, parte del futuro del transporte en esta ciudad, mientras el viento sigue refrescándome y empujando suave y lentamente toda la basura plástica hacia el mar, con lo que de vez en cuando parece que no hubiera. Para no verla, simplemente hay que levantar la vista y mirar hacia la lejanía.

Cartel en la carretera anunciando el Congreso universitario de cacao del 10 al 12 de mayo

Al día siguiente, a pesar de que está lloviendo a mares, me levanto a las 4 de la mañana para alcanzar el primer bus que sale para Daloa, antes de que se desate el caos de coches en Abidjan. Me alegro de salir de esta ciudad. Consigo llegar a tiempo para las sesiones de la tarde en el Congreso y puedo acabar de preparar mi presentación por la noche en el hotel. Al día siguiente estoy puntualmente a las 7,45 ya que mi presentación debe empezar a las 8. Poco a poco llega uno por aquí y otro por allá. Incluso otro blanco despistado como yo. Después de varias idas y venidas, mientras se va llenando la sala con unas 200 personas de capacidad, finalmente a las 9,15 empezamos. Entre los ponentes hay un presidente de una cooperativa que ha empezado a elaborar chocolate y que ha ganado un premio en el Salón de Paris de 2022. En su intervención agradece la iniciativa de la universidad, pero dice que no ha visto a ningún universitario ni a ningún profesor apoyar al sector ni investigar para apoyar lo que hacen. Las críticas en este país no son bien vistas y se pasa de puntillas sobre el tema. De todas formas, me ha encantado el Congreso, con una enorme asistencia, con mucha gente de cooperativas, mujeres, niños, jóvenes y estudiantes universitarios. Ha sido como estar en dos mundos diferentes en un par de días.

Edificio colonial en desuso donde estaba la antigua estación de autobuses de Daloa


Exposición de chocolates (muy buenos) producidos por una cooperativa de Daloa


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