Casa colonial en Grand Bassam |
Grand Bassam, además de tener un nombre atrayente fue la primera capital del país, cuando oficialmente el 10 de marzo de 1893 Costa de Marfil se convirtió en colonia de Francia. Por sus edificios de esa época y la historia que atesora, la zona del quartier de France, fue declarada Patrimonio mundial de la Unesco en 2012. Se trata de una pequeña ciudad, a 40 km de Abidjan, adonde voy a pasar el fin de semana del Ramadán. Me quedo en un pequeño hotel al borde del mar, al lado del hotel l’Etoile du Sud en que se produjo la masacre en que murieron 22 personas en marzo de 2016, realizado por un grupo de AQMI (Al Qaida en las tierras del Magreb Islámico).
Algunas de las casas coloniales han
sido restauradas, estando unas escondidas detrás de altos muros, otras muestran
orgullosas toda su majestuosidad, mientras el resto decaen lentamente y se van deteriorando
año a año. Fue un centro importante a principios del siglo pasado, cuando su
puerto exportaba maderas preciosas. Una vez que el expolio colonial decayó,
también decayó la ciudad, agravado hoy por la nueva autopista que aleja a los
turistas de su centro, los que prefieren dirigirse hacia otra ciudad costera,
Assinie, más alejada, pero al parecer más lujosa y de moda.
Mientras camino por una calle de
la zona de pescadores del barrio N’Zima, un niño que no levanta tres palmos del
suelo, sale de una casa bailando al ritmo del coupé-décalé, la música que suena
por todas partes, mientras su hermana, sólo un poco mayor, va a buscar agua a
la fuente más cercana con un cubo en la cabeza.
La vegetación se adueña de la casa
En realidad, he venido a esta
ciudad porque hay una fábrica de chocolate que quiero conocer y con los que
acordé hacer una visita el viernes, pero me llaman para cambiarla al sábado por
la festividad del Ramadán. La visita comprende visitar las instalaciones que
tienen en la ciudad, donde antes fabricaban el chocolate y que ahora les sirve
de punto de venta y luego una visita a una finca de 30 ha donde tienen la
actual fábrica, aunque esta es de reducidas dimensiones. Este complejo donde
están ubicados es un centro de la comunidad Abel, que lleva 30 años trabajando
en la educación de niños desfavorecidos y que ha decidido dar este paso de
intentar profesionalizar a los jóvenes a los que apoya. La empresa que han
formado y que da trabajo a 15 jóvenes se llama Choco Plus y se formó al mismo
tiempo que Choco Togo, ya que recibieron la misma formación y al mismo tiempo
en Italia. Incluso en la visita coincido con una delegación italiana que está
de visita y me dicen que al par de días vendrá Natalie, una de las socias de
Choco Togo a la que conozco bien y a la que por desgracia no podré ver porque
ya estaré camino de mi próximo destino.
Puesto de venta de Choco Plus |
Finalmente, después de un par de días de absoluta tranquilidad, con el ruido del mar de fondo y el viento agitando las palmeras, en que he podido escribir, pasear, caminar y leer, me toca ir al aeropuerto para coger el vuelo a Man, al noroeste del país.
Grand Bassam, un lugar donde todavía se juega en la calle |
Man
El vuelo, con escala en Odienne, es un poco movido, pero permite ver desde el cielo algo del territorio del centro-norte, donde los bosques no abundan. El aeropuerto de Man es muy pequeño, más bien parece una estación de autobús, pero aterrizamos sin problemas. Por suerte viene a buscarme un microbús del hotel donde he reservado y nos vamos junto con otra chica que también va al mismo sitio y un señor de la Cruz Roja al que también nos llevamos. Esto me permite ver un poco más de la ciudad cuando vamos a llevar al señor a su casa y darme cuenta de que la ciudad no tiene ni pies ni cabeza, o sea que no sabes donde está el principio, el final ni el centro. Lo más fácil en estos casos es ir al mercado, que allí la vida siempre está asegurada.
Pequeña vista del Grand Marché de Man |
Es lo que hago al día siguiente, después de que me den esquinazo en el Conseil Café Cacao -CCC-, el órgano responsable de fijar el precio del cacao y de dar apoyo técnico a los productores. Como el director no está, el segundo de abordo no se atreve a darme ningún dato, a pesar de que le digo que me sirven también datos aproximados, por miedo a que después le peguen la bronca. Así que después de unos minutos de un diálogo de besugos me voy a visitar el mercado que es un hervidero, no sólo de gente sino también por el calor que hace.
Cartel con el precio mínimo garantizado (pero insuficiente) |
Ya puestos, sigo dando la vuelta a la ciudad y paso por un bosque sagrado donde hay unos monos a los que se considera los ancestros de los habitantes de Man. Está completamente prohibido a los extranjeros entrar en el bosque y por un módico precio, unos vigilantes que hay a la entrada te dan un par de plátanos para que les des de comer cuando acuden a su llamado. No son agresivos y tienen unos ojos muy curiosos.
En el hotel me da tiempo de nadar un poco en la piscina antes de que empiecen a llegar de nuevo un montón de gente que siguen celebrando el fin del Ramadán, lo que los jóvenes hacen en la piscina mientras las mujeres, con sus niños y sus mejores trajes de gala, lo celebran comiendo algo en el restaurante. Como la moda es hacerse selfies a todas horas nos hacemos uno con algunos de estos adolescentes vestidos al estilo norteamericano.
En todo el camino que he hecho sin rumbo por las diferentes calles no se si me miran más por blanco que por pobre y no se que les da más pena. Pero para mí, la única manera de ver en detalle las cosas es caminando, fijándome en las cosas y parándome a charlar con alguien de vez en cuando.
Después de tanto caminar, los zapatos
azules que me traje se están volviendo rojos, tomando el color de la tierra de
aquí. Aunque tengo unos zapatos de repuesto que me compré en Abidjan, me los
guardo para cuando no tenga que caminar por pistas ya que son un poco más
elegantes. Por cierto, como no tenían mi número, me los compré del número 47 y
aunque se ven un poco grandes van bien porque así los pies van amplios y
aireados.
Los caminos rojos de África que me enamoran |
Por la tarde me encuentro en la piscina del hotel a Alexandra, la chica que venía conmigo en el avión y que es mitad francesa y mitad ivoiriense. Trabaja para una organización internacional que fomenta el Movil Money, como una de las pocas maneras que tiene la gente que no tiene cuenta en un Banco (o a las que los Bancos quieren aplicar sus cláusulas abusivas o simplemente no les permiten abrir una cuenta) para hacer transacciones en sitios apartados con muy poco coste. La verdad es que uno se sorprende de lo rápido que avanza todo lo digital en estos países. Eso demuestra que cuando la gente quiere algo, aprende por sí misma. Unos días más tarde podré comprobar que este sistema realmente funciona bien. En realidad, es como el bizum pero que se hace por medio de un intermediario de los que hay a montones en todas partes.
A ver quien se atreve a hacerse unos largos con tanta gente |
Próximo: más cacao en Duékué y Meagui
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