Sudeste africano –
Septiembre 2010
Estación Dar Es Salaam |
A
lo largo de tres países del sudeste africano recorrí más de 6 mil kilómetros utilizando
todo tipo de transportes públicos, desde bicicletas hasta motos, coches, buses,
barcos y trenes. Como mi inglés era muy malo y el de muchos africanos no era
mejor, este viaje ha sido en muchas ocasiones como una película muda en que
mucho de lo que cuento es pura interpretación y donde me ha tocado a veces
expresarme con piernas, brazos y ojos. Pero al final, te acabas entendiendo,
más o menos.
Para
moverse por Dar es Salaam, sobre todo cuando estás recién llegado, no te queda
más remedio que hacerlo en taxi. Los precios no son desorbitados si consigues
entenderte con el taxista, que a veces sólo habla swahili, y si sabes regatear
algo. Nada que no haya hecho en Nicaragua. Mi primera experiencia fue para ir a
la estación de tren. Negocié con un taxista el precio, incluido el que me
esperara a que comprara el billete y el regreso al hotel. El taxista me pidió veinticinco
mil Schilling tanzanos (unos 12 Euros), yo le ofrecí quince mil y claro,
quedamos en veinte mil, “ten thousand
para ir y ten thousand para volver”, tal como me dijo entre sonrisas.
Parece que por el esperar no cobran nada. La estación de tren, de la época colonial
alemana, es majestuosa, quizás demasiado para los dos únicos trenes que en la
actualidad salen cada semana y para los dos que llegan.
La
información que yo tenía del tren y que había conseguido de mi libro de viajes
(Lonely Planet en español y por lo tanto con 2 años de antigüedad) y de
Internet (datos de hacía 4 años) no me hacían estar muy seguro ni del día ni de
la hora de salida. Pero por suerte parece que las cosas en África no cambian
tan rápidamente, los datos que yo tenía estaban bien y sólo el precio había
subido algo. Para un trayecto hasta Mbeya de 890 kilómetros, en primera clase,
o sea en un compartimento cerrado con 4 literas a compartir estrictamente con
personas del mismo sexo, y que dura 25 horas, se paga en la actualidad 14
Euros, o sea casi lo mismo que el viaje en taxi de ida y vuelta en Dar es
Salaam, de unos 10 kilómetros en total y en el que tardamos unos 30 minutos.
Yo
esperaba que al pasar por el Coto de Selous, la reserva de fauna salvaje más
grande de Tanzania, pudiera ver desde el tren algunos animales desde la
ventanilla tal como decía la guía de viaje. En el trayecto estaba previsto que
el tren parara en 51 estaciones, eso si no había contratiempos. Tres días más
tarde, los martes, sale el tren expreso que haciendo el mismo recorrido tarda 1
hora menos para llegar a Mbeya pero que sólo para en 8 estaciones.
Yo
tenía previsto después de pasar la frontera enlazar con el barco que cruza el
lago Malaui y que sale los lunes, así que por ello no quería perder este tren.
A causa de ello dejé escapar la oportunidad de compartir un viaje a la zona
norte de Tanzania, a las montañas Usambara con 2 compañeros que trabajaban en
Tanzania, David y Gema, y entré en una carrera un poco alocada por llegar a un
destino sin sentido, aunque eso lo averiguaré más tarde, cuando ya no hay
remedio. Durante el viaje más de una vez recordé la oportunidad que perdí de
estar con gente a la que aprecias y que además conocen bien el país. ¡Pero no
se puede tener todo ni acertar siempre en esta vida!
Para
comprar el billete en la estación me puse en una fila de unas 30 personas que
se aprietan unos contra otros para que no se cuele nadie, intercambiando
sudores y olores. Cuando ya me estaba apretujando contra el último de la fila
me di cuenta que había otra ventanilla donde sólo había una persona y donde
ponía en un letrero que se expedían los billetes de 1ª clase. En ese momento no
piensas si la vida es injusta o no y te alegras de que las cosas sean así. La
diferencia de precio entre las 2 clases existentes, 1ª y económica, era de 5 a
1.
Baobabs |
Al
día siguiente, con mi ya amigo taxista del primer viaje, me dirijo de nuevo a
la estación del tren, esta vez también pagando los “ten thousand” ya acordados.
Calculo que habrá unas mil personas en la estación, sobre todo mujeres con sus
niños a la espalda, sentadas en el suelo. En cambio sólo distingo a unos 5 o 6
blancos desperdigados. Doy vueltas por la estación y veo una pizarra donde
anuncian que el tren sufrirá un retraso de unas 3 horas sobre el horario
previsto de salida. Hago mis cuentas y me sale que pasaremos por el Coto de
Selous de noche, así que no habrá animales esta vez. Lástima. Hace poco Spanair
me hizo esperar 6 horas en Tenerife así que este retraso tampoco me parece tan
grave y me lo tomo con filosofía.
En
la sala de espera me encuentro con Benjamín, un alemán que viene de Nueva
Zelanda y que va a pasar 2 meses en Tanzania. Sólo lleva una mochila que es un
poco más grande que la pequeña mía y que no debe pesar más de 5 kilos. Decido
que a algo parecido es a lo que tengo que aspirar en mi próximo viaje.
A
las 17 horas, puntualmente según el retraso previsto, sale el tren. En mi
compartimento viajo con 3 tanzanos que me dejan escoger la litera, por lo que
me pongo en la inferior que mira en el sentido de marcha del tren. La
amabilidad de la gente a lo largo de todo el viaje será una constante. Mi
vecino de la litera de enfrente es muy simpático y nos entendemos más o menos
en inglés hasta que agoto todo el vocabulario que traía aprendido.
El
tren cuenta con vagón restaurante donde a la hora de comer coincido con 4
chicas y 1 chico, todos alemanes, con los que compartiré varios ratos, sobre
todo a la hora de comer. A lo largo de todo el viaje me iré encontrando
alemanes lo que me permitirá hablar y comunicarme en ese idioma más de lo que pensaba,
aunque eso no ayude en nada a mejorar mi inglés.
Mi ciclista |
Uno
de los alemanes, Martin, se dirige hacia Zambia. Es grande como un castillo y
trabaja como carpintero en una isla al norte de Mozambique, donde un empresario
alemán está construyendo un complejo turístico de lujo. Cada 3 meses debe salir
del país para renovar su visado y por ello aprovecha para conocer otros
lugares. Es joven, inocente e inexperto en lo que a viajes se refiere y por
suerte las 2 chicas alemanas se apiadan de él y deciden adoptarlo, cambiándole
su plan de viaje y él parece alegrarse de haber sido adoptado. Es curioso cómo se
llega a alcanzar en poco tiempo un cierto grado de intimidad en las cosas que
se cuentan en estos viajes y Martin, en un rato, nos cuenta como después de
separarse de su compañera se decidió por este trabajo y con los ojos húmedos, habla
de su pequeña hija a la que hace tiempo que no ve.
Durante
el día, en las curvas, se puede ver la longitud del tren y me maravilla que una
sola máquina, movida por diesel, sea capaz de arrastrar toda esta cantidad de
vagones. Vamos tan lentos que los mosquitos no tienen ningún problema en
mantener nuestra velocidad de crucero, logrando colarse por las ventanillas.
Por la noche mato algunos, uno de ellos con sangre.
Conseguir
dormir en un tren que hace tantas paradas, donde todas las juntas y goznes
chirrían, lleno de africanos que tienen otro concepto sobre el respeto al sueño
de los demás, hace difícil el poder dormir, por lo que lo hago a trompicones,
al mismo compás que la marcha del tren. Durante el día, el propio traqueteo,
mientras vas apoyado al lado de la ventanilla te produce cierta somnolencia,
despertándote cuando llegas a una estación y durmiendo a ratos, viendo pasar el
paisaje como en sueños, con cientos de baobabs salpicando el camino.
Por
la mañana, con las primeras luces del día, me alegro de haber hecho este viaje
en tren y no en autobús ya que he podido ir estirado, desayunar en el vagón
restaurante, sentado a una mesa, hablar con otra gente y todo ello lo
encontraré a faltar en algunos de los medios de transporte repletos que
utilizaré más adelante.
Las
estaciones por las que vamos pasando están repletas de gente, en su mayoría
vendedores que ofrecen diferentes productos del campo, y parece que de estación
a estación se han especializado en cultivos diferentes, para no entrar en
competencia entre ellos. Entremedio los baobaobs te maravillan con sus troncos
rechonchos y sus ramas semejando raíces. Los africanos que viajan en el tren,
por lo menos los que van en primera clase, se dedican a comprar
compulsivamente, aquí cebollas, allá zanahorias, y también patatas, guisantes y
todo lo que les van ofreciendo. Los niños de los poblados salen corriendo desde
cualquier lugar para acompañar el tren algún trecho, saltando sobre las
traviesas descalzos y saludando con la mano. Cuando llegamos al final del
trayecto, el grupo de blancos hemos hecho una piña y en un solo taxi nos vamos
todos al mismo hotel.
Aunque
me considero experimentado en viajar en buses y otros artefactos, cada país es
una nueva experiencia. En el bus que voy a abordar para llegar desde Mbeya a la
frontera con Malaui, se trata de un Thelathini (que significa 30 en swhajili,
aunque también le llaman medio bus para diferenciarlo de los grandes ya que
tiene 30 plazas, siendo algo más cómodo que los minibuses de 12 plazas.
Cuando
me subo el cobrador me intenta cobrar el doble (yo había previamente preguntado
el precio del trayecto) así que en este tema no me llevo ninguna sorpresa y le
pago lo que es. Salimos puntualmente a las 6 de la mañana y sólo vamos 3
pasajeros. Tardamos 1 hora en hacer 20 kilómetros ya que vamos parando en cada
esquina buscando más clientes (igual que en Nicaragua) para ver si alguien más
quiere acompañarnos. Lo bueno es que esto me permite apreciar el paisaje que es
muy bonito con laderas llenas de cultivos, sobre todo papa y maíz que se encuentran
como cultivos asociados (¡como en Jinotega!). Cuando llegamos más o menos a la
mitad del camino, hay un par de rectas, donde para evitar que los vehículos se
desboquen han puestos varios de esos montículos en el suelo. Al tener que
reducir la velocidad, los buses intentan recuperar el tiempo perdido en las
curvas, donde no están estos obstáculos y para rematar entramos en competición
con otro bus que quiere robarnos nuestros futuros pasajeros. Total, que lo que
era un apacible viaje en ruteado se acaba de convertir en una carrera infernal.
Y al final todo eso era para llegar a Tukuyo, una estación intermedia donde
luego no parece haber prisa por volver a salir para hacer el resto de recorrido
que nos queda. Por suerte en el bus suena a todo volumen esa música africana
con sonidos metálicos que tanto me gusta, haciendo con ello la espera más
entretenida.
Finalmente,
a media mañana llegamos al final de nuestro destino y me dejan a un par de
kilómetros de la frontera. El cobrador me recomienda a uno de los verios
muchachos que me abordan y que me quieren llevar en su bicicleta hasta “to the
border”. Aunque ya había hecho algo similar en la frontera entre Nicaragua y
Hondura, en este caso se trataba de una bicicleta normal y corriente, en la que
te sientas en el portapaquetes detrás del sillín, con tu mochila grande a la
espalda y la pequeña en la mano, mientras el ciclista va pedaleando con
considerable esfuerzo y los demás, que se han quedado sin negocio, te acompañan
y pedalean a tu lado, ofreciéndote cambiar dinero, diciendo que con ellos
habrías ido más barato y mejor, en fin, amargándote el trayecto, que ya en sí,
no es muy placentero.
Los
trámites en el lado tanzano son rapidísimos y cruzo el puente de cemento a pie,
por encima del río Songwea, para pasar los trámites en el otro lado, que son
igual de rápidos. Y ya está, ya cambié de país y casi sin darme ni cuenta ya estoy
en Malawi.
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